La política no es una ciencia exacta, pero su transparencia sí que lo puede ser. Transparencia frente a la fragilidad social de la que ahora somos más conscientes que nunca, que tenemos. Transparencia para poder verlas venir, y dar las respuestas necesarias y sin demora a situaciones como el colapso ecológico, la polución, la bioseguridad global, etc. Y transparencia para haber prevenido lo antes posible y no haber retrasado la contención efectiva del Covid-19. El cual no está distinguiendo entre clases sociales o nacionalidades, y no entiende de fronteras.
En el paisaje devastador de esta no distinción, muchos países de África, situados en el lado extremo y peligroso de la globalización, y conscientes de su fragilidad, sí que tienen la necesitada transparencia para el cataclismo que se le puede venir encima. Así, la epidemia del Ébola de 2014, dejó en la experiencia de los países del África subsahariana que las medidas de prevención y de contención son sus únicas esperanzas para defenderse contra la mortalidad.
Sin embargo, en el escenario central de la globalización, las estrategias políticas interesadas o también el anhelo de superioridad nacional y cultural, nos han cegado y paralizado frente a la rapidez que ha tenido el virus en ramificarse. Ya los dos grandes poderes globales, Estados Unidos y China, han vacilado en defenderse. Pero Europa, aún peor, no ha existido como tal. Y la Organización Mundial de la Salud (OMS) tampoco está siendo muy fina.
Frente a la irrupción del virus, en diciembre de 2019 en Wuhan, el régimen del presidente Xi Jimping ignoró las alertas iniciales de los médicos. Aunque ahora se jacta de haber controlado la epidemia, pero con grandes costes para los ciudadanos: la mortalidad habida, y un control absoluto por parte del régimen chino. Por su parte, desconfiando de la ciencia y los expertos, Donald Trump se ha situado en la charlatanería racista-comercial de que el virus es Chino, hasta que la evidencia le ha impuesto la gravedad. Pero además, Estados Unidos realizó a lo largo de 2019 un simulacro de biodefensa ante una supuesta pandemia de gripe, en 12 de sus Estados, y con participación de unas doce agencias federales. Esta ficticia pandemia comienza con 35 turistas que se infectan en su visita a China, y de vuelta a casa, la infección la llevan (teniendo síntomas respiratorios y fiebre) a Kuwait, Malasia, Tailandia, Gran Bretaña, España y Estados Unidos. Al final, en diciembre 2019, el Congreso fue informado de las deficiencias (confusión y discrepancias entre el Gobierno Central y los Estados) y la escasez en: medicación antiviral, respiradores y ventiladores, protección de los sanitarios, y otros suministros y medicamentos. ¡Sorprendentemente un simulacro de lo que nos está pasando ahora!.
Por su parte, la OMS, viendo la proliferación de la epidemia, el 31 de enero de 2020 la declara como “urgencia sanitaria mundial” y el 11 de marzo la reconoce oficialmente como pandemia. Pero ¿ha coordinado una respuesta global a la pandemia?. Lo tendría que haber hecho. Aunque solamente disponga del poder de recomendación y de coerción limitada frente a la inacción de los Gobiernos. Su presupuesto anual es de unos 1,8 millones de dólares que reúne de sus Estados miembros y de aportaciones privadas como los GAFA (Google, Amazon, Facebook y Apple).
En todo este escenario, se desarrolla además, la misma historia, que ha ocurrido en España y otros países más: 1) las posibilidades de que el Covid-19 nos llegue y se propague son pocas; 2) mientras y debido a ese ensueño, el virus nos invade; 3) y así, de la noche a la mañana nos sorprende estando fuera de guardia y sin equipamiento, y forzando a los dirigentes políticos a tomar decisiones rápidas para la ofensiva.
Decisiones políticas bastante delicadas sobre parámetros sociales, económicos y humanos, y según los medios de los que se disponen. Decisiones que en gran parte corresponden a esos expertos y científicos que hay detrás. Pero que necesitan de la transparencia para evitar falsas certezas.
La transparencia, por ejemplo, que Corea del Sur ha tenido, manejando la epidemia seriamente y con eficiencia desde el principio. Estando en guardia ante la invasión con un diagnóstico masivo, mascarillas, distancia social, lavado de manos, etc. Y con la experiencia de haber afrontado en 2003 el SARS-CoV-2, y en 2015 y 2018 el MERS-CoV.