La primera de las dos operaciones necesarias está fijada para el día 3 de abril en la malagueña Clínica del Ángel. Ferrer se pondrá en manos del microcirujano Gabino de Diego Aranda
La sonrisa que brota de entre sus labios esconde tras de sí seis meses de sufrimiento. Un gesto que se parece mucho al que, a diario, utiliza como escudo ante las decenas de conocidos que, cada pocos metros, le paran para interesarse por su estado de salud. “No es plan de estar todo el día dando pena, ¿verdad? No puedo ir contándole mi vida a todo el mundo, así que cuando te preguntan que tal estás dices que bien, haces un par de bromas y te lo guardas dentro”. Muchas cosas han cambiado en la vida del policía nacional Juan Ferrer desde la madrugada del 15 de septiembre. Esa es la fecha en la que volvió a nacer después de que, alertado por la propietaria del Complejo Rural Miguel de Luque en el que reside desde hace seis años, se enfrentó a un cliente que pretendía robar en la cafetería del negocio. Recibió un navajazo en el cuello y otro en la mano izquierda que le destrozó los tendones.
Desde entonces ha adelgazado 17 kilos y su ánimo, siempre jovial y optimista, se ha venido abajo por momentos. “Entiendo que lo mío no es lo peor, que hay quienes tienen un accidente de coche y pierden un pie o un brazo, que tengo que estar muy agradecido simplemente por estar vivo, pero dentro de mí me noto impotente, le doy vueltas a la cabeza, apenas duermo por las noches...”, cuenta. A su lado siempre su mujer, Susana. Ella es quien abre el cajón de las pastillas y nos explica que, a diario, Juan debe tomar como mínimo siete de ellas para sobrellevar el dolor que le nace del codo izquierdo y le llega hasta la palma de la mano. Esa que está visiblemente hinchada. “La he tenido mucho peor que ahora”, comenta. Esa parte de su cuerpo está salpicada por tres o cuatro quemaduras que él mismo se ha hecho sin querer al aguantar uno de las decenas de cigarrillos que fuma a diario. La sensibilidad en tres de sus cinco dedos es una. En los otros dos, casi imperceptible.
Esa mano, la izquierda, es su principal caballo de batalla. Y no se piensa rendir. Máxime ahora que, en la figura del médico Gabino de Diego Aranda, ha recuperado la esperanza. Este especialista en microcirugía de la muñeca y la mano será quien, el 3 de abril, le realice la primera de las dos operaciones que, según le han explicado, necesita para recuperar como máximo el 40% de la movilidad de la mano. “Un 60% está descartado por completo”, lamenta Ferrer. Esta primera intervención es la menos complicada y se centrará en la zona que comprende desde el codo hasta la muñeca. “Dicen que tenemos una especie de caja en el codo desde donde parten los tendones, así que me tienen que meter una especie de tubo para canalizarlos hasta la muñeca”, informa con la mesa fumadora del comedor repleta de informes médicos. Tras ese primer paso, en un plazo de entre dos y cuatro semanas, le realizarán la segunda operación centrada en la mano donde habrán de realizarle varios injertos. “Hay que hacerlas cuanto antes, pues a mayor tiempo más se endurece el callo. En realidad lo ideal sería hacer las dos operaciones al mismo tiempo, pero como es una zona tan sensible, con tantas venas, les da miedo que se me cree una hemorragia”.
Hasta llegar a este punto han sido varios los despachos médicos en los que han analizado su caso. Incluso visitó, en Valencia, al archiconocido doctor Cavadas, experto en Microcirugía y Cirugía Reconstructiva. “El doctor que me va a operar nos trató muy bien, salió a atenderme en cuanto un compañero le comentó el caso y me hizo varias pruebas con corrientes y agujas”, narra el policía.
Las siete pastillas diarias también le ayudan a sobrellevar el dolor que tiene en la cicatriz del cuello. “Como los médicos fueron a salvarme la vida, por lo que jamás se me ocurriría hablar mal de quienes me atendieron en ese momento, me cosieron los tendones con la carne y, con el tiempo, se me ha generado un nudo, un callo que es muy doloroso”, afirma. De hecho, transcurren varias horas desde que se levanta para poder enderezar el cuello por completo. “Es como un chicle”, compara, “una vez que termine con el asunto de la mano la idea es entrar en quirófano para arreglar esto”.
Juan esperaba una jubilación tranquila junto a su mujer. Sin hijos, sin deudas, sin preocupaciones... “Ya habíamos hablado de vender el coche y la moto, comprar una autocaravana y viajar durante uno o dos años por donde quisiéramos para, después, volver a Ceuta o quedarnos en cualquier otro lugar”, dice, “ahora la vida me ha dado un vuelco total, estoy todo el día metido en casa”. Ya ha asumido que no podrá volver a pilotar su moto. Está en la puerta de casa, tapada desde aquella fatídica noche. “Ahora la quiero vender, si sabéis de alguien...”, bromea. Su intención era haberse jubilado a los 55 años (ahora tiene 56), aunque su pasión por el trabajo que desempeñaba durante sus patrullas por el centro de la ciudad le hacía replantearse la decisión. “No me terminaba de decidir porque mi trabajo me gustaba, me lo pasaba bien porque era un servicio muy agradable, de cara al público”, reconoce.
Más allá de pasar por los comercios con su moto, Ferrer siempre la aparcaba y entraba en los establecimientos: “Por eso cuando me veían no decían ‘ha pasado la Policía en moto’, sino que acabo de ver pasar a Juan”. Se ganaba a pulso el cariño que ahora todo el mundo le manifiesta. Se saben arropados y eso siempre es motivo de tranquilidad. No solo cuentan con decenas de conocidos, sino también con un buen puñado de amigos que continúan apoyándoles y de una familia, la del desaparecido Miguel de Luque, en la que llevan años plenamente integrados. De ahí que la esperanza de Juan no solo sea el doctor de Diego, sino también esa pequeña de apenas tres meses llamada Lucía, nieta de Conchi, la propietaria del complejo, y que les ha devuelto a todos la ilusión. Cuando Juan estuvo a punto de perder la vida Lucía crecía ajena a todo lo que sucedía en el vientre de su madre. Hoy ver crecer a “mi niña” se ha convertido en uno de los principales motivos de Juan para continuar luchando. “No me voy a rendir. Soy muy tozudo”.
“Los jefes me han demostrado que, ante todo, son mis compañeros”
Reconoce, sin paños calientes, que no lo esperaba. Quizás porque en los 34 años en que lleva trabajando dentro del Cuerpo Nacional de Policía (CNP) “me he encontrado jefes de todo tipo”. Sin embargo ahora, cuando le ha tocado atravesar el momento más difícil de su vida, nadie le ha dado la espalda dentro de la institución. “El jefe superior enseguida me dio su teléfono personal para que le llamase si necesitaba algo, igual que el delegado del Gobierno, ambos me llaman cada cierto tiempo para interesarse por cómo estoy y para animarme”, explica Ferrer notablemente emocionado. De sus palabras no se extrae ni un ápice de diplomacia. “No es por hacer la pelota, yo no soy de esa clase de personas, de veras”, asegura, “si fuera al contrario también lo diría. Los jefes me han demostrado en estos meses que, por encima de todo, antes que mis jefes son mis compañeros”. Idéntica sensación experimenta cuando, cada dos semanas, le toca renovar la baja médica y todo el mundo se preocupa por cómo está y le piden que, cuando llegue el momento de la operación, les avise. No hay duda de que tanto él como su mujer se sienten muy arropados. “La médico forense también me está dando todas las facilidades que están en su mano, hace unos días hablé con ella para adelantarle que ya tenía fecha para la operación y me dijo que no me preocupara, que me daría cita para la vuelta”, expone Ferrer, “todo el mundo sabe que estoy haciendo todo lo posible por recuperarme”. Un sentimiento positivo que, dentro de todo lo malo, le permite asegurarse de que en esta lucha hay mucha gente que está junto a él.
“He cogido miedo a salir sola a la calle”
No se puede entender la historia de Juan sin la historia de Susana. Ella presenció en primera persona la agresión, al igual que la propietaria del ‘Miguel de Luque’ y otros clientes del complejo. Y las huellas psicológicas de aquella noche continúan ahí. “Hasta ahora, cuando él ha estado peor, yo he estado más levantada, mejor de ánimo porque veía que él me necesitaba”, cuenta la esposa, “pero desde hace algunas semanas estoy bajo tratamiento psicológico bastante tocada”. En cuanto oscurece el miedo a salir a la calle se apodera de ella. Incluso el paseo vespertino con los tres perros que poseen debe realizarlo acompañada. “Tengo miedo de todo el mundo, miro constantemente para atrás...”, explica. Por todo ello el principal reclamo que Juan hace a la justicia es que dicte una orden de alejamiento del agresor, el marroquí nacionalizado suizo de nombre Yassine. “Él no venía a por mí, a mí se me encontró, pero aquella noche no sé qué le podría haber pasado a Conchi, a la abuela y a la niña que además estaba embarazada, no quiero ni pensarlo”, reflexiona Juan, “lo principal para mí es que ese señor, cuando salga de la cárcel tras cumplir la pena que se le imponga, no pueda acercarse por aquí jamás”.
Un suceso que conmovió a la ciudad y le valió un reconocimiento
Juan Ferrer ya habló con este medio 48 horas después de lo sucedido. Entonces, en su memoria se dibujaban de forma desordenadas las imágenes de aquella noche en la que, al grito de ‘Alto Policía’, intervino tras ser alertado por Conchi Sepúlveda, la propietaria del ‘Miguel de Luque’, cuando el agresor, Yassine, había entrado a robar. Dos días antes empresaria y cliente ya habían tenido un roce, así que el marroquí nacionalizado suizo quiso vengarse. Fue Susana, su esposa, quien atendió sus heridas en un primer momento, de gran gravedad, en especial el corte del cuello. Pocas semanas después, con motivo del Día del Cuerpo Nacional de Policía, Ferrer recibió un merecido reconocimiento durante un acto desarrollado en las Murallas Reales.
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