A los hijos se les quiere o no se les quiere. No basta con haberlos parido. Ni se es menos madre por no hacerlo. Va de lucha cotidiana. Supongo que también de madurez y entereza. A mí no me separarían de mis hijos ni con lava ardiendo y les aseguro que los adolescentes te ponen a jaque de Job en cero-coma.
Oímos tantas cosas y las redes son tan malas que miedo me da que los míos ostenten un móvil como herramienta cotidiana, pero hasta los profes lo han normalizado mandándoles tarea por ahí. Pero aun así peno - como con los efectos de las vacunas, como con coger el covid- porque mal empleado puede hacer mucho daño. No hay más que pararse en las agresiones grabadas, pero también en los depredadores sexuales ávidos de niñas de pechos incipientes, manifestando sus ganas de vida en medio de sendas oscuras y tortuosas, que no sabe ni adónde les llevan. Mi hija tiene 14. También mi hijo, solo que a él no le ha dado por las redes más que para jugar( con sus amigos del insti )partidas interminables en las que ya pactamos hace tiempo que no podía dejar entrar a nadie que no conociera en la vida real . Reglas sencillas, a primera vista. Luego ya los horarios, las veces que se enganchaba, los estudios primero…todo pacto, tras pacto. Pico y pala.
La niña quería Instagram, tik tok y ser como sus amigas que ya aletean las ganas de tener novio y consumar algo que ven muy natural para su corta edad, porque las influencers lo predican y las más avispadas del insti, lo presumen. Parece que ser integra, formal y buena estudiante no es suficiente si no llevas a un maromo de cortas luces alumbrándote las nalgas. No se extrañen tampoco está muy bien visto para los que tenemos 50 la falta de pareja, la soledad sentida o la repulsión a que un reciproco te vaya al contrapelo para aguarte la vida. Dicho todo esto, los adolescentes son cajas de bombas que con nueve años ya empiezan a picar mecha y paciencia de santo sin peana. No soy de documentales más que los de Netflix, así que poco les puedo decir del de la Carrasco, más que me recuerda al fenómeno “Pantoja” cuando compadreaba con Jorge Javier, luego se peleaban y al final más espectáculo, entre dimes y diretes de colaboradores que no hay como hacer caja con nuestras depresiones. Parece que si miramos y opinamos, se nos rebaja la acidez intrínseca de no valorarnos, porque si no, no entiendo tanto juzgador enmascarado, tanto vaivén de opinión, tanta idiosincrasia de vulgo de balcón.
Ahora como los relatos van a cuentagotas porque así se puede rascar más la piel del esturión, sacamos a una niña cuando tenía nueve años con presunto síndrome parental de una pareja divorciada, casi menores los dos. Todo muy rocambolesco y sobre todo beneficioso para la cadena que regurgita y se nutre precisamente de eso. Es triste, de verdad, porque nadie ganará ni siquiera los que lo cobren, porque el dinero no es que no dé la felicidad sino que es inmune a ella como el plástico al agua. Nadie saldrá reforzado, ni siquiera los que se lo toman a pecho y espada como si hubieran estado en medio de los dos cuando todo sucedía.
Yo no lo veo, prefiero pasarle por wassap a mi hija la noticia de la niña a la que han pegado las compañeras para que abra los ojos a la realidad. También le mando videos de deportistas llegando a meta y de mujeres que pelearon para conseguir triunfar en aquello que tantos le dijeron que no conseguirían. Con mi hijo, veo manga y encima me gusta. Qué no crean tiene su penitencia porque el amigo no tiene límite, ni voluntad de parar.
Porque ser madre es de las cosas más difíciles que hay en esta vida. Más que sacar una carrera. Más que te den premios. Más que sobrevivir a la muerte de lo más querido. Y aun así, no lo cambiaría por nada porque es la propia vida, los pasos andados, los aciertos y sobre todo las derrotas, lo oscuro y lo más brillante, un cielo azul tormentoso que te hace llorar lágrimas de rabia. Porque los quieres más que a nada y no permites que lo incierto los toque. Nadie vive para quitarme a mis hijos, así se lo digo. Y no habría Juzgado al que no llamase, ni puerta que no abriese, ni camino que no tomase para volverlos a ver y estar con ellos. Porque son mi aire y mi carne.
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