Este jueves se cumplen 75 años de la considerada mayor tragedia que azotó Ceuta. El 12 de diciembre de 1949 la embarcación Lobo Grande naufragaba dejando a merced de las aguas a 14 marineros, entre ellos, el patrón del barco, Miguel Rodríguez Ramón.
Su cuerpo sin vida fue encontrado tres días después en la playa de Benítez. El mar devolvió su cuerpo a Ceuta.
Apareció semidesnudo, pero pudo ser reconocido por su mujer gracias al cinturón que portaba, un cinturón que tiene su historia. La cuenta su propia hija, Loli.
“Se lo compró mi madre a mi hermano mayor, pero como le estaba grande mi padre le dijo: chiquilla dámelo que yo me quedo con él y por eso recordó mi madre ese cinturón”, cuenta.
Loli recuerda ese 12 de diciembre de 1949 como una jornada oscura y conquistada por las velas, gente “que entraba y salía”, aunque no recuerda la cara de su padre.
“Si no fuera por las fotos no me quedo con ella”, expresa, haciendo referencia al rostro de ese padre que el mar le arrebató.
Su madre, nada más conocer la desgracia, salió corriendo hacia el Muelle, desde el que fue testigo de toda la incertidumbre, histeria y llantos que el temporal se había cobrado.
Los huérfanos que la tragedia dejó
Ese día, numerosos niños y niñas quedaron huérfanos y huérfanas. Muchas mujeres quedaron viudas, perdiendo al amor de su vida bajo la lluvia, esa entre la que se perdían las lágrimas que caían de una mirada perdida en el mar con un ápice de esperanza en que algún superviviente pudiera traer buenas venideras.
Loli tampoco recuerda nada del Lobo Grande, pues era una niña por aquel entonces.
La Cofradía de Pescadores acogió a estos niños en una hogareña residencia y colegio de monjas en Sanlúcar de Barrameda denominado ‘El Picacho’.
Loli, junto a su gemela y dos hermanos más, fueron trasladados a esta localidad gaditana porque, al igual que otras muchas familias, su madre no podía hacerse cargo de ellos. De cinco hermanos, cuatro crecieron lejos de su madre, que tuvo que lidiar con la muerte de su esposo más la tristeza de vivir alejada de sus hijos.
“Estuvimos muy bien. Vinimos de vacaciones y decidí ya no volver más, pero luego me arrepentí porque empecé a estudiar piano y me gustaba mucho, cantaba en el coro, hacíamos obras de teatro y siempre me cogían a mí para todas esas cosas. También me gustaba mucho la música”, cuenta Loli de su estancia en el colegio de monjas.
Una peculiar anécdota
El sentimiento que recuerda la hija del patrón del Lobo de todo este suceso que cambió el destino de sus vidas para siempre es haber visto a su madre sufrir mucho, pero aún así, en palabras de Loli, “a pesar de su sufrimiento nos sacó a todos para adelante y no nos faltó de nada”.
Loli ha contado una peculiar y entrañable anécdota que recuerda de su hermana menor que por aquel entonces tendría unos dos años. Ese día, antes de que su padre saliera de casa para no volver, la pequeña insistió como nunca en dar besos a su padre, hasta en tres ocasiones.
Su madre tuvo que intervenir para que esta pequeña dejara a su padre ir al trabajo, algo que nunca había pasado.
Cuanto menos, esta pequeña historia eriza la piel de quien la escuche porque pareciera que la niña sabía que sería el último beso que daría a su padre, que sería la última vez que sus ojos lo verían, pudiendo ser recordado a través de este relato como si el destino hubiera querido enmarcarlo.
Una vez recuperado el cadáver y enterrado en el cementerio, en la zona más alta, la madre de Loli llevó a su hermana menor al camposanto. Fue obligada por la pequeña a alzarla para besar su foto y a pesar de su temprana edad cayó enferma tras este suceso. Todavía no se explican qué clase de conexión existió en ese entonces entre esta niña y su padre.
Un sentimiento vivo
Loli Rodríguez ha intentado en varias ocasiones leer el libro ‘El Levante del Lobo’ del autor Julio Gómez Jiménez, que recoge la historia de este desastre, pero no ha podido terminarlo porque las lágrimas y el sentimiento se apoderan de ella y le dificultan poder continuar.
Este libro recoge los últimos momentos del patrón contados por uno de los supervivientes. “Mi padre estaba agarrado al timón y en la otra mano tenía una foto de mi madre. También comenta en el libro que nombró a mi madre, Ana, y tras ella nombró a cada uno de sus hijos: Andrés, Francisco, Leonor, Loli y Ana María. Con un susurro nos nombró uno por uno”.
El patrón desapareció entre la espuma que ese día brotaba de la mar y Loli es incapaz de terminar ese libro porque el temporal y el mar la privaron de la figura de un padre para siempre, le arrebataron los recuerdos de la infancia y la obligó a no llamar a nadie papá.
“Me pongo a llorar. Igual que cuando en la celebración de la Virgen del Carmen le cantan a quienes ya no están aquí”, dice Loli emocionada.
El 12 de diciembre de 1949 parecía un día soleado y tranquilo, o así intentó engañar a quienes embarcaron. De un momento a otro el cielo se convirtió en un infierno y los presos de las aguas se agarraron a un destino fatal.
Hay quienes se salvaron, pero fueron más los que nunca volvieron, al menos con vida, pues la mar devolvió a tierra lo que no le pertenecía y la ciudad recibió el regalo sin vida de los cuerpos de estos pescadores que salieron una mañana a trabajar y dejaron una silla vacía en la mesa ese día y para siempre.
El patrón no murió ahogado
Según narraba Ana, madre de Loli, Miguel Rodríguez, patrón del barco, no murió ahogado, sino de un traumatismo. “Le cayó el palo del barco en la cabeza, le hicieron la autopsia y lo detectaron”, dice Loli.
Por caprichos del destino, Loli tiene un hijo que se dedica a la mar y, tras lo vivido, cada vez que hay temporal, “siempre lo llamamos y él nos llama a nosotros para quedarnos tranquilos”, concluye la hija del patrón del Lobo Grande.
Ricardo Lacasa: “Se vivió dolor, un sentir muy fuerte”
También hemos tenido el placer de poder hablar con Ricardo Lacasa, colaborador de El Faro y experto conocedor de esta historia.
Lacasa ha querido destacar la labor del patrón del Lobo. “Este hombre procuró salvar a todos los marineros que iban en la embarcación por todos los medios, se jugó la vida y, efectivamente, la perdió. Era un gran nadador, posiblemente habría llegado a nado, pero tuvo la mala suerte de que se le viniera aquel palo encima”.
Este reputado periodista tenía cuatro años cuando ese terrible acontecimiento sacudió a toda Ceuta. “Hay cosas que aunque estés en la más tierna infancia te llegan muy adentro del corazón y difícilmente se pueden olvidar. Él vivía junto a la Comandancia General de Marina y pudo ver cómo se colapsaba de gente esperando la llegada de los barcos.
“Se vivió dolor, un sentir muy fuerte. La gente iba a esa Comandancia de Marina a pedir noticias de los suyos porque no se sabía nada. Se sabía que se estaba rescatando gente y que había muchos otros desaparecidos”, apunta Lacasa.
Las primeras noticias llegaron a las 15:00 horas
Las primeras noticias llegaron a partir de las 15:00 horas. “Viene el correo de Algeciras, como se llamaban antes los transbordadores. Caía una manta de agua tremenda, el viento era espantoso y la gente se agolpó allí cuando empezó a tener noticias de todo aquello”, cuenta.
Es entonces cuando estalló la desesperación, cuando empezaron a llegar las primeras víctimas y los primeros damnificados. “En el Paseo de las Palmeras estaba la clínica de urgencias, ahí llevaron a muchos accidentados, colapsándose el paseo y la calle Real, donde estaba el hospital de la Cruz Roja, tuvo que acudir incluso la Policía Nacional para abrir paso a todos los automóviles que traían a los damnificados porque todo el mundo se había volcado allí”.
“Dolor, mucho dolor, porque falleció mucha gente, no solo había sido el Lobo, también otros pesqueros donde iba gente de Ceuta. La Ceuta de antes ocupaba laboralmente a muchos pescadores, era el oficio que más trabajo daba”, añade Lacasa.
El momento de la despedida, el funeral, cuenta Lacasa que fue “uno de los más dolorosos y emotivos que ha vivido la ciudad. Tuvo lugar en la Iglesia de África y desde allí, toda la comitiva se dirigió hacia el Muelle de España, que estaba abarrotado de gente.
“En el muelle de España había un remolcador. A éste subió el comandante general y en otros barcos iba el alcalde, el delegado del gobierno y autoridades militares, formando una comitiva que se dirigió hacia donde se produjo el naufragio para lanzar una corona a las víctimas”.
El primero que lanzó la corona fue el comandante general y, tras él, el alcalde y las autoridades.
“Mientras tanto, en la estación marítima había un sacerdote que rezaba y todos rezaban con él y los nudos en la garganta eran palpables. Un dolor inmeso. Aquello tuvo que ser terrible. Por las referencias que he cogido me atrevo a decir que quizás sea el suceso más importante de la historia de Ceuta”, apunta Lacasa.
También vio pertinente destacar la solidaridad de la ciudadanía ceutí. En una cuenta habilitada para ayudar a las familias afectadas, el alcalde comenzó con una donación de 100.000 pesetas, pero la ciudadanía infló esta cifra a 200.000 en dos días.