Debía contar solamente unos siete u ocho años, cuando mi padre me leyó un poema que me impresionó. Mi sensibilidad, aunque todavía infantil, captó el precioso homenaje a unos ojos y la súplica de recibir −aunque fuesen airados− una mirada. Desde ese momento, que agradezco a mi progenitor, me convertí en un rendido admirador de la belleza de los ojos, de sus misterios y del lenguaje que son capaces de transmitir. El poema en cuestión era Madrigal, del sevillano Gutierre de Cetina, una de las más bellas poesías de la literatura española que, combinando heptasílabos y endecasílabos, comenzaba:“Ojos claros, serenos...”. El autor, según los criterios más aceptados, nació en 1520 y murió en México en 1557, fue un militar sempiterno enamorado − Dórida, Amarilida, María de Mendoza y sobre todo la condesa Laura Gonzaga, a la que parece ser está dedicado el madrigal− que bebió y se inspiró para sus creaciones literarias en Petrarca, Garcilaso e incluso en Ausias March. Nos dejó esa hermosa obra de arte que, al menos en mí, causó una honda impresión que ha permanecido a lo largo de mi vida.
Otros muchos poetas y escritores han rendido homenaje y encontrado inspiración en los ojos. La relación sería interminable, pero por citar alguno con cuyas creaciones he disfrutado: Pablo Neruda, en Mis ojos:”Ya no se encantarán mis ojos en tus ojos, ya no endulzaré junto a ti mi dolor…” o en Bella:”… mi patria está en tus ojos, yo camino por ellos…”, Octavio Paz en Tus ojos: “Tus ojos son la patria del relámpago y de la lágrima…”, Juan Ramón Jiménez en Ojos de Ayer o Miguel de Unamuno en Hay ojos que miran- hay ojos que sueñan y en Veré por ti. El ya maduro Luis de Góngora, respondiendo al jovenzuelo provocador Francisco de Quevedo, que le ataca, emplea un tono escatológico: “Prestádselos un rato a mi ojo ciego, porque a luz saque ciertos versos flojos…”
En 1861 el romántico Gustavo Adolfo Bécquer, recogió en sus Leyendas la narración Los Ojos Verdes. El título tuvo su homónimo en la canción, con la copla del maestro Quiroga y letra de León y Valverde, Ojos Verdes. Bert Kaempfert compuso Spanish Eyes, conocida como Los ojos de la española u Ojos de España que ha sido interpretada por multitud de interpretes, entre ellos Engelbert Humperdinck, Al Martino, Plácido Domingo, Matt Monro, Ray Conniff o Los Panchos.
En la cinematografía también es frecuente el tema de los ojos. Concretamente, por la impresión que me produjo la primera vez que la presencié y que me sigue impresionando cada vez que la veo, debo citar la secuencia de la navaja seccionando un ojo en el cortometraje de Luis Buñuel y Salvador Dalí, Un perro andaluz, de 1928. No obstante, tranquiliza saber que los surrealistas autores utilizaron el ojo de un ejemplar vacuno, adquirido en una carnicería de París. Por su carácter testimonial en el cine, debe citarse la teoría del soviético Dziga Vertov, a finales de 1919, que tituló Cine-Ojo (Kino Glaz) y que aboga por la captación de la realidad espontáneamente, sin artificios, efectos y actores profesionales.
Inspirándome en el tema origen del articulo y de ahí su título, se me ocurre hacer una mirada a muchos aspectos o situaciones de todo tipo −sin carácter exhaustivo, por supuesto− que se titulan o tienen que ver con el vocablo ojos.
El tramo medio de uno de los ríos más importantes de España ha contado con los llamados Ojos del Guadiana, en el término municipal de Villarrubia de los Ojos (Ciudad Real). Son un conjunto de manantiales o humedales de descarga que inundaban las tierras y se asimilaba al surgimiento de un Guadiana que circulaba subterráneo. Victor de la Serna los describió en 1953 como “los ojos verdes del Guadiana”. Lamentablemente la sobreexplotación del acuífero los ha desecado a partir de 1983 y aunque resurgieron en 2012, los Ojos han vuelto a cerrarse, quizá definitivamente.
Doctrinas teosofistas − la sabiduría divina− y algunas religiones y culturas defienden la existencia de un Tercer Ojo. Algunas argumentan que quizá existía en el hombre en la parte posterior de la cabeza, pero desapareció convirtiéndose en la glándula pineal. El tercer ojo permite acceder a estados superiores de consciencia−una especie de sexto sentido− que hace visibles y entendibles conceptos y cosas que no pueden ser apreciadas por los ojos físicos.
Una creencia popular ligada con las supersticiones es el llamado Mal de Ojo. Se basa en que la energía que puede tener una mirada, generaría en quien la recibe consecuencias negativas mentales o físicas. El origen de esta maldad se relaciona normalmente con la envidia, los celos o los malos deseos hacia la persona afectada.
Cuando se dan bajas presiones en aguas cálidas, empiezan a circular fuertes corrientes de aire que constituyen los huracanes. Esos vientos al dirigirse hacia adentro y arriba crean un centro de bajas presiones de forma circular que se denomina Ojo del Huracán. Está rodeado por cumulonimbus, peligrosas nubes de tormenta, que constituyen la pared del ojo, con fuertes vientos. El Ojo del huracán suele tener de 30 a 60 km de diámetro y es una zona sin nubes, aparente calma, presión baja y temperatura más alta. Ahí reside el peligro, ya que en el ojo reina una situación agradable que puede hacer pensar que el peligro ha pasado. Craso error, porque es precisamente cuando llegan las nubes y los vientos de la pared, cuando la intensidad del huracán es más fuerte y destructiva.
Los evangelistas Mateo 19-24, Marcos 10-25 y Lucas 18-25, recogen la palabra de Jesús de Nazaret: “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los Cielos”. Parece ser que en el medievo, sin mucha base arqueológica o histórica, nació la interpretación que en las ciudades amuralladas, junto a las grandes puertas de entrada, existía otra más pequeña, para personas, que se denominaban”Ojo de aguja”. De cualquier forma, el término ojo tiene protagonismo.
En medicina, aunque ya extrapolada a otras actividades, se califica con la expresión Ojo Clínico a la capacidad, intuitiva, no exactamente científica, de realizar un diagnóstico acertado de una enfermedad, dolencia o situación. Cuando se toma una decisión −normalmente de cálculo o de dimensionamiento− por tanteo, sin toma de medidas o datos, se suele decir que se ha hecho a “Ojo de buen cubero”. La expresión parecer estar ligada a los antiguos artesanos fabricantes de cubas de vino, que ajustaban las dimensiones de las mismas de una forma empírica, sin mediciones o cálculos prefijados.
En muchas personas, por el uso de calzado estrecho u otras causas, el rozamiento de los dedos de los pies ocasiona entre ellos una lesión blanda de aspecto blanquecino, con un núcleo redondo y rojizo. Aunque se denomina clínicamente como heloma interdigital, popularmente se le nombra como Ojo de Gallo. También a una planta originaria de México y Guatemala −Sanvitalia procumbens− se le llama Ojo de Gallo y recibe el mismo nombre popular el hongo mycena citricolor, que afecta a las plantas de café.
Existen muchas curiosidades con referencias a los ojos, por ejemplo que, en los humanos, permanecen con el mismo tamaño desde que nacemos hasta que morimos y que los tenemos cerrados, en la vigilia, un 10% del tiempo a causa de las más de 14.000 veces al día que parpadeamos.
Los cocodrilos y los delfines − estos para tener la mitad de su cerebro funcionando− pueden dormir con un ojo abierto. Los camaleones pueden ver simultáneamente en varias direcciones. Los peces, las serpientes y los insectos no tienen párpados y los camellos tienen tres. Los ojos del avestruz son mayores que su cerebro y los de los búhos son los más grandes de las aves.
Recordando a Gutierre de Cetina que inició su Madrigal: “Ojos claros...” y comprobando que se investiga en lo más insólito, leí en la prestigiosa revista The American Journal of Medical Genetics, un artículo científico − de genetistas de la Universidad de Vermont (EEUU)− concluyendo que las personas de ojos claros, en general, tienen un mayor riesgo de convertirse en alcohólicos que las personas de ojos oscuros.
Tras este breve paseo por el variado universo de los ojos, me parece oportuno acabar con un hermoso proverbio árabe, a tono con la cuestión:”Quien no comprende una mirada, tampoco comprenderá una larga explicación”.
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