Pensaba en esa última jugada, antes de decirle a la noche adiós, hasta mañana. Y me vino una luz donde el camino que se apreciaba muy oscuro al principio, pasó a ser un día con una esplendida luminosidad.
Quedé boquiabierto y fui a lavarme la cara, creía que lo que estaba pasando eran unas visiones, esas que se tienen en el desierto, donde la sed hace sus inquietas bromas y da por sentado algún oasis imaginario que da fuerzas, a esa flaca moral que desea un agua fresquita para tener un poco de respiro su cuerpo sudoroso y ardiente por el sol que va cayendo y destrozando a todo ser vivo que esté en ese instante en esas arenas tan calientes y estériles que son dignas de poder pensar en el lugar de reunión de los diablos. Ese infierno al que solo le faltan las oraciones dirigidas al maligno, y las ganas de meterse en el caldero, para ser el futuro caldo para la convivencia de lo seres del mal
Y aquí respirando los últimos momentos con nuestro cerebro abierto a cualquier idea, estallan las ganas de buscar el reposo, que desea nuestro cuerpo, para mañana hacer un nuevo propósito. Un nuevo día que nos dará seguro un nuevo plan, una nueva estrategia y unas buenas ganas de encontrar esa jugada maestra para decir, a nuestro rival: “Estoy aquí para jugar una nueva partida de ajedrez”.