Opinión

Me gustas cuando callas...

Así encabezaba Pablo Neruda el Poema 15 de sus celebrados Veinte Poemas de Amor. Es un comienzo que sorprende y he repasado cantidad de análisis literarios, interpretándolo. Es posible que para algunas feministas de nuevo cuño− ignorando el resto del poema− pueda parecerle una expresión machista, pero no cabe duda que en realidad transmite una súplica: “…Déjame que me calle con el silencio tuyo. Déjame que te hable también con tu silencio …”. Es un canto a la comunicación amorosa− sin palabras− a través del silencio.
No trato en el artículo de analizar la poesía del Nobel chileno y el título solo lo he utilizado como una sugerente introducción a un tema tan mágico como es el silencio.
El término silencio tiene su origen semántico en el sustantivo latino silentium. Vinculado con el silencio, está el adjetivo tácito – que no se expresa o que no se dice, pero se supone o sobreentiende− que proviene del latín tacitus −callado−, participio del verbo tacere que significa callar. Y el también hermoso adjetivo, silente, que califica lo sereno, apacible, silencioso, templado o sigiloso.
En Occidente el silencio se suele interpretar peyorativa o despectivamente, como que se tiene poco que decir. Sin embargo, en Oriente tiene un significado de espiritualidad, de introspección y de búsqueda interior. Un proverbio hindú preconiza “Cuando hables, procura que tus palabras sean mejores que tu silencio”. Pueden añadirse sentencias parecidas: “Cada uno es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios” o “Si la palabra es plata, el silencio es oro”. El propio personaje− cotilla real en revistas y televisión− Jaime Peñafiel, suele repetir con frecuencia:”Valgo más por lo que callo, que por lo que hablo”. Calderón, en La vida es sueño: “Cuando tan torpe la razón se halla, mejor habla, señor, quien mejor calla”. Y qué decir del incisivo Antonio Machado :“Si cada español hablase de lo que entiende, y de nada más, habría un gran silencio que podríamos aprovechar para el estudio”.
Merece la pena recordar el imperativo mandato al silencio:”¿Por qué no te callas?”, del rey Juan Carlos al lenguaraz Hugo Chaves, en noviembre del 2007, durante la XVII Cumbre Iberoamericana, en Santiago de Chile.
Tiene el silencio un toque de espiritualidad, de reflexión, de enriquecimiento interior y de comunicación con un ser superior. En Occidente, en verdad, ninguna orden religiosa incluye el voto de silencio, aunque algunas lo practican en la mayor parte del día. Los cartujos de la Orden fundada por San Bruno− que tienen los reglamentos más estrictos− llegan a utilizan el lenguaje de signos. Para los anacoretas, ermitaños y eremitas, por sus condiciones de retiro individual a lugares deshabitados, el silencio es necesariamente un acompañante continuado. Religiones orientales también valoran el silencio, aunque el budismo aclara que “Uno no se convierte en sabio simplemente por un voto de silencio”.

Se deduce que el silencio, independientemente de su adscripción a motivos religiosos, legales, administrativos u otros, es un buen motivo para conseguir la salud y el equilibrio emocional

En la esfera militar el toque de oración o silencio, se interpreta en las instalaciones del ejército español, con corneta, tras el arriado de bandera. Parece ser que se remonta su origen a una decisión del Gran Capitán− tras la batalla de Ceriñola, el 28 de abril de 1503− como homenaje a los soldados españoles y enemigos franceses, caídos en el combate. En EEUU, el toque de silencio, denominado taps, que inicialmente señalaba la finalización del día en los campamentos y guarniciones militares, se convirtió durante la Guerra de la Secesión americana en un homenaje fúnebre. Hay diferentes referencias, una de ellas atribuida al capitán John Tidball que inició la costumbre, en 1862, de interpretar una versión− parece ser de origen francés− en los funerales militares. Sin embargo, en junio de ese año el general Daniel Butterfield decidió cambiarla y escribió unas notas musicales, que mandó interpretar al joven soldado corneta, Oliver Willcox Norton. La historia más sentimental− aunque parece ser más mito que realidad− corresponde, sin duda, al mismo periodo de guerra civil en la cual, durante una noche, el capitán de la Unión, Robert Ellicombe, rescató del campo de batalla a un herido. Cuando lo retiró a sus líneas, comprobó que era un soldado confederado y aún más, que se trataba de su propio hijo. El joven murió y el padre quiso hacerle un funeral militar, pero solo se le autorizó− por tratarse de un soldado enemigo− un único músico. El capitán pidió que el toque de corneta interpretase unas notas musicales encontradas en el bolsillo de su fallecido hijo. Hay quien también atribuye un toque militar de silencio al mandato del general mexicano Antonio López de Santa Anna− al finalizar la batalla de El Alamo− de improvisar una melodía en homenaje de los soldados muertos. No obstante, la difusión comercial más difundida mundialmente, fue la pieza instrumental basada en el toque militar, escrita por el trompetista italiano Nino Rosso, en 1964, y titulada “Il Silenzio”.
En la vida civil ha tomado protagonismo el llamado “minuto de silencio”, que representa un homenaje a fallecidos o una manifestación condenatoria de ciertos hechos.
Para una administración poco diligente o pasiva que no responda a las pretensiones o solicitudes solicitadas por los ciudadanos, aparece la ficción jurídica del “silencio administrativo”. La regla general es la positiva que, ante una falta de respuesta en plazo, entiende estimadas las pretensiones presentadas, dándole un carácter de verdadero acto administrativo. Cuando una persona es detenida, investigada o acusada de un delito, tiene el derecho fundamental de “guardar silencio” durante las investigaciones policiales o procesos judiciales. Los Estados y las legislaciones no otorgan este derecho, sino que están obligados a reconocerlo.

Un proverbio hindú preconiza “Cuando hables, procura que tus palabras sean mejores que tu silencio”. Pueden añadirse sentencias parecidas: “Cada uno es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios” o “Si la palabra es plata, el silencio es oro”

Oímos hablar de un concepto propio de la sociología y de la política cual es la “mayoría silenciosa”. Se utiliza arteramente, tanto en dictaduras como en democracias, apropiándose−bien en favor o bien en contra− de la no expresada opinión de aquella parte de la población, que por una u otra razón no se manifiesta o no da su juicio o criterio en público. No deja de ser un silencio masivo, bien sea ignorante, temeroso, indiferente o de desacuerdo. Aunque también: “El que calla otorga”.
El silencio tiene protagonismo en una manifestación tan, evidentemente, sonora como la música. El “silencio musical” es un signo que indica la duración de una pausa en una pieza musical. Supone una separación y descanso entre frases musicales. Gráficamente puede identificarse como una nota sin ejecución.
La mañana del 18 de marzo de 1965, experimentó una emotiva sensación−expresada luego verbalmente− el ruso Alexei Leonov, primer cosmonauta que, en el vuelo Voskhtod 2, realizó un paseo por el espacio: "Lo que más me impresionó fue el silencio, un silencio absoluto, abrumador”.
Un silencio coactivo, cuya ruptura es penada con la muerte, domina en el código siciliano de la mafia. La omertá es un juramento de honor, que prohíbe a sus miembros, denunciar o informar sobre las actividades delictivas de la organización. También se ha utilizado el silencio como tortura sicológica en ciertas prisiones, aplicando una no legislativa “ley del silencio”, que obligaba a los reclusos a estar callados las 24 horas del día, con la amenaza de severos castigos a los infractores.
El tema del silencio ha sido motivación para la literatura, el cine, la pintura, la música, la filosofía, la sicología y otras ramas del saber. El sacerdote capuchino y pensador suizo Giovanni Pozzi, publicó en 2001− un año antes de su muerte− un precioso ensayo sobre el silencio, en el cual define bellamente los libros como las estancias del silencio :”El lugar donde la palabra yace, pero siempre en vela, dispuesta a acudir silenciosamente al encuentro de quien la solicita”.
La última y desasosegante novela del norteamericano Don DeLillo, se titula El silencio. Quizá es una denuncia de la actual dependencia tecnológica. Simula una acción en el 2022, un domingo, cuando de pronto sucede un simultáneo apagón informático mundial que deja paralizados y sin conexiones. Sin funcionamiento los móviles y los ordenadores, la gente queda sumida en un angustioso “silencio digital”.
El puertorriqueño Rafael Hernández compuso en 1932 el bolero Silencio, de amplia difusión en la música latina e interpretado por representativos cantantes. El director alemán Philip Gröning rodó, entre 2002 y 2003, un impresionante documental en el monasterio cartujo Grande Chartreuse, en los Alpes franceses− tras dieciséis años en espera de autorización− titulado El Gran Silencio.
La sociedad actual se ha habituado al ruido. Para muchas personas el silencio es insoportable. Sin embargo, no todo lo que interiorizamos como silencio es la ausencia de ruido. En su estado más absoluto es así, pero también lo es cuando lo vinculamos con la armonía: el canto de los pájaros, el murmullo del agua en una fuente o el sonido pacífico del mar.
Están constatado los efectos perjudiciales del ruido sobre la salud –afectando, por un lado, a la capacidad auditiva− pero fundamentalmente por el aumento de los niveles de cortisol y adrenalina, que ocasionan el estrés. Tiene consecuencias como la hipertensión arterial, el aumento de la frecuencia cardiaca y la arterioesclerosis. Diversos estudios certifican que el ruido está relacionado con infartos y muertes prematuras. En el lado contrario, el silencio tiene significativas consecuencias positivas, además de eliminar las negativas. La disminución del estrés y la relajación, opera en el organismo generando una segregación de endorfinas y serotonina que proporcionan una sensación de bienestar y disminuye el riesgo de enfermedades cardiacas. Se mejora la calidad del sueño y se reduce el insomnio. Desarrolla nuevas células en el hipocampo cerebral, con lo que se potencia la capacidad de aprendizaje y se fomenta la creatividad. También incide en el reforzamiento del sistema inmunológico.
Se deduce que el silencio, independientemente de su adscripción a motivos religiosos, legales, administrativos u otros, es un buen motivo para conseguir la salud y el equilibrio emocional. Unos 15 o 30 minutos diarios, con tranquilidad, e incluso compaginándolo con ciertos trabajos o labores pueden ser una buena receta. Actualmente, en estos tiempos del Covid, siendo los aerosoles un vehículo de contagio, el silencio es un deseable acompañante y un elemento protector en transportes, ascensores y en contactos sociales, cuando no sea imprescindible la conversación.
Finalizo, a modo de parábola −con un tono humorístico− sobre un tema tan serio como es el silencio. Un creyente ingresó en un monasterio en el cual una regla del silencio solo permitía pronunciar dos palabras cada diez años y ante el prior. Al cabo de la primera década pudo decir al abad: “Cama dura”. Pasados los veinte años pronunció: “Comida mala” y al cumplir la treintena− respetando, no obstante, el restrictivo mandato reglamentario− espetó lacónicamente al prior:”Me voy”.

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