En qué plano de la existencia se encuentra un verbo que no forma parte de la realidad pensable? En un didáctico simbolismo, diremos que se halla en un plano oscuro, irreal, oculto a la vista, perdido en el silencio. No conocemos su forma, sus límites, y mucho menos su significado.
Tal es el caso de la salud mental y su circunstancia para gran parte de la sociedad.
A fecha de decaer el estado de la salud mental en algún allegado, o en uno mismo, nos enfrentamos a un mundo desconocido, y tenemos que aprender con premura. Como se sabe, la prisa no es buena consejera.
Entonces, intentamos hacer lectura de nuestro conocimiento sobre salud mental, y como digo, el resultado es el conjunto vacío. No hay registro de ninguna información mínimamente procesada, y cuando esto ocurre, la única lectura que podemos articular es la lectura de los instintos.
Instintivamente, buscamos un punto de ayuda, y en ese momento, al borde de la desesperanza, planteamos la cuestión: ¿De qué va esto de tener un problema de salud mental?
Al cuestionarnos, despierta la conciencia, y la palabra que es la salud mental pasa de habitar en el plano oscuro a convertirse en un punto de luz, en el germen de un conocimiento más elaborado.
Esa conciencia original es un espacio vacío de certezas, pero la experiencia, y el afán por conocer, irán transformando las dudas en un lenguaje de contornos definidos, y que a la postre indicará el camino que debemos recorrer. El conocimiento es nuestra estrella de oriente.
Sin embargo, todavía hoy, esa interrogación sobre la salud mental solo se da cuando hay una falta en nuestro círculo, y la esfera social carece de un lenguaje que sustituya a los instintos.
La respuesta hacia las personas con problemas de salud mental sigue siendo el estigma; un rechazo visceral basado en unos estereotipos o prejuicios, por lo general negativos, y que no tienen el sustento de la verdad.
El mensaje es claro: hay que potenciar la calidad del lenguaje como elemento de cohesión social, y de cuya lectura nazca una conciencia más madura, que derive en la inclusión de nuestro colectivo.
Para ello, la sociedad debe preguntarse por la realidad que vivimos las personas con problemas de salud mental, por nuestras esperanzas para desarrollar un proyecto de vida independiente, en este sistema exigente y competitivo.
Al percibirse que la salud mental es una cuestión consustancial a la condición humana, todos y todas seremos partícipes de su normalización, y ya no seremos rehenes de nuestros instintos.
El discurso sobre salud mental no debe comenzar con la necesaria visita al psiquiatra, sino en la certeza de que la salud mental es un aspecto fundacional del individuo, un tesoro al que hay que custodiar.
Toda vez se presenta una cuestión podremos acudir a su solución. Al cuestionarnos nos convertimos en observadores de la experiencia; es el primer paso hacia un horizonte mejor.