Juanfran era un niño muy feliz. A su corta edad de seis añitos siempre estaba jugando al baloncesto y en el parque cercano a su casa, hacía sus guerras imaginarias contra unos enemigos, imaginarios, entre los árboles, tumbado en la tierra y espiando entre los matorrales.
Una tarde escuchó llorar y gritar a alguien. Salió corriendo y encontró a la joven al lado del río con una cara llena de lágrimas.
Ella le empezó a hablar, y le dijo que fuera a buscar ayuda, ya que se había caído y le dolía mucho el tobillo.
Juanfran no dudo, salió corriendo hacia el puesto del Ambulatorio que había muy cerca de allí.
Intentaba, dentro de su carrera, ampliar lo máximo, las zancadas, y en cada una de ellas, creía que era un saltador olímpico de longitud, y cada vez que tocaba el suelo, había batido un récord olímpico, entre aplausos y ligereza llegó hasta el lugar donde debía de decir las palabras que también fue estudiando en todo el recorrido: “hay una muchacha en apuros en el río”.
Dió la noticia, además de decir con pelos y señales donde se encontraba la muchacha.
Después de ello salió nuevamente corriendo hacia el lugar donde se encontraba esa mujer, que seguía llorando, pero unos instantes antes fue a hablar con su madre para comunicarle lo que estaba haciendo, la cual, le indicó que no perdiera tiempo y la guiara hacia donde estaba la accidentada.
Al verla empezó a hablar con ella tranquilizándola y dándole mucho ánimo.
Al cabo de un buen rato aparecieron dos mujeres con el chándal rojo y la estampa de la Cruz Roja en la parte del corazón y allí, con mucha delicadeza y amor, la ayudaron a levantarse y la llevaron poco a poco hasta donde estaba la ambulancia.
Al cabo de tres semanas, la muchacha apareció en la casa de Juanfran y le trajo un gran regalo.
Un balón de baloncesto y le dió también un gran beso por todo lo que había hecho por ella aquel desagradable día.
Postdata: La ilusión de un niño y las ganas de hacer el bien de los miembros de la Cruz Roja, forjan mucha ayuda necesaria a nuestra querida humanidad