Cuántas mujeres ve uno pasar, la que va guapa y altanera, la que sale diciendo aquí estoy yo y las que van agarraítas una de la otra, porque son generaciones de mujeres y son madres, siempre al final con cara de recuerdos y nostalgia. Te fijas en la que va más cansada y desgastada, por los avatares de la vida y el paso de los años, y se pregunta uno, cuántas historias encierra en su pensamiento que es su mirada.
Hace 17 años, en la sala de maternidad del Hospital, la cosa se nos puso con la intranquilidad, con el desconcierto, con la angustia, porque mi nieto era tan chulo que iba a nacer cuando le salía de los cojones, y eso se presentaba como ochomesino.
Mi madre, Rosi, tiró de galones para controlar la situación. Esa frase se la comenté al General de División López de Olmedo cuando me felicitaba por mi estrenada abuelidad y el hombre, como sabía el argot militar al dedillo, le gustó eso de “ah, si tu madre tiró de galones…” por la veteranía y los años de experiencia criando niños, sabía más que un médico recién salido de la facultad.
Mi madre me ha dejado un montón de semblanzas, vivencias, historias, gestos y detalles. Tantos que a veces, con el torbellino que soy y el choque de personalidad, hacía que más de una vez saltaran chispas entre los dos. Pero eso no quita que cuando la escuchara y demostrara ella ese genio que yo he heredado de ella, que la veteranía y las cosas de la vida te dan un rango, un plus que en los momentos difíciles y duros demuestra el saber estar en ciertos momentos de la vida.
Ahora está de moda recordar las frases de las madres, aquí en Ceuta, con las frases caballas. Mi madre siempre trajo impregnada la esencia de las tierras de Almería, que a la sazón son la parte que nunca debimos de olvidar, nuestra Andalucía. ¡Estoy todo el día luchando con los niños!, decía. Y como yo me parecía a Julio Verne y tenía mi propio pensamiento para dar cuño a cada frase, mi imaginación era que esa lucha era con sables, floretes y espadas, como Errol Flynn luchando contra nosotros.
¡Esto parece una casa de gitanos!, decía. Hoy hay un respeto por las culturas, por la romaní, en la que tengo grandes amigos, pero en los tiempos de los años 70 era una frase que jamás la pude entender y, claro, perdóneme el lector. La casa la comparaba yo más bien a una caseta de feria, o sea todos vestidos de campero, de faralaes, con guirnaldas, papelillos, botellas de Sandemán y Tío Pepe y todos cantando y bailando sevillanas.
¡Donde voy a ir yo con cuatro niños! La independencia, el asesoramiento de la mujer, las consejerías de mujer y los derechos, en aquellos tiempos, no existían. Y claro, cuál mujer en un momento de desesperación y ahogo. Yo pegándome hostias y carajazos. Juan Carlos, el joven "axo", rompiendo billetes de 500 pesetas; Joselito, siempre herido como Jacki Chan en los rodajes; y Miguel con sus Dodotis llorando por los rincones de la casa. A una ama de casa solo le quedaba llorar desesperada, como la reina de los mares, con esa lavadora a todas horas del día.
¡Ay que el sufrimiento que tengo que tener yo! Quizá la mejor frase de todas, porque en una ocurrencia mía, puse mi magnetofón de esos antiguos a grabar las tribulaciones en casa, a las siete de la tarde, en plena postrimería de la merienda, y en ausencia de mi padre, que estaba de viaje en la India, Juan Carlos en sus mundos, Joselito buscando trepar algún mueble, emulando a Cesar Pérez de Tudela, y Miguel Ángel, que siempre daba el susto de haberse metido algo en la boca.
Mi madre, al ver esa desesperación, decía ¡que voy a llamar un guardiaaaa! También hubo momentos para saber que mi madre quería curarme, cuando una infección me hizo polvo la boca, hace ya treinta años y no había manera en Ceuta, hasta que el don del doctor Vivas, el mejor dermatólogo de la historia, dio con el remedio. A mi madre la escuché decir ¡lo voy a llevar a un médico de pago, a Algeciras! Y eso me hizo saber que mi madre iba a decir que a este niño hay que curarlo.
Ha habido frases que no se han entendido, porque no las he podido describir. Simplemente eran un “ain, ain, ain” y son los suspiros de una madre. Ocurrió cuando abrí la puerta del dormitorio de golpe aquella vez, que me presenté a ella y a mi padre, vestido de marinero, pasión de madre. O la vez que le dije por teléfono a las ocho de la mañana, ¡ya eres abuela!
¡Hay tapeo! Son las más graciosas que me quedan por oír, por los protocolos, programas y actos a los que la llevo invitada. Y digo ¡ay mama!, si yo voy a disfrutar de un momento de gloria por España y ella piensa, en sus charlas con las demás madres, por qué los hijos en la vida traen diplomas, medallas, premios, honores y también, tristezas, penas y sinsabores. Y las madres, con ese genio que les dio los dolores por traernos al mundo, se remangan, se ponen de un par de cojones Y TIRAN DE GALONES.
A la memoria de mi madre Rosa Casas Palenzuela. Hace dos años subió al Cielo, pero yo jamás la voy a olvidar en la vida.