Perdonen mi intolerancia, pero creo que la muerte y la tranquilidad no van asociadas. Sin embargo, nos llega la noticia de que Ray Liotta -ese malo tan bueno- nos ha dejado en mitad del sueño, como ya hizo en tiempos memorables el más grande que fue Alberti. En mitad del sueño- decía Asunción Mateos, su viuda- que murió, entre vapores de fiebre y revoltijo de sábanas blancas. Pero hay sueños que se convierten en pesadillas, si no que se lo digan a los padres de Marta del Castillo, que no sé cómo aguantan tanta inquina del destino.
Ahora el Cuco se desdice de lo que negaba, pero que siempre supimos todos, que estaba cuando decía que no. Y su madre le ha acompañado al banquillo, lo mismo que quería acompañarlo a entrevistas y aplausos. Hay gente que comercializa cualquier cosa, hasta la carroña del esófago, pero bueno ya deberíamos estar acostumbrados los que queremos saber dónde está Marta para que esos padres puedan descansar tranquilos.
Queremos llorarla en paz, sin cámaras -ni periodistas- rebuscando la noticia bajo la alfombra, sin dudas -ni cavilaciones- de qué fue lo que le pudo pasarle.
No sabemos si será la Justicia (con esa mayúscula que nos sale altanera y esperanzada al mismo tiempo) la que dará con la solución definitiva a esta llaga que se dilata en el tiempo, crucificándonos con meses y años de mentiras y más mentiras.
Sevilla es cruda para matar a niñas que aún no habían destemplado el alma, con ríos que solo es uno y puentes que se hilvanan- uno tras otro- como pespunte de traje de faralaes.
Sevilla es una cría asustada y perdida, de la que no se sabe nada porque no se hizo mayor, sino que le robaron esencia y existencia esos cobardes que jamás reconocen el mucho daño que han hecho. Son los de los tiros a la espalda, los de las carreras ante la policía, los de guante marrón como barro de río emponzoñado los que ahora nos traen la cabeza perdía y la mirada rota porque estamos de nuevo a las puerta de los Juzgados clamando por lo que siempre fue nuestro.
Marta no se nos escabulle del pensamiento, ni del recuerdo, ni de la llama que siempre fue el que nos importaba como nuestra, como la niña de todos a la que nos quitaron y aun no nos han devuelto. Por eso que el Cuco haya cambiado de imagen, que su madre esté o no a su lado, que tanta patraña vuelva a la palestra de páginas de rotativos y noticia on line, no nos siegan las ganas de gritar a venas batientes porque lo cierto es que lleva demasiado sin estar y parece que nadie le puede dar lo que merece.
Es la muerte una condición esencial del ser humano, pero no podemos elegir ni la hora, ni el mes, ni el año. Mucho menos cómo va a suceder. Excepto quizás aquellos que se suicidan. Pero muchas veces ni ellos mismos, porque la vida es puñetera cuando le quieres dar la patada en el culo. Pero lo de esta niña con las ideas sin despuntar, con tanto por taconear, con tantas Ferias por vestirse, tantos estudios por comenzar, tantas sonrisas por regalar, se nos quedó anclada en el pasado transmutándose como ese río que navega sobre sí mismo, evolucionando y volviendo a la actualidad desgarrada de no saber qué fue lo que paso.
El Cuco siempre me dio mala espina. No se olviden que antes que comentarista soy madre y lo de Marta… su desaparición, la búsqueda, la intriga y la no resolución, me dio de lleno escribiendo. La cara de los padres, la desesperación del abuelo, esa familia tan de todos y su dolor, se me fue por la médula hasta quedarse en ella. Creo que a todos nos pasó igual, porque todos queremos que se resuelva, que alguien tenga bemoles para decir qué fue lo ocurrió aquella noche tan mala. Porque los sueños se hacen pesadillas y no hay muerte tranquila, ni en casa, porque unos padres necesitan saber y encontrar, como lo necesitamos todos. Cerrar página y enterrarla, teniendo un sitio para encontrarla y reverdecer ese amor que nunca se muere, como el río puenteado de pasarelas que lo anillan a la realidad.