Seguimos con el mismo debate. Hablando de menores, repartos, etiquetas, de ‘endosar’ a unos o a otros… La clase política está rozando las cloacas a la hora de abordar la gestión de la inmigración infantil.
Hay unas leyes que cumplir. No hay más debate, ni tampoco amenazas. Los menores que llegan a Ceuta, Melilla o Canarias deben ser protegidos sí o sí. Moralmente la lección debería estar más que asumida, pero a sabiendas de que esa meta es inviable solo queda aplicar la ley y recordar a quienes representan a los ciudadanos que se tiene que acatar.
En estas estamos, asistiendo al bochorno de partidos a la gresca por negarse a cumplir con una protección obligada.
Quizá falte un actor por intervenir, quizá falte la advertencia de la Fiscalía, el recuerdo de lo que tiene que hacer un país en su conjunto.
Quizá haya que recordar a estos representantes públicos que acoger a menores inmigrantes no forma parte de una elección, que aquí no se tira de tijera y se recortan territorios para convertirlos en centros de retención de niños, que parece ser que es lo que algunos mandatarios quieren.
La solidaridad entre territorios es un hecho incontestable. El debate no radica en preferencias, en elecciones, en imposiciones. El debate está en que hay que acoger a menores entren por donde entren y darles los recursos necesarios, guste o no guste.
De forma paralela nos pueden venir los de siempre a hablarnos de muros, de expulsiones, de golpes en la mesa… Es la parafernalia, la tarjeta de presentación que estiran para seguir viviendo del cuento. No hay más.
Podemos convertir esto en un entretenimiento, en una continuada exposición de racismo que no conduce más que a seguir mostrándonos como una sociedad fracasada en lo más básico.