La cafetería-restaurante Marrakesch abrió hace 4 años en la barriada de Juan Carlos I y ya tiene una clientela fija. Todos los viernes acude un gran número de personas a tomar cuscús, el plato que ha dado popularidad al local de Bilal Kaddur. El ceutí adquirió un antiguo cafetín que se encuentra a pocos metros de la mezquita Sidi Embarek. “Hemos seguido con la propuesta que ha estado toda la vida y lo que hemos hecho es mejorarla”, detalla.
El ceutí relata que desde muy jovencito ha estado trabajando en la hostelería, sobre todo en hamburgueserías y pastelerías. “Una vez hice mis 18 años, fui al ejército. Lo dejé por una minusvalía y aposté por esto”, explica. Por las mañanas sirven cafés, tés y desayunos contundentes, en los que triunfan los huevos de tal manera que a menudo les obliga a establecer turnos para que no se llene el local y se mantenga la distancia de seguridad. Buena parte de los consumidores son trabajadores de la zona: “Es una cafetería obrera, viene gente de la periferia. Estamos frente a una parada de taxis y con ellos estamos muy satisfechos porque desayunan aquí, meriendan aquí... Son nuestros clientes VIP si se puede decir”, comenta divertido Bilal Kaddur.
A mediodía y para cenar, aunque en el establecimiento venden hamburguesas, smoothies, pizzas y bocadillos, la comida típica de Marruecos es la que más éxito cosecha, con platos con ternera o pollo con salsa marroquí. “Se echan de menos con el tema de la frontera e intentamos apostar por algo que la gente pueda saborear de nuevo”, asegura el propietario del restaurante, que tiene cuatro hijos. Pero la joya de la corona es el cuscús: “Es el plato más fuerte que tenemos, antes del covid estábamos vendiendo aproximadamente unos 50 kg. los viernes”. Al llegar el coronavirus, muchos clientes se volvieron más reticentes a acudir al local para comer, pero también han aumentado las ventas a domicilio.
“No nos ha ido mal, gracias a Dios, por los vecinos, gente que nos conoce y ha apostado por nosotros y cumplen: desayunan, piden a domicilio…”, indica Kaddur. “Estamos intentando no fracasar y aguantar, gracias también a las ayudas del Gobierno que nos ha echado un cable, no se puede decir que no, y aquí estamos, aguantando el chaparrón”, se encoge de hombros.
Después de poner en marcha el restaurante, el ceutí –natural de la barriada de Juan Carlos I– abrió la pastelería Dulce Paladar en Hadú. Al principio tenía una parte de cafetería, pero no funcionó y la terminaron quitando. A sus 34 años, Bilal cuenta entre los dos locales con una plantilla de 20 trabajadores, aunque tiene cuatro en ERTE. Entre ellos, su padre, Kaddur Mohand Mohand, de 61 años.