No; el título no se corresponde a un cuento, como los que escribe mi buen amigo Germinal Castillo. Tampoco es historieta para regalar a esos niños y niños que hace unas semanas les colocaron sobre sus cabezas unos birretes de cartón que, más que “graduados”, parecían jóvenes guardias civiles, de la antigua Academia de Baeza. ¡Qué nos gusta un carnaval!. Comprendo que son actos para papás y abuelos babosos, como yo, pues cierra la etapa que iniciaron en los colegios, cuando casi eran bebés y a partir de ahora, inauguran la del pavo, que también se clausurará cuando acaben los estudios (los que sean) y que, con suerte, con muchísima suerte, los convertirán en excelentes camareros, que es el futuro que les reserva el Padrecito Rajoy, “honoris causa” en torpeza educativa. Pero mi tema va por otras veredas. Se trata del personal homenaje a una caballa, la que, cariñosamente, llamábamos “María Pipa”, también apodada la “Chiquitilla”. Hasta su muerte, María vivió en una pequeña casa, cerca de la nuestra, en la calle Machado, esa que los interventores de Hacienda, los pupilos del “murciélago”, se empecinan (ellos sabrán por qué) en ubicarla en Loma Margarita, no en “Lili Street”, antigua calle Real y antes Falange Española. Además esos funcionarios, suelen anteponerle el nombre de Antonio, el poeta. Pues, ni está en el extrarradio ni se la dedicaron al hermano de Manuel, el otro gran sevillano. Ignorancia supina la de estos “covachuelistas”, vecinos de la Delegación del Gobierno, que (por lo que sea) insisten en no aprenderse el callejero ceutí. Mas regresemos a “María Pipa”, a la que recuerdo sentada en una mecedora de enea, casi hecha a su medida, festoneando de croché cualquier trapillo que se encontrase; haciéndolo a la sombra de una colosal higuera que, aún hoy, vuelve a asomar algunas de sus viscosas hojas, como si se resistiese a la muerte eterna. Hasta puede que ese regreso, como Cristo de entre los muertos, responda a que sus raices estén hundidas en un terreno putrefacto, resultado de las muchas porquerías que “incivilizados” vecinos, tiran desde sus ventanas. Exactamente igual que cuando se echaba al exterior las escupideras llenas de orines, no sin antes avisar: “¡Aguas va!”. Era la manera de evitar que los meados le chorrearan por la cabeza. ¡Qué pena, que aquel lugar tan placentero, siempre encalado, que María lo convirtió en un jardín, hoy sea una pestilente escombrera!. Un enorme contenedor donde cierta gente se cree con derecho, como en la tribu, de evacuar todo lo que les venga en ganas. Desde una bañera mohosa, hasta los desperdicios de los sacrificados borregos, cuando llegue la fiesta. ¿Lo recomienda Abraham? Pues bien, de esa pocilga (de la que tienen fotografías los ilustres diputados de nuestra Asamblea) es de donde ha empezado a surgir un ejército de serpientes (respetables en medida y peso, que algunos ya etiquetan , como el chumbo, “especie protegida y autóctona”)., una de las cuales apareció en la parte alta de Machado (solo conocida por los repartidores de pizzas), coincidiendo con los últimos días del Ramadán. Lo hizo de madrugada, dejando atónitos a los tertulianos, que la vieron salir del muladar, trepar las paredes, saltar verjas, tapias y pasear por los tejados con una provocativa marcha, de contoneos muy eróticos. No olvidemos que es Eva. Fue cuando los vecinos comprobaron que, sigilosamente, se les acercaba, haciendo uso de palos de fregonas y las más jovenes, emitiendo esos grititos que emplean en las bodas. Al final, los arcángeles lograron vencerla, como en las “estampitas de Dios”. Cosultado un familiar docto en sérpidos, cree que debe tratarse por la forma de su cabeza y el color de su piel, de una “mamushi”, esas que los japoneses aseguran que son de las que vuelven a aparecer, aunque se las maten o quemen siete veces seguidas. Mera cultura rural del más hondo contenido folclórico, como también el consejo para ahuyentarlas: embadurnar puertas y ventanas con alquitranes. ¿Qué hacer antes este panorama? Por supuesto, obviar llevarlas a san Amaro, que quedó para cosas más íntimas. Tal vez, si se consiguiera un buen número, que la Confederación de Empresarios seleccione a un emprendedor y, tras despellejarlas, como hacen en Ubrique, fabrique billeteros y bolsas de postín. Si se hacen con estilo, hasta Gucci le ofertaría franquicia a algún caballa.