Opinión

Napoleón cavó su tumba invadiendo España

Se cumplen mañana 209 años del levantamiento del pueblo de Madrid contra la invasión francesa, que fue el detonante que incendió la que luego nuestra Historia bautizaría como la Guerra de la Independencia. Con motivo del 200 Aniversario de aquella legendaria gesta, pronuncié una conferencia en el Aula de Cultura del Casino Militar de Ceuta, a requerimiento de la Comandancia General - una de las cuatro que en dicho Centro de jefes y oficiales de los Ejércitos impartí. Si bien, dada su extensión superior a la de un artículo, me veo obligado a resumir aquí su texto, de cara a la conmemoración en Ceuta aquel Dos de Mayo de 1808, como homenaje al heroico teniente don Jacinto Ruíz, su hijo ilustre.
Francia en 1808 se apoderó de España de forma ilícita, con engaño y vileza. Los españoles fueron vejados y ultrajados en su territorio, en su independencia, en su soberanía y en su dignidad nacional. Napoleón había afirmado públicamente el 7-03-1793: “Hay que hacer la guerra a España y sus reyes para emancipar al pueblo y exterminar a los Borbones”. Con su invasión, los franceses cometieron en nuestro país bárbaras atrocidades, tropelías, pillajes, saqueos, violaciones, asesinatos, etc. Pero hoy Francia y los franceses son amigos de España y de los españoles, además de ser ambos países socios europeos. No debemos guardarles ninguna clase de rencor ni resentimiento. Ahora bien, nuestras jóvenes generaciones sí deben conocer la historia, ahora que ya apenas se imparte en las aulas académicas. Porque la historia del propio país es bastante más relevante de lo que algunos creen. El que fuera canciller alemán Helmut Khöll, dijo: “La historia de los pueblos debe conocerse, porque quienes no conocen el pasado, no pueden comprender el presente, ni construir su porvenir”. Y nuestro prestigioso filósofo Julián Marías, también dijo: “Es muy grave el olvido de la historia, porque la realidad siempre se venga del que no cuenta con ella”.
Napoleón era en 1808 invencible con su “Gran Armée”, un poderoso ejército que se había paseado victorioso por Europa, invadiendo y anexionándose numerosos países. Ninguno le presentó cara. En España reinaba Carlos IV que, en lugar de reinar, se dedicaba más bien a la caza y a las fastuosidades palaciegas. Confió los asuntos de Estado a Manuel Godoy, un joven, apuesto, varonil y más que protegido de la reina Mª Luisa que, por eso, hizo una meteórica carrera militar. Con 17 años ingresó como guardia en la Escolta Real, con 22 era coronel, con 24 mariscal, con 25 primer ministro, con 26 capitán general y con 34 generalísimo. De él se decía que: “Valía más una sonrisa suya que una promesa del rey”.
España estaba empobrecida y debilitada. Napoleón vio el momento propicio para apoderarse de ella. En 1805, aseveró: “Un Borbón reinando en España es un vecino muy peligroso”. En 1806, “juró vengarse de los españoles y ponerlos en situación que no le perjudicaran”. Insinuó cambiar la monarquía preguntando a Godoy: “si los reyes se habían cansado ya de reinar en España”. En 1807 se firmó el Tratado hispano-francés de Fontainebleau, con el pretexto de invadir Portugal. Torpe error de Godoy, porque, con tal pretexto, 28.000 franceses mandados por el general Junot, entraron en España el 18-10-1807. Más otros 90.000 sin que el Tratado lo autorizara, que sucesivamente fueron ocupando Madrid, Barcelona, Pamplona, San Sebastián y otras ciudades. Ahí fue cuando Godoy se percató de los verdaderos propósitos de Napoleón de adueñarse de España. Y entonces fue cuando le hizo frente como nadie fue capaz, ordenando a las tropas españolas que junto con las francesas estaban preparadas para invadir Inglaterra, que regresaran, exigiéndole la retirada de los 90.000 franceses que ilegalmente invadieron nuestro país y hasta llegó a amenazarle con que España se aliaría con Inglaterra, como luego hizo. El general francés, Roget, declaró con arrogancia y despecho: “Las coaliciones y sus ejércitos sólo han sido para el emperador ocasiones para obtener nuevos triunfos”.
El 23-03-2008 el general Murat, cuñado de Napoleón, entraba en Madrid con otros 50.000 franceses. El emperador había confesado a su jefe de Estado Mayor: “Si España me costara 80.000 hombres, no la ocuparía, pero no me harán falta más de 12.000”. Sin embargo, en 1810 había ya 350.000 soldados franceses en España. Convocó a Bayona a Carlos IV y Fernando VII, engañándoles para tenerlos como rehenes. El 20-04-1808 puso frente a frente a padre e hijo, propiciando que se insultaran y se faltaran al respeto. Viendo Napoleón lo mediocres que los dos eran, conminó a Fernando VII a devolver la corona a su padre, y también a Carlos IV a abdicar en él, fijándole la cuantiosa renta de 30 millones de reales y varios castillos para que Calos IV iniciara un exilio dorado. El 6-06-1808 Napoleón escribía a su hermano José: “El Consejo de Castilla me pide que nombre rey de España. Vos sois a quien destino esa corona”. El 7-07-1808, José juró la Constitución de Bayona. Fernando VII incluso cayó en la indignidad de felicitar a Napoleón por haber nombrado a José I rey de España. El historiador Seco Serrano, refiere: “La falta de dignidad de los reyes dieron a Napoleón la idea errónea de que tenía todos los hilos de España en sus manos”.
Napoleón fingió con hipocresía erigirse en altruista “regenerador” de España, publicando el siguiente comunicado: “Españoles: Vuestra nación está en decadencia. Vuestros reyes me han cedido todos sus derechos a la corona de España. Yo no deseo reinar, sino ganarme vuestra amistad. Vuestra monarquía es vieja; mi misión es rejuvenecerla. Mejoraré todas vuestras instituciones y, si me ayudáis, veréis cómo disfrutáis de los beneficios de esta reforma, sin enfrentamientos, desórdenes ni agitaciones. Tened confianza y esperanza, porque quiero que vuestros descendientes conserven mi memoria y digan: Él fue el regenerador de nuestra patria”.
Las tropas españolas en Madrid eran sólo 3.000 hombres. Su capitán general, Javier Negrete, dio órdenes severísimas de no intervenir contra los franceses, que entraron sometiendo al pueblo a la más dura y brutal represión, lo que generó contra ellos un clima de abierta hostilidad, odio y gran tensión. El Dos de mayo el pueblo ya no aguantó más y se sublevó. Dos jóvenes capitanes españoles, Daoiz y Velarde, se unieron a los sublevados en el Parque de Artillería. El teniente de Infantería, Jacinto Ruíz, de Ceuta, se encontraba con fiebre en la cama. Al enterarse del levantamiento corrió a su cuartel y con 33 soldados salió hacia el Parque desobedeciendo la orden de su capitán, salvando con ambos capitanes la dignidad española, uniéndose al pueblo en armas. Napoleón ordenó a Murat: “Los reprimiréis a tiro de cañón y haréis una justicia severa. No empeñaros en combatir en las calles; ocupar las casas de las cabeceras e instalar buenas baterías”. Aquel alzamiento patriótico lo representó así Bernardo López García, llamado por el pueblo El poeta-cantor del Dos de Mayo: “Oigo, Patria, tu aflicción/ y escucho el triste concierto/ que forman tocando a muerto/ la campana y el cañón/ sobre tu invicto pendón/ miro flotantes crespones/ y oigo alzarse otras regiones/ en estrofas funerarias/ de la iglesia las plegarias/ y del arte las canciones”.
A las 12,30 entró el teniente Ruiz en el Parque. Intimidó a un capitán francés y 80 hombres que mandaba, engañándoles con el grito de: ¡”Un Batallón está en la puerta y los demás vienen marchando, entregaros de inmediato, si no, seréis pasados a cuchillo”. En la puerta ni había fuerza alguna, ni se le esperaba; pero, muy enérgico, mandó a su fuerza preparar armas. Los franceses asustados arrojaron las suyas al suelo. El pueblo entró en el Parque gritando vivas al Ejército y aclamando al teniente Ruiz como libertador, saliendo armados a la calle. Dentro del Parque luchando murió acuchillado a bayoneta el capitán Daoiz. Corrió a socorrerle el capitán Velarde, muriendo también de un tiro en el corazón.
Entonces, tomó el mando el bravo teniente Ruíz de Ceuta quien, enaltecido por la honrosa causa por la que luchaba, lo hizo con tal ímpetu que parecía lanzar un reto a la muerte. Fue herido en el brazo izquierdo perdiendo mucha sangre. Se negó a retirarse; lo curaron con una venda y retomó el combate, quedándose solo disparando en medio de humo y de cadáveres. Pero recibió otro disparo, entrándole una bala por la espalda y saliéndole por el pecho. Cayó al suelo y lo cogieron muy grave, lo curaron y lo llevaron a su cuartel, sacándole oculto de noche hacía Badajoz donde tenía un tío teniente coronel, salvándole de un seguro fusilamiento, porque Murat ordenó al día siguiente pasar por las armas a todos los que en el Parque hicieron frente a los franceses. Se le infectaron las heridas, y el 13-03-1809 falleció. Fue enterrado en la ciudad extremeña de Trujillo, en la iglesia de San Martín, cuya población tributó al teniente Ruiz impresionantes funerales, tanto en su entierro en 1809 como en su exhumación cuando en 1909, cien años después, lo desenterraron para llevárselo a Madrid. Trujillo se opuso a que se lo llevaran, hasta que se le ordenó por escrito.
El Dos de Mayo murieron en Madrid 2.900 españoles, 320 fusilados. Los franceses tuvieron 300 bajas. Murat dictó el día 3 un bando ordenando el fusilamiento de quienes portaran armas, fueran en grupos de más de ocho o autores de libelos sediciosos. Pero la chispa de Madrid saltó a toda España levantada en armas. El cantor-poeta López García volvió a recoger: “Suenan patrióticas canciones/ cantando santos deberes/ van roncas las mujeres/ empujando los cañones/ al pie de libres pendones/ el grito de patria zumba/ el rudo cañón retumba/ el vil invasor se aterra/ y al suelo le falta tierra/ para cavar tanta tumba”. Pero, invadiendo a España, Napoleón cavó la suya.
El 19-07-1808 los españoles derrotaron a los franceses en Bailén. Murieron 2.200, más 17.000 prisioneros, incluido Dupont, su general en jefe que, derrotado, angustiado y cariacontecido, aunque todavía altanero, dijo a Castaños: “¡General!, os entrego esta espada vencedora en cien combates”. Castaños, se la devolvió poniendo énfasis y retintín en sus palabras, no exentas de ironía, contestándole: “¡Pues general!, esta es la primera victoria mía”. Españoles murieron 240.Conocida la derrota, Napoleón exclamó: “¡Es una infame capitulación, una mancha que ha caído sobre mi uniforme!”. Después llegarían otras victorias españolas: Arapiles, Vitoria, San Marcial, San Sebastián, etc. Napoleón, viéndose en 1813 vencido, terminó retirando sus tropas, reconociendo la independencia y soberanía de España. La Gaceta de Madrid publicó el 19-10-1813 la siguiente orden de Wellington: “¡Guerreros del mundo civilizado! (…): Cada soldado español que ha luchado en mi ejército, merece con más justo motivo que yo el bastón que empuño. ¡Españoles!. Distinguidos sean hasta el fin de los siglos vuestros compatriotas, por haber llevado su denuedo y bizarría donde nadie llegó hasta ahora”.
En sus Memorias escritas en Santa Elena, Napoleón recogía en 1842: “Los españoles todos, se comportaron como un solo hombre de honor (…), y todo ello harto malo, puesto que he sucumbido”. Y para el libro de Ronald Frases, Napoleón declaró: “Esa maldita guerra de España fue la causa primera de todas las desgracias de Francia. El origen de mi infortunio está ligado a ese nudo fatal: ha provocado que en Europa se me pierda el respeto, ha complicado todas mis cosas…”. Nuestro Menéndez Pelayo escribió: “Nunca, en el largo curso de la historia, despertó nación alguna tan gloriosamente, después de tan torpe y pesado sueño, como lo hizo España en 1808”. Por eso, el estadista Emilio Castelar, nos advierte: “Las naciones que olvidan los días de sacrificio y los nombres de sus mártires, no merecen el inapreciable bien de la independencia”.
Vayan para el Teniente Ruíz de Ceuta y todos aquellos bravos héroes, junto con su honor y gloria, mi loor, reconocimiento y gratitud, por haber sellado y salvado con su sangre, valor y generosa muerte, la honra, el honor y la dignidad de España y de los españoles, haciendo posible hoy nuestra independencia y soberanía.

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