Las cajas de fruta sirven para hacer la madera del casco, los botes vacíos de cartón para las chimeneas, pinceles que ya no se utilizan para los mástiles, los envases de plástico para la decoración, los trozos de latón para las hélices y la tela de la ropa para las velas. Los modelistas navales usan cualquier material que se imaginen para construir un pequeño barco, a escala y navegable.
Muchas de estas embarcaciones también pueden hacerse mediante kits, piezas por fascículos o encargos de internet. Pero el fabricarlo de esta manera tiene dos pegas: las creaciones no están preparadas para navegar y no existe la sensación de orgullo de haber creado algo desde cero.
El modelismo naval artesanal no es solo un pasatiempo: es todo un arte que requiere muchas horas de trabajo diario y cuidar hasta el más mínimo detalle. Tiempo y perfeccionismo para que este grupo de aficionados puedan navegar con sus barcos. Los viernes por la noche estos amigos acuden a los lagos del Parque Marítimo del Mediterráneo para ‘navegar’, compartir consejos de fabricación y presumir de sus trabajos.
José María Díaz es uno de estos aficionados. Ya jubilado, dedica todo su tiempo en crear nuevas maquetas, restaurar las que ya tiene y en recibir encargos de propietarios de embarcaciones.
“Empecé muy jovencito con la idea de los barcos estáticos [que no navegan] con 13 años. Los primeros barcos que podían navegar se hundían, no estaban preparados y yo no tenía las técnicas y la tecnología de hoy”, explica este caballa. Poco a poco, gracias al conocimiento compartido de internet, “vi cómo se debía construir el barco, los materiales que debía utilizar y fui madurando”.
Los barcos de Díaz están basados en fotografías de embarcaciones que ya no existen, por lo que no existe un kit de montaje. Según explica, sus fabricaciones están adaptadas para la navegación gracias a los cálculos que realiza en el taller de su casa. “Aquí tenemos uno de ellos. El barco está perfectamente equilibrado, navega y por supuesto no le entra agua”, explica, señalando su maqueta del barco de prácticos del Puerto de Ceuta.
En cuanto a materiales, busca reciclar cualquier cosa. “Madera de cajas de fruta, los pinceles como palos, el bote de polvo de talco para las chimeneas… Todo es un poco de creatividad según el barco. Con cualquier cosa que me encuentre me vale para el barco que, aunque al principio no tenga significado, yo empiezo a adaptarlo hasta que parece que es un kit de montaje”, detalla.
Este pasado viernes mostraba su maqueta del Virgen de África, un crucero transbordador que operó en la línea Ceuta-Algeciras hasta 1986. Díaz pudo disfrutar el viernes de una navegación con este pequeño barco tras una completa restauración, ya que anteriormente descubrió pequeñas entradas de agua en el casco.
“No hay kit de montaje de estos barcos. A través de fotografías y planos originales que hemos encontrado por internet he buscado la manera de hacer un diseño para que más o menos navegue, muy parecido al Virgen de África. Y efectivamente, el barco está navegando”, cuenta, unos pocos segundos después de haberlo colocado en el lago del Parque.
¿Y cuánto tiempo se invierte en estas pequeñas obras de arte? En el caso de Díaz, que prefiere hacerlo todo sin maquinaria específica, el Virgen de África ha costado 10 meses de labores, con cuatro o cinco horas de trabajo diario. Otras maquetas han llegado a los dos años, como es el caso de su Titanic de 1,60 metros de eslora; u ocho meses para fabricar la Perla Negra, la embarcación de la película ‘Piratas del Caribe’ de la que no hay planos originales.
Este aficionado desconoce cuántos barcos ha fabricado. “Dejé de contar cuando llegué al cupo de los 180 barcos”, narra, explicando que muchos pescadores locales le encargaban maquetas de sus propios navíos. “A través de una foto sacaba su barco. Me gustaba tanto, la voz corría y siempre tenía trabajo en mi taller. Y aún sigo teniendo”.
Muchas de las maquetas hechas por Díaz son de barcos que perecieron, que sufrieron algún accidente o que fueron derribadas. Es el caso del Guadalete, un dragaminas que se hundió en el Estrecho de Gibraltar en 1954 y que se llevó a las profundidades la vida de 34 tripulantes.
“Me llamó el jefe de la Policía Local diciendo que cómo era posible que yo tuviera el Guadalete. Le dije que es un barco que me encantaba y me respondió perplejo, ‘no, es que encima navega’”, cuenta entusiasmado. Este agente de Ceuta le puso en contacto con un comandante de la Armada en Madrid. En cuanto este militar vino a la ciudad autónoma, “vio el barco y se enamoró de él”.
Pero la historia toma un cariz más emotivo cuando dos de los supervivientes de este naufragio, el más grave de la Armada en tiempos de paz, también se emocionaron y vieron que estaba perfecto. “Bueno, solo faltaba un bote que tenía el barco original, de aluminio y que se salvaron de ahí 13 personas”, concluye.