Desde primera hora de la mañana, la actividad comienza en el Mercado Central de Ceuta. El bullicio se concentra en la planta baja del edificio, donde los camiones llegan a descargar la mercancía: cajas de fruta, cestos con pan y pescado fresco recién traído de la lonja. Los descargadores, entre bromas, esperan en los puestos hasta ser avisados de que su proveedor ha llegado. Es en ese momento cuando empieza el trabajo, escaleras arriba y abajo en el caso del pescado, teniendo como fondo la playa de la Ribera. Las carretillas cargan todo lo que pueden para subir la fruta y la verdura a unos puestos que se preparan para ofrecer los productos más frescos de la ciudad.
Aún a puerta cerrada, el mercado guarda una gran actividad en su interior. Mientras los puestos colocan los productos y se preparan para abrir, la actividad se concentra en las cafeterías y bares del mercado, que también desde temprano empiezan a reunir a la mayoría del público que entra en la plaza gracias a los desayunos. Trabajadoras fronterizas que aprovechan para desayunar antes de empezar su jornada, así como otros empleados que también ven en el mercado el mejor lugar para la primera comida del día.
El mercado, tal y como lo cuentan los concesionarios, no es sólo un centro comercial sino un punto de encuentro para muchos, donde la gente de Ceuta, además de hacer sus compras diarias, se relaciona, se saluda y convive desde hace años, convirtiendo los mandados diarios en todo un ritual, que cada vez se pierde a causa de la importante competencia que mantienen las grandes superficies.
La alegría que años atrás reinaba en los pasillos del mercado, ahora se traduce en puestos cerrados porque sus concesionarios no pueden hacer frente a los gastos. La tradición de ira comprar día a día los productos frescos se contrapone a la vida moderna, que premia las facilidades de un supermercado en detrimento, quizás, de la frescura y la calidad del producto.
El mercado, como los mismos vendedores asumen, ha cambiado mucho. La vida en él mengua, mientras que las grandes superficies ven en Ceuta un nicho de mercado aún por explotar.
Es un síntoma que se ve reflejado no sólo en el mercado Central, sino en los otros cinco que están repartidos por toda la ciudad: Terrones, Real 90, San José, Manzanera y O’Donnell. Entre los seis suman 442 puestos de venta, de los cuales, según datos de la Ciudad, el 18% están vacantes. Más en detalle, el Gobierno local desglosa que mercados como los de Manzanera y O’Donell se mantienen a un 100% de su actividad, sin ningún puesto vacante, mientras que en otros, como el de San José, la ocupación supera el 73%, mismo porcentaje que el mercado de Real 90. En Terrones alcanza el 75% y en el Central el último censo elaborado por los empleados municipales cifra en 189 los puestos ocupados frente a los 30 que se mantienen vacíos.
Pese a ser las cifras oficiales, la imagen de los mercados es muy diferente. Tanto el Central como el de San José lucen con un gran número de puestos vacíos, prevaleciendo las cortinas bajadas a la venta. Para solventar esta situación, la Ciudad ha estado trabajando en un nuevo reglamento de mercados donde uno de los principales aspectos es la regulación para modificar el número de puestos destinados a la venta que no sean únicamente de alimentación. El pasado 15 de enero salió a consulta pública con la finalidad de poder hacer modificaciones para la elaboración del texto final.
Los comerciantes piden una solución para intentar evitar la desaparición de los mercados de la ciudad. Piden un impulso al comercio tradicional, a la economía local que se abastece de la venta diaria de estos puntos de encuentro que no sólo se centran en la venta, sino que se han convertido en lugares de reunión que reflejan la vida de las ciudades.
El Bar La Perla, como muchos de los negocios del mercado, pasó de padre a hijo. En este caso a Francisco Javier Fernández Pozo, que tras jubilarse su padre, hace ya 32 años, se quedó con este bar que se ha convertido en todo un referente en la plaza comercial. En todos estos años ha visto el cambio que ha sufrido el mercado, desde su reforma hasta el cierre progresivo de locales que ha vivido en los últimos años. Ha pasado por varias plantas del mercado, pero la clientela sigue siendo la misma. Los churros y las tapas son sus grandes especialidades y lo que hace que su bar se llene día a día con gente, tanto de Ceuta como de Marruecos, especialmente de las trabajadoras transfronterizas. “Llevo haciendo churros unos 19 años, porque yo de churros no tenía idea”, pero cuenta como aprendió a hacerlos gracias a un trabajador. Comparte la preocupación del resto de concesionarios, en vistas a que el mercado necesita un impulso y un proyecto para que no termine cerrando una vez que se vayan jubilando los vendedores. Cree que es necesario apostar por un mercado más cómodo y accesible para los clientes.
El Bar Carmelo se convierte en una de las mejores opciones para picar algo en el mercado Central. Su especialidad, el pescado. Y es que antes de trasladarse a la plaza, Carmelo Sánchez trabajaba en el bar de la lonja, donde el pescado también cobraba todo el protagonismo. A su barra se acercan tanto mujeres como hombres y se convierte en un punto de encuentro, sobre todo a mediodía, para los que terminan de hacer sus compras en el resto de puestos. “Muchas veces los maridos vienen, la mujer se queda en casa, vienen con la lista hecha, hacen su comprita y de camino se toman algo”, relata Carmelo que lleva al frente de este bar desde hace ya 35 años. Ha visto pasar a mucha gente y también los cambios por los que ha pasado el mercado, así como su deterioro. Las obras colindantes y la falta de aparcamiento asegura que son un obstáculo para que muchas personas vayan a comprar al mercado, así que finalmente terminan optando por ir a una gran superficie. No obstante, él espera seguir al frente del negocio muchos años más y cederlo a su hijo, que de vez en cuando le echa una mano en el bar.
Las circunstancias laborales llevaron a África Trola a hacerse cargo de la frutería de su padre hace ya 22 años. Llegó tras la reforma y aún conserva muchos de los clientes que ella conocía de cuando su padre estaba al frente de este puesto. África es una defensora a ultranza de la calidad del mercado frente a las grandes superficies, destacando el trato familiar que se da en la plaza frente a la frialdad de los supermercados. “Yo toda la vida he visto el mercado, mi padre trayendo fruta, levantándose a las seis de la mañana para venirse a trabajar”. Admite que es un trabajo duro, de mucho esfuerzo y mucha fuerza, pero que ha sabido sacarlo adelante y así seguirá hasta la jubilación. Aunque esa es su visión, no tiene claro el futuro del mercado. Sufre la presión de las grandes superficies que llegan a Ceuta, aunque reconoce que tiene una clientela fiel que quizás va a los supermercados a comprar otras cosas, pero que prefiere comprar los productos frescos en el mercado, ya que insiste que la calidad no es la misma. Aunque creía que iba a estar sólo unos años, finalmente África se quedó en el mercado y ahí espera continuar.
Empezó a los 12 años como mozo, cogiendo mandados, hasta que finalmente consiguió tener su propio negocio. Esta es la historia de Mustafa, que defiende que la frescura de la fruta y las verduras del mercado no se encuentra en otro lugar. Relata que en Ceuta hay tres proveedores de frutas y hortalizas que hacen que la mercancía fresca no falte. “Yo creo que es mejor que la que tienen los supermercados porque nosotros vendemos al día. Traemos una cosa fresca, la vendemos y sacamos para vender otra”. Sin embargo, la competencia de las grandes superficies les pasa factura.
Pese a los buenos años, en el que los grandes supermercados aún no habían desembarcado en Ceuta, ahora la situación dista mucho de aquellos tiempos en los que el Mercado Central no era sólo un punto de compra para los ceutíes, sino también para los habitantes del país vecino. La cercanía de la antigua estación de autobuses ayudaba a que ese flujo de gente pasara por el mercado. Piensa que la unificación de todos los puestos en una sola planta más la dotación de aparcamientos, ayudará a devolver a la vida este mercado.
Pese a su juventud, Sebastián sabe lo que es trabajar duro en la carnicería que ha heredado de su padre. Aunque la carnicería Nanín cuenta con 22 años de historia, Sebastián lleva al frente desde hace unos seis. Después de que su padre sufriese un accidente, este joven tuvo que hacerse cargo del negocio. Aunque lleve poco tiempo encargado de esta carnicería, lleva toda la vida en el negocio, haciendo de todo al lado de su padre. Una de sus preocupaciones es la merma de clientes que está sufriendo la plaza comercial, achacando esta situación a la fuerte competencia que ejercen los grandes supermercados. “Yo creo que debería haber un nuevo mercado, nuevas personas y los productos que tienen aquí más nuevos y elaborados”.
No obstante, defiende que el trato y la calidad de los productos que se pueden adquirir en el mercado es mejor que la de una gran superficie, ya que el cliente tiene la certeza de la procedencia de los productos y también su frescura. “Es un trato más familiar, el cliente quiere ver como tú le presentas los productos. No le gusta que les pongas los filetes amontonados como en las bandejas del supermercado”.
También de manos de su padre, Manuel se hizo cargo de la carnicería a los 20 años, aunque desde pequeño ya echaba una mano, conociendo a las personas que pocos años después pasarían a formar parte de su clientela. Tras 12 sigue al frente del negocio, viviendo al día y superando las dificultades que se tiene al ser concesionario en uno de los mercados más antiguos de la ciudad. “Ahora me sigue comprando la misma gente que le compraban a mi padre”. Ese ambiente familiar es lo que Manuel siempre resalta del mercado, ya que no es el mismo trato el que dan en la plaza que en un supermercado cualquiera. Asume que el mercado “ha cambiado poco”, mientras que lo que sí ha evolucionado es la “poca gente que entra”. Al igual que el resto, culpa de esta situación a las grandes superficies, algo que hace que les cueste más mantenerse en el día a día. “Gracias a Dios vamos tirando, pagamos lo que hay que pagar, comemos y estamos bien”. Sin embargo Manuel cree que la gente que prueba la carne, el pescado y la verdura del mercado busca esa calidad, que no encuentra en un super.
Amalia lleva, por lo menos, 26 años en el mercado de Hadú, siempre vendiendo textil. Desde ropa interior hasta artículos y prendas para bebé. Es una de las más antiguas, por lo que puede hablar con conocimiento de causa de la evolución que ha sufrido esta plaza comercial. Viene del antiguo mercado, donde asegura que sí se vendía, no como ahora. Fue en el cambio de instalaciones cuando empezaron a sufrir ese descenso de clientela hasta llegar a una situación que Amalia cree que no funciona. “Nada más tienes que ver éste (mercado), que está vacío y el mercado de Hadú antes era exagerado”. Confiesa que ya se va a trabajar “sin ganas”, porque llegan a estar toda una mañana sin que un solo cliente se pare a comprar nada. Sin embargo, este negocio fue muy fructífero para ella y su familia, reconociendo que hubo tiempos en que los ingresos procedentes de este puesto ayudaron en casa, especialmente cuando sus hijos se fueron a estudiar fuera. Ahora lamenta que si se tuviera que repetirse esa situación, quizás no hubiera podido mantener un gasto de ese tipo.
Además de tener su negocio en el Paseo de las Palmeras, Rafael y sobre todo su esposa Enriqueta se han dedicado a la venta de ropa en el mercadillo que tradicionalmente ha existido en las proximidades del Mercado de San José. Se trata de un negocio que, según este comerciante, ha cambiado mucho y ha ido en decadencia. “Hoy en día el que va a un mercadillo a comprar es porque ya ha visto antes todo en las tiendas y ya, por conveniencia, viene”. Sin embargo antes no era así, “antes se venía al mercadillo porque era lo más, era un boom”. Rafael recuerda esos grandes años, que aunado a la población atípica de la ciudad, hacía que los zocos de aquellos fueran un ir y venir de gente. Recuerda el desaparecido mercadillo de Benzú, en el cual se podía encontrar de todo y lo compara con los escasos puestos que aún se mantienen en Hadú. La llegada de las grandes marcas también ha chocado con este tipo de ventas, robando de manera progresiva a los clientes que veían a los mercadillos como el lugar idóneo para encontrar las prendas con las que conformar su fondo de armario.
Para Abdelasis, Ceuta no sería lo mismo sin sus pescaderías. Tal es así que cuenta cómo la gente que viene de la península visita el mercado sólo para ver la amplia oferta de pescado que existe en nuestra ciudad. “Siempre nos hemos defendido con el buen pescado que tenemos en Ceuta y lo que nos hace el buen paladar y la vista de la ciudad a nivel nacional es el pescado que traemos”. En su caso, se especializa en el marisco y los moluscos, luciendo en su puesto grandes montones de mejillones, gambas, bígaros, almejas... Todo fresco recién traído de la aduana, todos los días del año. Abdelasis conoce bien el mercado, lleva 36 años trabajando en él, de los cuales cerca de 26 han sido como dependiente. Reconoce que todos los que están allí han empezado por lo más bajo, conociendo el oficio desde cero hasta llegar, como en su caso, a tener su propio negocio. “Desde los muchachos que suben el pescado, ahí se empieza. Ya después de todos los años, uno va cogiendo experiencia y más experiencia”.
No todo el mundo puede presumir que ha hecho un ramo a la Reina de España. Gregorio Ramos sí, precisamente a la Reina Sofía y con un encargo que le vino de un día para otro cuando visitaron Ceuta hace ya una década. “Fue toda una sorpresa”. Goyo, como lo conocen todos, tiene su floristería en la planta superior del mercado. En su puesto, las fotos de él cuentan poco a poco su historia, desde que empezó a recoger flores del campo hasta contar con su propio negocio. Aprovechó la reforma del mercado, hace ya más de dos décadas, para solicitar un puesto hasta lograrlo y mantener, hasta día de hoy, su floristería en la que se encuentran flores naturales y también se pueden hacer encargos. Aunque lamenta que la tradición de tener flores frescas en las casas se está perdiendo, reivindica que la flor no sólo es para el difunto, sino también para el vivo. Confiesa que le entristece ver el mercado ahora, de capa caída, sobre todo después de haberlo conocido en su máximo esplendor, en los primero años de tener su puesto.
A los 12 años Abdelkader comenzó a trabajar en el mercado, hasta que finalmente y después de los años se ha convertido en su propio jefe. Primero aprendió de la mano de Antonio Chichía, anterior concesionario de la pescadería que ahora dirige. “Aprendí mucho de él”, reconoce este pescadero que presume de la frescura de todos sus productos. Rape, mero, hurta... Tiene de todo en su puesto al cual se acerca tanto gente de Ceuta como de fuera. “Aquí viene la gente de la península con sus bolsas térmicas y van de maravilla, se llevan el pescado y ningún problema, con su factura y no hay problema en la aduana”, cuenta mientras enseña todo el género que le va llegando. Habla también de la oferta y de la demanda y de cómo los precios del pescado oscilan según los gustos del consumidor. “La gente no compra, nosotros no, compramos y luego los precios bajan. Esa es la técnica del trabajo”. De igual manera reconoce que la gente de Ceuta es conocedora y sabe distinguir el buen pescado del que no lo es, así como su frescura.
Trabajadora incansable, Sumaya reconoce la dificultad que supone tener una panadería en el mercado. El negocio comenzó con una pequeña panadería de su suegro, hasta que después ella y su esposo empezaron a dedicarse al negocio hace ya 18 años. “Es algo duro, porque tienes que traer toda la mercancía fresca, diariamente, porque aquí no se queda nada de un día para otro”, reconoce mientras explica que sus mañanas comienzan a la carrera para poder tener el mejor producto para “nuestros distinguidos clientes”. Su horario de trabajo no empieza y finaliza con la venta al público, sino que una vez que cierran la cortina llega el turno de hacer inventario, comprar materia prima y comenzar los procesos de elaboración para hornear todos los productos a primera hora de la mañana. “Es estresante”. Pese a ello, confiesa que le encanta su trabajo y el trato con la gente, asegurando que se sabe el nombre de todos sus clientes habituales. “A veces, aunque no compren, la gente pasa sólo para saludar”.
A los 12 años, también, Halil llegó al mercado como mozo, haciendo recados de un lado para otro. Después, recuerda, continuó lavando los puestos con agua del mar, algo que ahora está prohibido y tras trabajar mucho tiempo en la plaza, se fue a una gran superficie, a llevar la pescadería de ese lugar. Después de nueve años volvió a la plaza, insistiendo hasta que pudo hacerse con uno de los locales del Mercado Central. “Antes no tenía puesto ni nada, pero me puse detrás del tema, hasta que lo conseguí. El que la sigue, la consigue”. La situación ahora es muy diferente, asegura que muchos han querido hacer lo mismo, pedir un puesto para abrir un negocio y la respuesta por parte de la Administración ha sido negativa. Cuenta que el trato día a día con la clientela es constante y hay que “aguantar mucho” para seguir manteniendo a la clientela en un mercado tan competitivo. Relata todos los cambios que han sufrido las pescaderías, desde venderlo en las rampas a estar instalados como ahora. Un mercado próspero que se va perdiendo.
Junto con su hermano, Manuel decidió, después de 20 años de trabajo, dejar el supermercado donde ambos estaban laborando para montar su propio negocio en el mercado. En su puesto se puede encontrar de todo: conservas, embutidos, frutos secos a granel y su especialidad, el jamón al corte. “Ya llevamos aquí 17 años y espero quedarme aquí hasta que me jubile y que nos vaya, toco madera, por lo menos como hasta ahora”. Después de su experiencia en una gran superficie confiesa que en el mercado el trato al cliente es más personal, la gente busca el consejo y también la cercanía que ofrece el tendero al cliente. “En un supermercado la gente entra, compra lo que necesita y te vas. Aquí le preguntas por la familia, el trato es más amigable”. Manuel cree firmemente que a la gente de Ceuta le gusta ir al mercado, reconociendo la calidad de productos como el pescado o la carne, además de la vida del mercado, de ir a desayunar, hacer sus compras y convertir ese lugar en su centro de reunión.
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