Lo peor para una sociedad es que su gente carezca de ánimo por luchar. O peor aún, que estén ‘bendecidos’ por el más absoluto desprecio a hacerlo. Es un mal social que no tiene cura, un mal heredado de la inacción pasada que se enfrenta a un futuro pernicioso para la ciudad.
Proyectamos mil y una ideas en busca de ese rescate turístico sin atender lo que sí debiéramos estar mimando si es que queremos mantener Ceuta con cierto interés por prosperar.
Tendríamos que preguntarnos si el joven que se va fuera a formarse vuelve. Si no lo hace, ¿por qué? Y si sabemos que la ecuación nunca resulta, ¿hacemos algo por enmendarlo?
Ceuta se topa con un cáncer que le va comiendo poco a poco, que no es otro que la destrucción de su propia base. Más allá del maquillaje de las empresas del juego, de esa amplia capa laboral que depende de lo público, y de los que solo aspiran a mantenerse a costa de planes de empleo que ahora ni la propia administración es capaz de garantizar por mera torpeza, ¿qué hay?
¿Se invierte lo suficiente en ayudar a la empresa privada?, ¿se alivia la situación de los autónomos?, ¿se apoya con medidas realmente efectivas a los que montan su propia empresa en Ceuta alejada de los grandes poderes?
Lo peor para una ciudad es dejar que esas generaciones que tienen la encomienda de tomar sus riendas aspiren a todo menos a regresar.
Quizá si se empezara la casa por la base, por replantearnos qué es lo que no funciona para que quien emprende una carrera busque poner el huevo fuera sin trasladar sus conocimientos a su propia tierra, podríamos dar con la tecla para estabilizar una balanza cada vez más descompensada.