Era demasiado tarde para celebrar nada, pero el momento vino y todos nos quedamos de piedra.
Era la Luna la que marcaba la situación y ella solo era la causante de todos los infortunios que iban a ocurrir.
La miel en los labios de una abeja estaba dentro de lo pactado, aunque aquel alimento no se parecía en nada ni en sabor, ni en color, ni en la forma de conseguirlo.
Solo se escuchaban los gritos de las muchachas que sabían que iba a ocurrir algo, y aquel momento estaba muy próximo.
Se sentía el miedo, se erizaban los vellos y cada cual rezaba todo lo que sabía. Aunque solo unas pautas podían llegar a tener éxito.
Decían que cubriendo la estancia de ajos, saldrían de aquel espacio corriendo, y que un crucifijo bendecido y balas de plata tenían algo más de fuerza y de acción disuasoria sobre el mal que estaba en aquel ambiente.
Las campanas redoblaban, los cortejos con curas, monaguillos, seglares y gente de fe salían a las calles para que tuvieran un poco más de compasión con todos los habitantes de aquel pueblo que nadie deseaba escuchar, ni hablar de él.
Los cafés se olían, ya que la noche iba a ser larga y todos debían de estar bien despiertos para luchar contra el Mal.
Las mujeres se abrazaban, se besaban y parecían que se despedían de ese amor que se entrelazaba entre ellas.
"Era una palabra muy bonita y la deseada por todos aquellos hombres y mujeres de aquella aldea"
Los hombres buscaban toda arma que cortara y a la vez que estuviera hecha de plata.
Se escuchaba fuertemente: “Cortad las cabezas”.
Y todos practicaban con su arma en brazos para no ser devorados a la primera y tener esa oportunidad.
Era una palabra muy bonita y la deseada por todos aquellos hombres y mujeres de aquella aldea.
Pero la verdad que nadie apostaba por salir ileso de aquella noche maldita.
Mi ímpetu me hizo salir a la calle y solo llevaba unos metros cuando noté que en mi cabeza había caído algo, el reflejo me hizo tocar con mi mano aquello y al mirarlo de cerca vi que era sangre. Mis ojos querían salir de sus órbitas y miré hacia arriba y vi algo que volaba y llevaba entre sus garras a una mujer que estaba muerta y con la cabeza casi separada del cuerpo.
Salí corriendo y me metí nuevamente en la casa. Mi corazón estaba para salirse de su sitio y yo con mi espalda tapaba la puerta para que nadie pudiera entrar en aquel lugar.
Temblaba y mi familia acudió a mi lado, todos les veía que estaban hablando, pero yo no escuchaba nada. Hasta que me desplomé y fue cuando me quedé tranquilo.
Me desperté de un salto y vi por la ventana una rendija de luz y fue cuando supe que no fue mi último día en la Tierra.
Gracias a Dios.