Opinión

Los héroes del ‘Cuatro Vientos’ en Camagüey (I), por Daniel Pizarro

Huyendo de los fríos invernales, lógicos en este periodo estacional en España, suelo refugiarme un par de meses en el invierno caribeño mucho más benigno, con mínimas de 20 o 25 grados. Centro fundamentalmente mi estancia en Camagüey, la ciudad de los tinajones, una tranquila urbe del centro del país. Fue fundada en 1.514 o 1.515, según versiones, por el Adelantado Diego Velázquez, con el primitivo nombre de Santa María de Puerto del Príncipe. Tuvo tres asentamientos - el último y definitivo en 1.528, entre los ríos Tínima y Hatibonico- y el 9 de junio de 1.903 se rebautizó con el nombre actual de Camagüey, en honor al cacique aborigen Camagüabax, ejecutado en la época de la conquista. Ha sido cuna de significados personajes: Ignacio Agramonte, Mayor General del ejército independentista, el doctor Carlos J. Finlay, descubridor del agente transmisor de la fiebre amarilla, las escritoras Gertrudis Gómez de Avellaneda y Aurelia Castillo o el poeta Nicolás Guillén.

Adquiere esta ciudad protagonismo, en el presente artículo, por haber sido testigo de una de las hazañas más notorias de nuestra aviación: el vuelo sin escalas desde Sevilla, cruzando el Atlántico, siguiendo la ruta de Colón, por el avión “Cuatro Vientos”, pilotado por Mariano Barberán y Agustín Collar. Protagonizaron el viaje más largo realizado sobre el mar, salvando 4.533 millas (7.294 kilómetros) y quedando muy cerca del record de distancia existente - trayecto Londres a Ciudad del Cabo- realizado por los ingleses.

El “Cuatro Vientos” era un avión sesquiplano, biplaza, con estructura metálica y forrados con un lienzo especial las alas y el fuselaje. De color verde claro, con la bandera española en la cola y a los lados de la cabina su nombre con letra gótica. Un Brevet, tipo Superbidón, de 10,71 metros de longitud, 18,30 metros de envergadura, movido a gasolina especial para evitar la detonación por las altas compresiones y distribuida en ocho depósitos. El motor era un Hispano-Suiza, de 650 CV, con 12 cilindros en V, doble encendido, seis carburadores y un peso de 425 kilogramos en vacío. Constituye un dato de orgullo patrio que todas las piezas y los operarios fueron españoles y se construyó en la factoría Construcciones Aeronáuticas S.A. de Getafe en cuatro meses y medio trabajando en dos turnos, de día y de noche. Recibió su nombre en honor al aeropuerto militar de Madrid y de la Escuela de Aviación, de la que era director Barberán, de esa denominación y su coste fue de 80.000 pesetas.

Mariano Barberán Tros de Ilarduya, era un alcarreño de Guadalajara, contaba 37 años, con el grado de capitán, galardonado con medalla militar en la guerra de África y Caballero de la Orden de Isabel la Católica. Reconocida autoridad en la navegación aérea y autor de varias obras sobre este tema. A nivel personal era un hombre responsable y modesto.

Joaquín Collar y Serra, ostentaba la graduación de teniente y vio la luz en Figueras (Gerona), contaba 26 años y era un reconocido seguidor de la República. Participó en la fracasada intentona revolucionaria de diciembre de 1.930 y, a causa de ello, tuvo que exiliarse un tiempo fuera de España. Quienes le conocían lo calificaban de hombre optimista, jovial y extrovertido, pero también de gran sencillez y espíritu valeroso.

Aunque no fue protagonista directo del vuelo no debe dejarse de citar al sargento Modesto Madariaga, mecánico, que puso a punto el avión y esperó la llegada en Cuba para realizar la revisión y mantenimiento del mismo.

El día 10 de junio de 1.933, cargado con 5.400 litros de gasolina y 220 de aceite, despegó a las 4,45 el “Cuatro Vientos” del aeropuerto sevillano de Tablada. Iba a ser protagonista de otra de las hazañas de la aviación española, siguiendo la estela del “Plus Ultra” de Franco, Rada y Ruiz de Alda, en 1.926 y del “Jesús del Gran Poder” de Jiménez e Iglesias, en 1.929.

Considerando que la utilidad no iba a ser efectiva, renunciaron los tripulantes a llevar receptor y emisor de radio y aprovechar ese ahorro de peso para la gasolina.

El domingo día 11, a las tres y media de la tarde y tras recorrer 4.533 millas en 39 horas y 55 minutos, el “Cuatro Vientos” se posó en el aeropuerto camagüeyano. Habían alcanzado una velocidad media entre 140 y 220 kilómetros por hora y volado a 3.200 pies – unos 1.000 metros- de altura por término medio.

Según manifestaron los tripulantes el viaje fue tranquilo, con buen tiempo en general y durante el trayecto solo vieron dos barcos de pasajeros. La primera mitad del viaje, aún con más peso –salieron con 380 kilos más de lo calculado por el fabricante- la hicieron más rápido que la segunda porque tuvieron vientos a favor. Al divisar Cuba solo le quedaban poco más de 100 litros de combustible por lo que inicialmente decidieron aterrizar en Guantánamo aunque el mal tiempo se lo impidió y optaron por Camagüey. El despegue y el aterrizaje, de excelente factura, corrieron a cargo del teniente Collar, aunque durante el recorrido se alternó con Barberán en el pilotaje. Fueron austeros en la alimentación y Collar confesó que había echado de menos algún cigarrillo.

Caía una continua e intensa lluvia sobre la ciudad, pero millares de sus habitantes habían subido a las terrazas y salido a la calle para seguir la llegada del histórico vuelo. Sin embargo, el recibimiento a los aviadores solo contó con la presencia de dos tenientes de aviación, cuatro soldados de guarnición y unos periodistas. La razón del escaso recibimiento fue debido a que no se contaba que aterrizaran en Camaguey y los esperaban en La Habana.

No puede dejarse de referir -y más con estas vicisitudes políticas que atravesamos en nuestro país- el hecho anecdótico protagonizado por el teniente Collar, un catalán, que al descender del avión se abrazó a él y pronunció sonriente y emocionado: “¡ Que bien te portaste! Te has comportado como un español”.

No cabe duda que la hazaña de los pilotos españoles constituyó un hecho de enorme importancia para la población de Camagüey, como lo manifiestan los periódicos de la época y las publicaciones que se efectuaron, cuyos ajados ejemplares he tenido oportunidad de consultar en la Biblioteca Provincial de la ciudad.

Tras un reconocimiento médico realizado en el Hospital Militar, se trasladaron al Hotel Camagüey y por el trayecto fueron acompañados, a pesar de la insistente lluvia, por centenares de personas que los vitoreaban y daban incesantes vivas a España y a Cuba. Desde una improvisada tribuna, a través de la emisora local CNJK “La voz de Camagüey”, los pilotos españoles manifestaron su saludo al pueblo cubano que fue retransmitido a todo el país.

Los balcones de la sede de la Colonia Española y del Gobierno Provincial lucieron iluminados en honor a los recién llegados. El teniente Collar – al que en algunas publicaciones periodísticas habían añadido una T al final – y que en declaraciones al periódico “El Camagüeyano”, había homenajeado la belleza de las camagüeyanas, incluso manifestó que se casaría en Camagüey. Quizá por eso lo primero que pidió al llegar al Hotel fue un barbero que lo afeitara y le arreglara el bigotín inglés que lucía.

El periódico “El Camagüeyano” publicó, en su edición del día 12 de junio, un soneto de S. de la Oliva, dedicado a Barberán y Collar, titulado “Aguilas de Iberia”:

Audaz “Cuatro Vientos”,

tu excelsa jornada

en pos de la ruta que Colón trazó

es el breve arrullo de una patria amada

que al darnos su idioma, su sangre nos dio

Dejaste a Sevilla, gitana de amores,

envuelta en las nieblas del amanecer

y al segundo día tus broncos rumores

en Camagüey vibraron con el atardecer

El júbilo loco del pueblo te aclama

al hollar la tierra del gran Agramonte

vencedor glorioso del cielo y del mar

Y el sol que se oculta incendia el horizonte

en pleito homenaje a la grandiosa hazaña

de tus bravos pilotos Barberán y Collar.

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