Opinión

Los reinos de Albanta

Quiero dejar claro que por fin he hecho propósito de enmienda. Así de claro. Hace algunos años, mi gran Amigo Gabriel aseguraba socarronamente que las páginas del periódico malagueño El Sol del Mediterráneo, en las que yo firmaba reportajes y crónicas, solían estar llenas de desgracias, de lágrimas y de infinitas situaciones de no retorno. Aquellas páginas terminaron por ser el retrato incómodo de una realidad vergonzosa que todas querían desconocer. Se mire por donde se mire, la pobreza siempre estorba.
Si bien es cierto que Gabriel realizaba sus comentarios desde la admiración a la labor periodística, trabajar contando las infravidas de quienes nada tienen, o tienen tan poco que todo lo dan por perdido, suele tener ese tipo de repercusión: las miserias jamás tendrán el lado amable que sí posee el multicolor papel cuché de las revistas del corazón y de la política, que para el caso...
En definitiva, nadie quiere enfrentarse a la realidad para saber lo mal que van las cosas, a menos que sea una putrefacción lejana cuyo olor no alcanza a molestar a nuestras finas y nobles pituitarias.
La cuestión es que quien se atreve a describir esa franja oscura de la actualidad (cada vez más amplia, por cierto) se transforma en la agorera de turno, aguafiestas empedernida, cuando no en la amargada de servicio. Un poco como este H2SO4… hasta hoy.
Cansada de ser la sempiterna negativa de las contraportadas de El Faro dominical, esta aprendiz de química ha decidido colgar la tinta negra para pasarse a un pigmento más amable.
Está decidido. Vamos a dejar atrás los contrastes que procuran las crudas oscuridades para optar, desde ahora, por los dulzones tonos pastel que siempre logran atenuar los rudos claroscuros que nos ofrece la antipática realidad. Así pues, vamos a seguir los argumentos de quienes, invariablemente y siempre de forma pedagógica –obviamente- nos han señalado con el dedo por ser las portavoces de la cara amarga de la vida.
Pues vengo a convenir con estas pedagogas de la verdad en que tienen razón. Es innegable, vamos a mejor; las macrocifras económicas así lo certifican. No es, pues, el momento de criticar, sino el de sumar esfuerzos en positivo. Educación, sanidad, riqueza, servicios públicos, cultura y apoyo a los jóvenes están ya recuperando muchos enteros, tanto que en breve nos acercaremos a los tan deseados estándares nórdicos.
Debemos, por nuestro propio bien, abandonar las severas críticas a parte de la clase política –la que gobierna, la que consiente, la que mercadea o que la monta el circo a costa de las ilusiones de las de siempre- y a las que mandan de verdad. Las primeras han hecho propósito de enmienda y han jurado que jamás nos volverían a fallar, y las segundas están contribuyendo a la riqueza del país. Los datos que indican unos elevados beneficios de los bancos deben alegrarnos, porque, como todas dicen, van a revertir en breve en nuestro beneficio. No hay duda alguna: un mundo nuevo está naciendo.
Debemos, pues, alejarnos de quienes se empeñan en poner palos en las ruedas del futuro, dibujando una realidad nada amable y absolutamente contraproducente para la buena marcha del país.
Es hora de ponernos, como una sola mujer, tras la lideresa (sea la que sea, las hay para todos los gustos) y seguir ciegamente sus dictados, porque ya es hora de entender que sus únicas preocupaciones son nuestros sufrimientos y esperanzas.
Debemos creernos que la Luz al final del túnel, esa de la que tanto se nos habla, está mucho más cerca de lo que afirman las criticonas de siempre y es que, no vayamos a olvidar lo que se nos repite una y otra vez: todo depende de la actitud con la que nosotras estemos dispuestas a afrontar nuestro futuro.
Tenemos la obligación de ver el vaso medio lleno, de creer que estamos en los albores de un nuevo amanecer de libertad y prosperidad.
Por eso, hemos decidido cambiar las aguafuertes de Goya por el arte naïf de Henry Rousseau y las protestas indignadas por las sinceras promesas de un sistema que sólo quiere nuestro bien.
Claro que todo es una cuestión de perspectiva. Debemos saber si queremos ver una fotografía en papel satinado o en el crudo negativo y elegir entre lo que vemos y lo que dicen que tenemos que ver.
Ya se lo cantaba Luis Eduardo Aute a su hijo: “allí donde tú dices” está ese reino maravilloso llamado Albanta. Es como lo que aquí vivimos, pero al revés.
¿Realidad trazada con brochazos de negra tinta o promesas envueltas en sonrientes colores?
Visto lo visto, este H2SO4 no dejará de emplear la tinta china frente a los Reinos de Albanta, pero, como siempre, usted sabrá lo que más le conviene a la hora de querer mirar lo que a diario le aplasta sin piedad.

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