Marruecos se siente eufórico. Su diplomacia se ha apuntado un éxito tras su elección como miembro del Consejo de Seguridad de la ONU para el bienio 2012-13. Y mientras aquí, en España, nuestra economía hace estragos, el vecino saca también pecho con su crecimiento de casi un 5% anual.
Marruecos no es una democracia en toda la regla, pero su régimen es el más deseable para nuestro entorno, visto lo que se cuece en otros países árabes. El peligro del islamismo radical en el reino es evidente. Se dice que algunos de estos radicales han buscado refugio en nuestra ciudad y más concretamente en esa barriada del Príncipe en la que todo es posible.
Ahora, al igual que en España, Marruecos celebrará también sus elecciones. Justo cinco días después, tras la aprobación de su nueva Constitución que recorta los poderes del rey y establece la dependencia del ejecutivo del Parlamento. Un avance más, quizá al mínimo, pero siempre deseable en el difícil camino hacia la plena democratización del país.
Rabat y Madrid contemplan con expectación e inquietud ambos comicios, cual caja de Pandora se tratara. El triunfo de la facción moderada de los islamistas sería un motivo de preocupación para España. Marruecos, a su vez, ve con recelo la probable victoria del PP. La sombra de Perejil todavía no ha desaparecido del país. Baste recordar la manifestación de Casablanca de hace meses contra el Partido Popular.
Mucho tiene que ver en este sentido la visita de la ministra Trinidad Jiménez. A decir de fuentes de Exteriores, para “blindar” las buenas relaciones ante los cambios que se vislumbran en el horizonte político, pero pasando por alto el problema de las extorsiones que sufren empresarios españoles en Marruecos, hasta el extremo de retornar arruinados, según denuncia el presidente de los afectados, Fernando Arratia.
“Es una extorsión sistemática y premeditada por determinados individuos dentro de Marruecos, los cuales están protegidos, y a lo que la señora ministra llama ‘casos aislados’ ahora mismo sobrepasamos los 20 empresarios, que con una serie de proyectos que pueden estar superando los 100 millones de euros”, asegura Arratia, que acusa a personajes como Anaas Sifruini, unos de los grandes constructores marroquíes, a miembros de la Administración y al colegio de abogados de Rabat estar detrás de toda esta trama.
“Sin orden judicial han entrado dentro de las instalaciones, se han hecho dueños de ellas, tanto de materiales como de bienes de equipo y todos aquellos que se han opuesto a esta entrada han sido agredidos físicamente”, contaba ante las cámaras de Intereconomía TV.
También, en Europa Press, Arratia ha aludido los casos de ‘Crotalón’ que perdió los avales para una obra que ahora realizará una empresa marroquí; el de ‘Torreblanca’, la constructora a la que le fueron arrebatadas las viviendas públicas que levantaba en Tánger, junto con todo el material, cuando faltaba el 20 por ciento para su conclusión, por parte de la empresa ‘Addoha’, “sin orden judicial”, “siendo golpeado el personal español, en algunos casos con traumatismos cráneo encefálicos”. O el de ‘Occibelia’, que tres años después de levantar un complejo turístico de lujo en esa ciudad, vio demoler dos de sus edificios por orden de la wilaya sin la menor negociación.
Por más que la ministra de Exteriores defendiera esta semana en Rabat, ante un grupo de empresarios españoles, “las oportunidades de negocio” que se abren en el país y calificar de “casos aislados” estas denuncias, lo cierto es que, aún en estos tiempos, invertir en Marruecos parece asunto arriesgado.
Desde Ceuta vivimos muy de cerca los casos de españoles que, tras la independencia, tuvieron que repatriarse con lo puesto. Muchos de ellos forzados a abandonar sus negocios, sus tierras o sus propiedades ante las arbitrariedades cometidas por las autoridades marroquíes, especialmente después del triste Dair de la marroquización de Hassan II, por el que fueron nacionalizadas y expropiadas 22.000 hectáreas de tierra a agricultores españoles, y se obligó a las empresas extranjeras a tener un socio marroquí al 51 por ciento, en la inmensa mayoría de los casos sin capital. Socios que, a la postre, terminaron quedándose en solitario con los negocios.
Si se permiten las comparaciones, la historia parece repetirse. Mientras se continúe tropezando con la inseguridad jurídica y la corrupción, invertir en Marruecos resulta un asunto complicado. Más aún sin el respaldo del gobierno español.