La expresión en latín clásico, cuya traducción e ‘'una mente sana en un cuerpo sano’ fue extraída de uno de los poemas satíricos escritos por el autor romano Décimo Junio Juvenal, entre los siglos I y II d.C. El texto completo dice que “debemos orar por una mente sana en un cuerpo sano”.
Hemos oído hablar de cómo cuidar el cuerpo: Alimentación, deporte, dietas para todo con publicidad incluida.
El cuerpo manda en estos tiempos y la obsesión por la estética marcada por los cánones de belleza hace que podamos perder la cabeza.
La publicidad, la presencia física, el peso ideal, el fanatismo de las costumbres, las tradiciones y las religiones, han entrado cada vez con más fuerza en nuestra cultura occidental.
Enfermedades derivadas de ese “culto al cuerpo” aparecen imparables ; van suplantando a la salud y ganando terreno a enfermedades mentales asociadas a una estética que va devorando a las personas que buscan y se dejan la piel por transformar su imagen.
La anorexia es un buen ejemplo: miedo intenso de aumentar de peso, un rechazo a mantener un peso normal y una imagen del cuerpo distorsionada. Conocí a una compañera de trabajo que llegó a pesar 27 kilos y seguía viéndose obesa; su cuerpo famélico, el rechazo a la comida y la culpabilidad cuando tomaba alimentos la llevó a la muerte.
Otro asunto cada vez más común es la vigorexia; trastorno mental por el cual quien lo padece se obsesiona con su aspecto físico hasta tal punto que cambia su conducta alimentaria y sus hábitos de vida para alcanzar una imagen que tiene en su cabeza y que jamás sentirá que alcanzará. Buscará un arquetipo y luchará con toda su fuerza para alcanzarlo. El deporte pasará a ser su propia presión con consecuencias letales.
El no aceptar los cambios físicos asociados a la edad, el terror por envejecer, el no gustarse ante el espejo social que te indicará cuáles deben ser tus medidas perfectas.
Luego pasar por las manos de cirujanos para el aumento o disminución de pecho, el diseño de una nariz de catálogo, unos labios, los pómulos, las cartucheras, eliminación de arrugas, pómulos caídos y un largo etcétera cada vez más largo y cada vez más etcétera.
Liposucciones, balones gástricos, reducción de estómago. Buscamos al Frankenstein de la belleza movidos por los complejos, las modas y la eterna juventud.
Las modelos y los modelo, los concursos para buscar a la mujer o al hombre más bello del universo: Miss Universo y Mister Universo.
Aceptar nuestro cuerpo, cuidarlo por dentro, establecer un equilibrio que nos permita crecer interiormente, ser felices sin máscaras, sin maquillajes, sin la artificialidad de un laboratorio para hacernos creer que somos una trampa de nosotros mismos llenos de obsesiones que nunca nos dejarán en paz.
No entiendo por qué caemos en esa trampa de ser para los demás, gustarles a los demás, vivir para los demás. ¿Y nosotros? ¿ Y nuestras emociones? ¿Y nuestra apuesta por romper la mercantilización de lo que nos dictan las revistas del corazón?
El encanto, la sensualidad, una voz, un gesto, una sonrisa, unos brazos que abrazan, unos labios que besan, unos ojos a los que miras y te miran. Todo un universo de “mens sana” que nos indicará el camino del “corpore sano”.
La belleza está en todas partes, la mente es el mejor indicador de esta conexión.
No dejarse arrastrar por la imagen, no declararnos una guerra ya perdida de antemano. Indagar, saberse liberado, sentirse libre de estereotipos prejuicios, no agradarse para agradar; todo ello conlleva al dolor, a la depresión, una soledad infinita e irrecuperable.
Los cañonazos no son ruidos, son la melodía que suena en la ciudad de Ceuta a las 12 del mediodía.
Adolfo Domínguez ya lo dijo: “la arruga es bella”.