No, no se llame a equívoco. Los cándidos del 22-M no son los que acudieron a la manifestación de Madrid. Al contrario, a tenor de cómo se desarrolló la manifestación y su posterior manipulación política, la candidez nos ha sobreabundado al resto de los españoles si nos hemos creído un ápice de todo lo que se ha ido diciendo por ahí.
Si alguien esperaba que esta manifestación no derivase en batalla campal guinda del postre de la enervación social, es que no sabe hasta qué punto esa manifestación estuvo controlada por radicales desde el principio. Basta con asomarse a las hemerotecas y descubrir cualquiera de los reveladores manuales de alteración del orden público que circulaban por la capital.
El que hubiesen casi un centenar de policías heridos, dos de ellos graves, incluso por arma blanca, y tan solo 17 detenidos; me hace sospechar que, o bien esos 17 detenidos han sido entrenados por expertos en artes marciales, o la policía mostró una candidez rayana en el buenismo antropomórfico, haciendo de sparring de virtuosos boxeadores en honor a la corrección política del mandamás de turno. Teniendo en cuenta que la UIP es una de las mejores unidades policiales del mundo, mucho me temo que esto va a ser así a partir de ahora hasta que ocurra lo irreversible.
Atender a los comentarios políticos que recurren a la manida frase de “no son todos los que están”, indica una rendición preventiva, aceptar el acompañamiento violento de las manifestaciones, un aval injustificable de la violencia como recurso paralelo de las manifestaciones
¡Claro que no son violentos la mayoría de los manifestantes! Otro asunto es si protegieron, por omisión, las acciones de estos violentos, si se conocían de antemano quiénes eran, o si justificaban estos actos con la continuidad de la convocatoria sabiendo lo que iba a pasar.
Lejos en el tiempo queda aquello de “nos conviene que haya tensión” del Zapatero más felón a los intereses de España, pero todo apunta a que de nuevo volvemos a las andadas. Con Elena Valenciano, vicepresidenta del PSOE, obviando la condena de los actos violentos del 22-M; o Julio Anguita que ha traspasado la raya de la sensatez que antiguamente le caracterizaba, con su amenaza velada de “si hubiésemos sido violentos… los policías habrían sido neutralizados en un santiamén”.
A verbis ad verbera. Algunos desean acostumbrarse a que cualquier manifestación acabe con barricadas, golpes y detenciones. Los intereses espurios de una izquierda que nunca ha aceptado la derrota en las urnas transformaron una manifestación que apelaba a la dignidad en una persecución al policía vapuleado por el violento y por el Estado.