La Cruz Roja de Ceuta remitió ayer a la Ciudad Autónoma el trabajo de campo que, a petición de la Consejería de Sanidad del Gobierno local, ha desarrollado durante diez días con un equipo de voluntarios con formación sanitaria en los asentamientos donde vive la mayoría de los adultos y menores marroquíes que accedió irregularmente a la ciudad a mediados de mayo y que continúa aquí en situación de calle sobreviviendo gracias a la solidaridad de los caballas y con lo que recogen en los contenedores.
Sufian, Sara, María, Mustafa, Ana, Sandra, Isa y Germinal formaron anteayer al caer el sol los dos equipos de la institución humanitaria que realizaron la última ronda de visitas que ha permitido contactar con unas 850 personas del país vecino, la mitad del total que se calcula que puede encontrarse actualmente en la ciudad sin techo, para conocer su estado de salud, prestarles atención médica de urgencia en caso de enfermedad o heridas, conocer sus necesidades básicas y explorar su disposición a aceptar cobijo en las naves del Tarajal que dejará libres SAMU según vaya ejecutando el traslado de los niños y adolescentes allí acogidos al entorno de Piniers.
‘El Faro’ acompañó a los voluntarios a distintos puntos de la ciudad como las escolleras del puerto, los acantilados de Recinto o los alrededores del ‘Mercadona’ de Loma Colmenar, áreas en las que según cada caso se concentran entre una treintena y más de un centenar de menores y adultos, habitualmente organizados en paupérrimas cabañuelas montadas a base de palés de madera y cualquier otro elemento recogido de la basura en los que se hacinan hasta media docena de personas por habitáculo.
No se ha detectado la presencia en esa situación de migrantes de origen subsahariano ni mujeres. Todos son nacionales del Reino alauita, la mayoría con entre 20 y 30 años, aunque según el lugar se puede encontrar también jóvenes desde 15 y mayores con hasta más de 50.
Cruz Roja sólo ha encontrado n esta radiografía de la cara más cruda de la crisis humanitaria dos casos de escabiosis (sarna) tras preguntar en cada rincón por si alguien tiene (o conoce a alguien que sufra) “pica-pica”. “¿Tos?”, interpelan por rastro de tuberculosis en un colectivo preocupado por su higiene. El estado de salud general parece, a pesar de las circunstancias de extrema penuria, razonablemente bueno. Los voluntarios reparten mascarillas y medicamentos si hay prescripción médica de por medio. También escuchan, otra forma de consolar. “Di de beber a unos, refresqué con agua las heridas de otros y consolé a los agonizantes”, dejó escrito su fundador, Henri Dunant. “¿Cómo coméis? ¿Dónde bebéis? ¿Cómo os aseáis?”, se interesan.
Los marroquíes se quejan del frío de la noche y de algunas heridas. “Este no es lugar para vivir”, les advierten a pie de costa. “¡A Marruecos no!”, advierten al ser invitados a aceptar guarecerse en el Tarajal cuando se abra el recurso, algo que se espera poder hacer de inmediato. Cuando saben que el trabajo de la institución humanitaria no tiene nada que ver con prospecciones policiales para posibles expulsiones, aunque sólo sea tentados por dormir en una litera a cubierto con atención sanitaria en condiciones dicen que sí, que irían.
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