Que no se nos olvide. Que el tiempo no elimine todas estas vivencias, que no pase página sobre todo lo que está ocurriendo a nuestro lado, sobre la relación de casos que nos toca ver y que terminan englobados en el impersonal saco de la inmigración. Tengamos siempre memoria para, dentro de unos años, mirar hacia atrás y recordar lo que está pasando en nuestras fronteras, en las nuestras y en otras. Los sufrimientos de hombres, mujeres y niños; los bloqueos a ciudadanos; las muertes; las políticas sin sentido para frenar lo que resulta imposible. Tengamos esto siempre presente, no olvidemos cómo Europa trata y avala que se trate a quienes abandonan su tierra. No lo olvidemos porque llegará el día en el que el mundo no será el que hoy conocemos o desconocemos, será otro en el que podrá caber el arrepentimiento y la vergüenza por lo que vemos y consentimos, dejando que sea el mismo sistema dominante el que marca las líneas inhumanas, injustas e indignas que imperan en las fronteras. En las de Ceuta, en las de Melilla y en otras tantas.
Hay que tener memoria, hay que tener sentimiento, hay que dejar que todo se reconduzca a su sitio para que quizá quepa el arrepentimiento. El de los ciudadanos de a pie, porque el de la clase política que mantiene, defiende, refuerza e impone decisiones injustas no puede arrepentirse de lo que hace porque, a estas alturas, creo que carecen de esa capacidad.
Llegará el momento en que los pensamientos que ahora anidan y las sombras que tan bien dibuja en sus viñetas Vicente Álvarez cuando habla de inmigración nos hagan llorar. Llorar de rabia por no haber sido capaces de ver lo que nunca debió ser, de permitir que otros sean solo así: crueles.