No toda la creación artística sirve a los mismos fines, y eso lo sabe bien mi admirado amigo Jotono Gutiérrez, una persona que tanto me inspira y enseña sobre las maravillas de la creación musical; no en vano es profesor de musicología en la Universidad de Granada. Quiero dedicar este artículo para hablar tanto del mentado amigo como de la actuación en directo del “Mesías de Haendel”, obra que me recomendó encarecidamente, y a la que he podido asistir recientemente en el teatro Manuel de Falla en Granada.
Conocí a Jotono, gracias a José Manuel Pérez-Rivera, mi gran compañero de batallas ecologistas, un auténtico hermano en el camino de la vida, que ha marcado mi existencia. Él y José Manuel, junto a otros compañeros, habían formado el grupo de los selenitas, por su afición a observar el precioso satélite que acompaña a nuestro sin igual planeta azul. En fin, una idea deliciosa y característica de personas sensibles, y con aficiones culturales muy profundas; nunca participé de estos encuentros pero me encantaba saber que ellos lo hacían, y que disfrutaran de esta pequeña complicidad astronómica.
Sin embargo, como siempre he sido muy aficionado a la música sacra, desde que supe la pasión de Jotono por este estilo musical, hemos estado en contacto con cierta frecuencia. Todos nosotros compartimos la afición por la cultura y por el medio natural, y por supuesto profesamos un hondo sentimiento amoroso por nuestra tierra ceutí.
Nos une un sincero sentimiento de amistad verdadera, y además, de gustarle tanto el canto coral, ha sido buceador y compartimos afición por la belleza y la conservación de los fondos marinos; tuvo la amabilidad de asistir a la exposición de un documental sobre hábitats mesofóticos (ambientes sumergidos de penumbra entre 50 y 100 metros de profundidad) de Canarias, que presentamos hace un tiempo en la Universidad de Granada. Me encanta poder decir de él, que es una persona de pasión y gran vocación por lo que hace, y además me parece un buen comunicador con gran capacidad de empatía, y bien repleto de amor por el género humano, y por toda creación que destile belleza y sensibilidad. Me emociona mucho ver toda la labor docente que hace en la Universidad, y fuera de ella también, con sus incursiones artísticas en el canto sacro. Disfruto mucho todo lo que comparte conmigo sobre esta música espiritual, y especialmente los entresijos de los maestros organistas, y compositores de las catedrales españolas que procuro visitar en mis viajes. Ya no concibo el mundo sin el culto católico, la asistencia a los sacramentos, y tampoco sin poder desarrollar todas estas pequeñas aficiones con amigos que tanto aportan a mi conocimiento cultural. Fe y razón son perfectamente compatibles, siempre lo han sido, a pesar de los detractores del cristianismo y de la iglesia, solo basta repasar la ingente cantidad de brillantes intelectuales españoles católicos. Muchos de ellos, desarrollaron, y también impulsaron, instituciones de investigación en amplios espectros del conocimiento (véase el libro Iglesia Católica y Ciencia en la España del siglo XX, de Alfonso Carrascosa).
Volviendo al tema del Mesías, debo indicar que me ha fascinado tanto el concierto, que llevo días y días tarareando las partes que me parecieron más lindas y sublimes. Como recientemente, mi amigo está participando en el coro Ciudad de Granada, y en otros proyectos musicales del “bel canto”, con gran acierto me indicó las actuaciones, en relación al barroco, que tendrían lugar durante el otoño. Ciertamente, el Mesías de Haendel era la única, a la que por razones de agenda, hubiera podido asistir, y ni corto ni perezoso me fui a Granada a disfrutar de una actuación que a la postre resultó tan conmovedora como sublime. Además, uno de mis alumnos científicos, me dejó su casa, situada cerca del río y me permitió estar con mis dos inseparables perritos en ella.
Todo salía a la perfección, y a las seis de la tarde, después de dejar a mis dos compañeros bien atendidos, subía por la cuesta Gomérez hacia el Manuel de Falla, atravesando la bonita floresta y arboleda que circunda la fortaleza y palacio de “La Roja” que le ha dado fama mundial a la ciudad del Darro y del Genil.
Siempre me encantó el barroco, de hecho, es el periodo musical que más disfruto y sigo escuchando con gran admiración, pero debo admitir, que al saber de la participación de Jotono en el coro profesional, no pude resistirme a verlo en directo, junto al gran director holandés Daniel Reuss, especialista en este periodo de la historia musical europea, y experto en la dirección coral. Corelli y Bach han sido siempre mis compositores barrocos favoritos, porque con su música mi espíritu se eleva con mucha facilidad, pero nunca pude imaginar que el Mesías me llenaría de tanto gozo y emoción.
Para mí, fue una experiencia sublime, ya que me vi transportado a algún lugar más allá de este mundo temporal, cada vez que el coro se elevaba para entonar cualquier parte del libreto. Claro que no era un coro habitual, además de contar con los profesionales de la orquesta ciudad de Granada, se reunieron varios magníficos grupos corales, que llenaron de júbilo y alegría su nacimiento, y transmitieron una enorme y profunda compasión por el grandioso sacrificio de nuestro Señor.
Antes de indicar aquello de la representación, que desde mi punto de vista, fue más penetrante y que arrastraba hacia lo alto, debo decir que si la composición musical es absolutamente genial a mi pobre entender, no lo es menos el libreto. Una auténtica lección de teología para todos los públicos, se escribió en esas benditas líneas, atacando el acontecimiento más importante del universo, esto es la venida del Salvador, en distintas etapas. La más ardiente y jovial vino de la mano de las profecías de Isaías, sin ser el más importante, ya que ese papel quedó para el sufrido Elías, fue el que con mayor amplitud, y mejor describió la venida, y el triste pero necesario acontecimiento de la pasión de Cristo-Jesús. Las partes recitativas y las arias fueron todas bellísimas y de profundo sentimiento.
Quiero destacar el perfecto contraste entre el final de la profecía sobre el nacimiento de Cristo, un aria del bajo: “el pueblo andaba en tinieblas, en la tierra de sombras de muerte” y el coro triunfal y magnífico, con chorros de voz que subían a los cielos, cantando poderosamente el nacimiento de un niño: “Maravilloso, Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno y Príncipe de la Paz”. Fue un momento sublime de la obra, con unos coros bellísimos y una harmonía asombrosa; solo por este momento hubiera repetido la audición de esta obra muchas más veces.
De la misma manera, las intervenciones de la soprano en el anuncio de los ángeles a los pastores, y las voces corales dando “Gloria al Creador”, todo fuera de serie. De manera particular, la deliciosa aria de la soprano llamando a regocijarse por la vida pública de Jesús, y las voces finales del primer acto con la llamada al seguimiento al que invitaba el propio Rey de Reyes a través de los Nuevos Evangelios: “mi yugo es llevadero y mi carga ligera”.
Magnifica la forma como compositor y libretista llevaron el desarrollo del tema sobre la desobediencia y la soberbia de las naciones, su dureza de corazón, lo cual es el meollo del espíritu de nuestro mundo en la actualidad. Desde el punto de vista coral, por supuesto el famoso “Aleluya” fue soberbio, y el final coral con ese sostenido Amén, también.
Haendel murió poco después de terminar esta obra y verla estrenada, el momento final de la inspiración genial para componer algo realmente sublime ideado para la pura alabanza de nuestro Señor; una preciosísima e intemporal oración musical hacia el creador, posiblemente la más grandiosa. Solo espero y deseo, que el genial compositor subiera directamente, o con pocas escalas hasta el Cielo.
Por mi parte, intentaré asistir a todo lo que mi amigo recomiende, un verdadero orgullo que me haya distinguido con su amistad. Desde estas líneas, aprovechamos para desearle el mayor de los éxitos, en sus interpretaciones musicales y en su labor docente.