Aquel presidente no toleraba la más mínima crítica a su gestión. Era superior a sus fuerzas. Él se consideraba un auténtico Mesías, cuyas decisiones no podían ser cuestionadas.
Aquellas noticias que comprometían su visión de la sociedad, simplemente eran calificadas de bulos, cuando no de invenciones y mentiras de los medios enemigos.
Había comprado a gran parte de los medios de comunicación pero quedaban reductos rebeldes que se resistían a no seguir el discurso oficial.
Así que creó un Ministerio de la Verdad, que en el fondo era un Ministerio de la Censura.
Ya no sólo bastaba con regar con subvenciones públicas a los medios más afines, sino que ese Ministerio tendría la potestad sancionadora para multar a las empresas díscolas, amén de embargar sus tiradas a nivel nacional.
Y por supuesto, se arrojaría la competencia penal para cerrar, indefinidamente, los canales de los periodistas en redes digitales que propagaran noticias calificadas como subversivas por los funcionarios del recién creado Ministerio.
A través de un Decreto Ley, la CENSURA se convertía en un problema simplemente administrativo, hurtando la intervención de los Jueces.
Era el primer paso para una Dictadura, que cercenaba de un plumazo la Libertad de Prensa y la Libertad Civil.
Al mirarse cada mañana al espejo, se veía como el “Hijo de la Democracia” y repetía para sí:
- YO soy la Verdad y la Justicia. El que crea en mí, será espléndidamente subvencionado y el que se resista, arderá en el Infierno de mis fiscales.
P.D. Cualquier parecido con la realidad será porque aún quedan ciudadanos LIBRES.