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El Molino, una saga que amasa solidaridad desde hace un siglo

Un viaje en barco de Bernabé Ríos desde Buenos Aires cortó las raíces migratorias después de un lustro con María. Regresaron a Ceuta, idearon una tienda de comestibles en Benzú, aunque se harían panaderos. Fue el germen del negocio del afamado pan de Ceuta, El Molino en el Recinto. La saga de los bernabés va ya por la cuarta generación.

Raúl, el bisnieto, estaba ayer de guardia y al frente de todo en el negocio familiar. Nos abre las puertas porque el último Bernabé, su primo, descansaba. Ambos se alternan los fines de semana. Serán los herederos, cuando el tercer Bernabé, el gran jefe, recoja los bártulos.

Bajo secreto de sumario guarda la receta del éxito. Es un clan muy trabajador y agradecido. Por eso, desde hace medio siglo, dona los 5.000 bollitos de pan que se reparten en la ermita de San Antonio como culminación de la romería. Una semana antes se consagra, ya que no es para consumición.

La conversación resultó amena. Cuajó con anécdotas y afirmaciones inconfesables. El hermano de Raúl se mudó a Sevilla. Es el eslabón perdido. Se casó con Belén, esperan a su primer vástago, que se bautizará como Álvaro, y resulta que la esposa es intolerante al gluten. En casa de herrero (panadero)…


Juanma, primo de Raúl y del Bernabé que lleva la contabilidad, también se desvió del camino harinero y estudia Administración De Empresas (ADE). No se descarta que regrese a la senda para proseguir la modernización de una empresa que arrancó como manda la tradición, con un molino hace 95 años.

Bernabé Ríos, hijo del emigrante en Argentina, heredó el negocio en el Recinto con su esposa Amalia para trabajar frente al mar y disfrutar las vistas de una frontera conflictiva. En un punto lejano se vislumbra Castillejos, el gran escaparate de la ropa y el calzado para amantes de las marcas. La brisa es agradable en la terraza, pero el poniente es maligno. “Cerramos las puertas porque seca el pan. La pena es que aumenta el calor de la zona de los hornos y los empleados sufre altas temperaturas”, puntualizó Raúl, que tiene parecido a su abuelo.

Terna de corazones

El Molino tiene en nómina a 17 empleados, incluidos todos los allegados. Es una especie de cooperativa de la que emana buen ambiente. Con razón, su pan sabe tan apetitoso. Hassan no labora el domingo, pero está en el pensamiento de todos. “Es el corazón de la empresa. Es imprescindible. Sin él, no sé qué haríamos”, explica Raúl, que no paró de insistir en la terna que conforman este maestro de masa, Hassan, Pepe, que se deleita con el turno de noche, y el tío Bernabé.

Raúl es la personificación de la bondad. Iba para abogado, pero se incorporó con entusiasmo a El Molino, que es su vida. Aprendió el oficio desde la base. Estuvo cuatro años con madrugones desde las cinco y media de la mañana. Fue escalando y ya está cerca de la cúspide.

Comparte generación con Abubakr. De tanto acudir a pedir pan al establecimiento, en el que también se vende al por menor, se quedó a trabajar para manejar el horno, un modelo clásico de los que ya no se funden y que es uno de los misterios de su excelente cocción. Los Castaño, de Sevilla, tienen la respuesta, como la empresa que les suministra la harina, también hispalense.

En estas entrañas está entre semana Nati, la madre de Raúl, aunque en la oficina. Y añoran al tío Juan Carlos, ya retirado. Es una familia humilde y experta en afrontar adversidades.


“Lo daría todo por los ciudadanos de Ceuta porque somos muy felices en la panificadora”, se confiesa Raúl, que no para de dar consignas, atender compradores o sacar facturas de un ordenador que está a tope. Ahmed, Abdelila, que se encarga de las rústicas y las piezas especiales, Mohamed, por partida doble, o Karim se han ido sumando a la familia.

Planean ganar una planta al edificio para doblar la producción, que sigue una cadena minuciosa en la elaboración: harina, agua, sal, kimo (para que suba el pan), levadura y la masa madre final para remover antes de amasar.

Casi 150 clientes reciben con puntualidad los sacos de panes. Tarek, uno de los repartidores en la calle Sargento Mena, es el causante de esta historia para un aprendiz caballa.

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