Las administraciones se llevan las manos a la cabeza cuando la bomba ha explotado y es entonces cuando empiezan a mirar quién es el que tiene la culpa por ese arte que todos tenemos de escurrir el bulto. Sucede ahora con el colegio Mare Nostrum. Al final tendremos que agradecer al Gobierno lo eficiente que ha sido al sacar a los alumnos de unas clases convertidas en auténticas piscinas. Si ya les damos las gracias por colocarnos marquesinas ahora le rendiremos pleitesía por buscar soluciones al desaguisado que ellos mismos provocan. Son unos artistas y nosotros unos mansos.
Sí. No me vengan con eso de que la empresa está cumpliendo los plazos ni con eso de que la obra era necesaria. No. Eso queda bien como mensaje institucional pero es el mayor ejemplo de un nuevo ejercicio de sinvergonzonería política.
Cuando uno lleva a cabo actuaciones en un centro escolar tiene que empezar el curso sabiendo lo que se va a encontrar y con las soluciones ya previstas evitando la tragedia de tener que suspender clases o el despropósito de tener que ejecutar traslados a toda prisa para no poner en mayor riesgo al alumnado.
Pero como no hacemos los deberes a tiempo pues de nuevo la improvisación llega a nuestras vidas y de forma sangrante, generando tensiones que sufren directamente los padres. Luego cuando ya se publica la noticia asoman al telón de este teatro las gallinas del corral alteradas a pedir explicaciones. Es lo que saben hacer los partidos en la oposición, ir detrás haciéndose eco de lo que leen en los medios para recoger cuatro frases mal colocadas en un comunicado y creer que así han cumplido.
Lo del ‘Mare Nostrum’ es solo la guinda de cómo están nuestros centros escolares, colegios e institutos que se quedan sin gimnasio por goteras o que tienen que soportar unas instalaciones cada vez peores. La Ciudad saca pecho, el Ministerio mide sus tiempos y aquí por culpa de unos y otros nuestros hijos pagan la dura realidad de enfrentarse a una educación mermada en recursos de todo tipo.
No se puede pedir más nivel, hacerlo es pegarse contra un muro y ya estamos cansados de lo mismo, del ciclo de la marmota, de la dura realidad de un abandono ante el que las protestas ni siquiera tienen su efecto.