Toda religión tiene una parte mágica, también misteriosa o, si se quiere, supersticiosa difícil de erradicar. Los creyentes de cualquier religión solemos expresar con las palabras nuestras creencias en ciertos objetos que con el paso de los tiempos se convierten en símbolos, porque con la cabeza y con el corazón se llegan a sentir como algo misterioso o trascendental hacia lo que pensamos, creemos e incluso sobre lo que sentimos, aun cuando luego cada uno particularmente crea a su manera hasta donde entiende qué es lo razonable, lo preciso y lo necesario. Y uno, particularmente, es creyente cristiano, pero sin comulgar nunca con supersticiones y supercherías que para mí resultan ser tan difícilmente creíbles y demostrables. También en Ceuta los cristianos rendimos culto, fe y gran devoción a nuestra queridísima imagen de la Virgen de África, como hacedora de milagros y bienhechora espiritual del cristianismo.
Pero, al margen de las creencias y de las formas de creer de cada uno, que cualesquiera que sean siempre son muy respetables y por mí muy respetadas, lo cierto es que la cultura católica (en realidad, como todas las demás culturas) viene a ser algo así como una fuente inagotable de sorprendentes rituales, costumbres y tradiciones llenas de misterio, pero también de credulidad y de fe. Y la mayoría de los objetos que se dice que son sagrados y de los símbolos religiosos, pues se han ido configurando como creencias tradicionales a base, principalmente, de viejas leyendas que, en muchos casos, desde los tiempos más remotos hasta la actualidad se han ido propagando y transmitiendo de boca a boca, de padres a hijos, de generación en generación.
Hay un sinfín de reliquias sagradas, sobre todo, representativas de los últimos días de Jesucristo en la cruz. Por ejemplo, se ha hablado mucho de la Sábana Santa de Turín, que durante 1988 fue examinada exhaustivamente por varios laboratorios demostrándose que el tejido con el que había sido elaborada no tiene más de mil años
Sobre todo, para los cristianos suele tener una especial relevancia e interés lo sucedido desde el año cero al año treinta y tres de nuestra Era cristiana, por referirse a todo lo relacionado con la vida, obra, crucifixión, muerte y resurrección de Jesucristo hasta su muerte en la tierra. O sea, que las reliquias católicas son objetos asociados a personas o sucesos sagrados, expuestos por el orden eclesiástico para servir como incentivo a los católicos.
Uno de esos aspectos misteriosos vividos desde la fe católica está en las “santas reliquias”, de las que mucha gente con elevada cultura y capacidad de discernimiento, lo mismo que también la perteneciente a las distintas capas sociales, pues cree fervientemente en los objetos sagrados; no digamos ya en las imágenes religiosas que vienen a ser algo así como la representación de alguna forma personificada de las divinidades que hayan podido existir. Por ejemplo, se sabe que la reina Isabel II de España donó 3.000 reales de vellón a la parroquia de Bujanda en agradecimiento por haber tenido un parto feliz.
Era una antigua tradición entre las reinas pedir reliquias de Fausto Labrador, propiciador de la fecundidad, del que la leyenda dice que su cadáver llegó a lomos de una caballería desde Alguare (Lérida) hasta Bujanda (Álava) totalmente incorrupto, de manera que su cuerpo se venera en dicha parroquia bujandeña y, según el historiador Laudazuri Romarate data del siglo VII, aunque otros autores lo atribuyen a los siglos XII o XIII, teniéndosele como el Santo protector de la fecundidad de los matrimonios y fiel custodio de los campos y sus frutos. Muy famosa es también la mano de Santa Teresa.
Hay un sinfín de reliquias sagradas, sobre todo, representativas de los últimos días de Jesucristo en la cruz. Por ejemplo, se ha hablado mucho de la Sábana Santa de Turín, que durante 1988 fue examinada exhaustivamente por varios laboratorios demostrándose que el tejido con el que había sido elaborada no tiene más de mil años. Luego entonces, el supuesto “manto sagrado” que envolvió el cuerpo de Cristo tras haber muerto en la cruz no puede ser. También El Vaticano hay una sandalia que suele tenerse por sagrada. En la catedral de Valencia se dice que está el cáliz de la Última Cena.
Una de las treinta monedas por las que Judas vendió a Cristo se dice que está fundida en la campana de la población de Velilla del Ebro. El cuchillo con el que se dice que Jesucristo fue circuncidado se encuentra en el Museo de Prehistoria Contemporánea de Roma. Existen al menos dos mesas de las que se dice que fueron en las que se sirvió la Última Cena de Jesús, una en la archibasílica de Roma y otra en la catedral de Sevilla. Un manto de Jesús se cree que existe tanto en la basílica de Valencia como en la iglesia de Santa María de Valladolid. Los pañales del niño Jesús están custodiados por los Servitas de San Marcelo de Roma. La Orden del Temple fue depositaria de varias Santas Espinas de las que llevó clavada Cristo en la cruz, y en otros muchos lugares del mundo se conservan otra parte de dichas espinas sagradas.
Y existe también el llamado “Misterio del Sagrado Mantel de Coria”. Hay que aclarar, para quienes lo desconozcan, que Coria es una ciudad extremeña que en la actualidad tiene Catedral y Obispado que comparte con la ciudad de Cáceres. Y este mantel que está en mi tierra extremeña, en la catedral de Coria, sería el único objeto de su especie que se conserva de la llamada Última Cena de Cristo. Y esa es una de las grandes reliquias que se conservan en la Cristiandad y que parece ser que tiene todos los visos de ser auténtica y real. Se trata de una pieza de lino de 4,42 metros de largo y 92 centímetros de ancho, blanca por un lado y con sencillos adornos de color azul por el otro y con algunas roturas, desgarros y deterioros.
La Iglesia asume esta reliquia por tradición y porque no hay evidencia alguna de que la misma sea falsa, aunque tampoco existen pruebas científicas que acrediten de forma indubitada que sea verdadera. Según un artículo de D. Rafael Alarcón, publicado en el número 10 de la revista “Año Cero”, el mantel fue examinado en 1960, sometiéndolo a la prueba del polen acumulado en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid, a través de especialistas expertos en la materia, como los Profesores Hernández Pacheco y Cerrato Ibáñez. Y el examen dio como resultado que era de fabricación arábiga. Se intentó someterla también a la prueba del Carbono-14 en laboratorios holandeses, aunque finalmente se desistió habida cuenta de que por aquellas fechas aún no estaba desarrollada y perfeccionada dicha prueba.
Según los profesores que examinaron el mantel era del siglo I de nuestra Era Cristiana. Pero, según dicho articulista dataría de la Edad Media, concretamente, entre los siglos XI y XIII. Sea como fuere, tras el análisis, se intentó resucitar su legendario culto, pero parece ser que hubo poco éxito. Y resulta extraño que el mantel sagrado no haya convertido a Coria en una ciudad de turismo sacro que normalmente suele dejar miles de peregrinos y millones de euros cuando tales reliquias sagradas o milagrosas se explotan en forma turística o como lugar de peregrinación, como sucede en otros centros religiosos por sus vírgenes, como muy bien pueden ser Fátima, Santiago de Compostela, Lourdes, Padua, Guadalupe, Loreto, Casia, Lexieux o Czestokowa, etc.
Sin embargo, hasta el año 1791, cada tres de mayo se estuvo celebrando en Coria la fiesta de las tres reliquias: El Lignum Via, la Santa Espina y el Sagrado Mantel, que eran sacados al balcón llamado de “Las Reliquias”, del que colgaba el mantel como pendón, pasando por debajo la muchedumbre llegada desde todos los países besándolo, frotándose con él y confiando en milagros que no dejan de producirse, según la leyenda. La fiesta acaba dando lugar a una importante feria que por entonces impulsó la prosperidad de la entonces villa de Coria. No obstante, las celebraciones se tornaron peligrosas y se decidió exponer las reliquias únicamente en el altar. Fue entonces peor, porque los devotos cogían el mantel, se frotaban con él, lo desgarraban y el cabildo local acabó suprimiendo en 1791 la adoración. Y de esa forma decayeron el culto, los milagros, la feria y los resultados económicos.
De aquellos viejos desgarros podrían proceder dos fragmentos del mantel que se conservan en Viena y en Gladbach, ciudad próxima a Colonia (Alemania), de donde a su vez saldría otro trocito que se venera mucho en el monasterio de las clarisas de Monforte de Lemus. En todo caso, lo importante es que este mantel que se conserva en territorio extremeño es el único en el mundo y parece una reliquia bastante más creíble que otras que si bien en principio lo parecieron luego resultaron ser ficticias. Y, sobre la procedencia de este mantel hay varias teorías. Una asegura que llegó a Coria tras la reconquista de la ciudad a los árabes por Alfonso VII, habiéndolo traído desde Francia el obispo D. Iñigo Navarrón, que había asistido al concilio de Reims en 1148.
Según otra versión, un obispo cauriense (de Coria) la trajo de Roma en el siglo VIII. Pero la tesis más emocionante es la que asegura que el mantel, como tantas otras reliquias, habría sido llevado a Roma en el siglo III por Santa Elena, la madre del Emperador Constantino; de allí pasaría el tesoro Carlomagno, acabando en manos de los templarios del castillo de Alconétar (Cáceres), que fue populoso enclave comercial de los Templarios hasta que la Orden fue disuelta, que entonces el mantel pasó a la iglesia que, finalmente, lo depositó en Coria, donde todavía se conserva en un arca de plata.
La reliquia es de origen arábigo; fue descubierta entre los años 1370 y 1403 en un arca hallada bajo el suelo del presbiterio durante unas obras de remodelación en el templo
La reliquia es de origen arábigo; fue descubierta entre los años 1370 y 1403 en un arca hallada bajo el suelo del presbiterio durante unas obras de remodelación en el templo, tratándose de una pieza de lino de unos 4 metros de largo por 92 centímetros de ancho, con adornos en azul y algunos rotos. Según los análisis efectuados, el mantel es del siglo I y seguramente de origen árabe. El original se conserva doblado en una arqueta realizada en plata. Se sabe que el mantel se encuentra en la seo desde, al menos, el siglo XV. Una bula papal firmada por Benedicto XIII y fechada en 1404 ya habla de que la reliquia apareció escondida en un arca en la catedral de Coria.
¿Qué hace una reliquia de la Santa Cena en tierras extremeñas si su origen está en el Jerusalén de la Eucaristía?. En cuanto a su origen, el mantel llegó a Coria tras la conquista de la ciudad por Alfonso VII procedente de Francia. Podría haberlo traído desde Francia el obispo Iñigo Navarrón, que asistió al Concilio de Reims en 1148 o su sucesor, Don Asuero, que vivió en Roma junto al Papa Eugenio III. Otra de las teorías apunta que la pieza habría sido trasladada a Roma, en el siglo III, por santa Elena, madre del emperador Constantino. De ahí habría pasado al emperador franco Carlomagno, y de este a los templarios. En Coria estos caballeros estuvieron un par de años, en torno a la segunda mitad del siglo XII. Cuando cayó la orden, durante su huida hacia Portugal a comienzos del siglo XIV, quizá dejaran el mantel en la catedral. Pero es solo una hipótesis.
Los análisis científicos aplicados a la reliquia deparan alguna que otra curiosidad que llama la atención. El primer estudio llevado a cabo en el año 1960 por parte del Museo de Ciencias Naturales de Madrid arroja que el mantel tenía una antigüedad superior a los dos mil años. Se trataba de lino procedente de Arabia Saudí. Presentaba adornos de índigo, tinte que no se conoció en Europa hasta que lo importaron los holandeses a principios del siglo XVI. Se descartó así que datara de la Edad Media. El mantel fue sometido, entre otras, a la prueba del polen acumulado. Se planteó utilizar el método del Carbono 14 en unos laboratorios holandeses, pero se desistió de dicha técnica porque en aquella época no estaba aún perfeccionada.