Sobre los primeros días de octubre de 1976, partimos de los muelles de la refinería de Algeciras, en el superpetrolero «CEUTA*» de la compañía Fletamentos Marítimos S.A. (MARFLET S.A.) de 260,35 m de eslora, 39 m de manga, 18,1 m de puntal y 14,75 m de calado máximo; una potencia de 27.000 CV, con una velocidad media de 16, 25 nudos, y con una carga a transportar de crudo cercana de 100.000 toneladas.
Aquella mole comenzó a arriar las amarras y los remolcadores hicieron su labor de poner al buque franco en la bahía de Algeciras. Arrumbamos a poniente en demanda de las aguas del Atlántico; y, desde el puente a babor, se dejaba ver a los pies del Yebel Musa, la ciudad de las siete colinas, Ceuta… El petrolero partía en lastre como un enorme cetáceo listo para navegar cientos de millas en la mar océana hasta su destino en el Golfo Pérsico**. Una vez pasado el cabo Espartel, los diferentes rumbos dados al timonel siempre fueron sur hasta llegar al cabo de Buena Esperanza, que irían cambiando a otros, arrumbando al norte.
Se realizó una parada técnica para suministro de diferentes piezas de material para las sala de máquinas, y aprovisionar la gambuza de los últimos aprovisionamientos de alimentos frescos. Fueron las últimas horas que abríamos de tocar tierra firme en los próximos dos meses, la cual aproveché para disfrutar de las bonitas playas de Tenerife, y adquirir las famosas Tablas Americanas de cálculo de estrellas y un sextante de respeto de aquellos que llevan los botes salvavidas para en caso de naufragio tomar la situación aproximada.
El viaje para cargar crudo en el puerto-boya de Rast Tanura -Arabia Saudí- de aproximadamente dos meses con la vuelta a España en la Coruña, se iba a caracterizar por el sempiterno paisaje de mar y cielo… Navegábamos sin puntos de referencia a la costa, con rumbos directos que nos apartaban de ella; y, para situarnos, habíamos de contar con el reconocimiento de las estrellas en los crepúsculos, y el sistema de situación Omega. Escudriñar los cielos en busca de astros para situarnos es uno de las tradiciones más legendarias del marino mercante, que a día de hoy con los GPS, están cayendo en desuso. Sin embargo en aquella década de los setenta, aún, bien cuando el crepúsculo fuera matutino o vespertino, el sextante era nuestra herramienta de trabajo más usual para situar el buque en la carta náutica.
En el matutino, al encontrarte las estrellas dejando sus destellos en la bóveda celeste, el cálculo astronómico era más fácil, porque los astros se situaban titilando sobre nuestras cabezas y una vez reconocidos, se tomaban las alturas y a esperar unos breves instantes a que pudiera observarse el horizonte, para bascular el sextante a un lado y a otro con la estrella en cuestión, rozándolo, Sin embargo en el vespertino, había que realizar un cálculo previo para reconocer donde se hallaban los tenues destellos de los astros. A continuación, calculadas las alturas, se realizaba el cálculo triangulando tres rectas de alturas que nos posicionaba el lugar donde nos hallábamos. Como un ritual, en la librería náutica de Tenerife, adquiríamos las Tablas Americanas de significativas pastas amarillas, donde se podía calcular por un método abreviado, el cálculo de 12 observaciones de alturas de estrellas de modo rápido que te situaban la posición a los pocos minutos.
La vida en alta mar cuando el mar y el cielo se convierten en nuestro único paisaje, adquiere una cierta monotonía, que yo dijera existencial, porque el tiempo se detiene al compás de unas horas que sólo se reflejan en el tic-tac del reloj; y, las otras horas, aquellas que salen del alma, se disuelven como pájaros de fuego, en la lejanía mágica de la línea curva a la que el buque navega a golpe de rumbo y hélice. Nada lo detiene, nada interrumpe su velocidad de crucero, siempre con las órdenes del telégrafo marcando: todo avante. El buque es un coloso que tutea al mar, como subido a lomos de una caballería que cruzara los campos de trigo que encañan aún verdes y luminosos. Todo es diferente en la inmensidad del mar, que aún se contiene en la otra inmensidad sin límites del cosmos. Lo que es arriba es también abajo, y ya no sabemos si el cielo nos cae encima, o nosotros vamos al cielo. Es, sin duda, la totalidad, el sentimiento de lo absoluto, en el absoluto silencio de la creación de la vida en la noche constelada...
La vida era excesivamente rutinaria, con sólo una parada en Canarias y otra en Ciudad del Cabo, donde se entregaban y se recibían las cartas hasta llegar a nuestro destino embocando el Golfo Pérsico, y la costa desierta del puerto de carga en la terminal de Ras Tanura en el país de la Meca. El paisaje no podía ser más desolador, en todos los puntos cardinales la bóveda de mar y cielo se nos antojaba infinita, y hacia poniente la línea del litoral, era una costa baja, donde las dunas doradas abrasadas por el sol se extendían sin límite más allá del horizonte… En el recuerdo, el paisaje se nos aviene como la nada, como la no existencia de lo temporal y lo finito, pues todo era inextinguible, inconmensurable, alejado de cualquier medida que no fuera mar, cielo y desierto…
Pasados los años, terminado mi ciclo vital de marino recalando en diferentes puertos y países, en la edad de Sinuhé y sus escritos alejados de los dioses y los hombres, sólo para su propios recuerdos en la desatadura existencial dónde algunos recalamos, Arabia viene de nuevo otra vez a ser protagonista del quehacer diario. Y, ahora protagonizada por la venta de España a esta país del Golfo, de 400 armas de precisión, pero que según la ministra portavoz y el de exteriores, no hacen ningún daño, salvo el preciso; pues para eso -valga la redundancia- son bombas de precisión, y como abundando en la máxima estupidez que pudiera darse, esas bombas de precisión -aunque así lo fueran-, no causaran daños y muertes como cualquier bomba que se arroje contra cualquier inocente yemení.
Cosas del destino que no me hubiese gustado columbrar, pues nunca imaginé que los trabajadores de unos astilleros -antes todos comunistas y socialistas, y rojos como algunos aún afirman- pudieran salir a la calle a manifestarse para que el Gobierno, de forma inmediata, remita las mencionas bombas de alta precisión –que sólo matan a los desdichados que tienen que matar- al susodicho país que un día sí y otro también, tiene la malsana costumbre de arrojarles azufre y fuego a los yemeníes, tal como si fuera un castigo divino al modo de Sodoma y Gomorra.
Ver para creer, nunca lo hubiera imaginado, pero así son las cosas en estos tiempos presentes, donde por un plato de lentejas, como nos cuenta el Antiguo Testamento, se puede vender hasta el alma, y eso que dicen que es inmortal. Sí; es cierto, hoy todo se vende y se compra, y todo se halla a precio de saldo, a saber: Ya no hay trabajadores comprometidos y con dignidad, porque la dignidad y el compromiso murieron hace tiempo, sometidos al poder del dinero y la falta de valores. Nadie se reconoce en un pensamiento liberador que nos aproxime a un horizonte donde la palabra solidaridad sea algo más que un término perdido en las páginas del diccionario de la Academia de la Lengua; y, por el contario, sea lo que nos distinga y verdaderamente nos marque como hombres libres, donde no haya dinero para comprarnos, y menos por 400 bombas, que a fecha de hoy, bien pudiéramos compararla con la cobardía y la traición de judas por 30 monedas de plata, a Cristo…
Nada hay nuevo bajo el sol, como siempre solemos decir, aquellos que frecuentamos los libros de historia y ponemos ojo avizor a los acaecimientos del día a día, que imponen los diferentes Gobiernos con el pragmatismo circunstancial del todo vale, con tal de no romper un puñado de votos de aquí y de allá… Pues, aún pasados dos milenios aún se recuerda de forma paradigmática el poder del dinero y la venta del alma en su beneficio; mas no ha de pasar mucho tiempo, en que la voz de aquellos que nunca tuvieron voz: ¡el pueblo!, les señale su cobardía y su traición por vender en nuestros nombres y traficar con un comercio ilícito de armas, sin importarles nuestras propias leyes, y las recomendaciones de la Unión Europea y de la Asamblea de Naciones Unidas***.
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