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“Lo único que hago es dar confianza a las personas”

Suena una voz aguda y a la vez ronca al otro lado del teléfono. Helen Lieberman tiene la enorme gentileza de conceder la entrevista de un día para otro aun sufriendo laringitis, y de preguntar si le escuchamos. "¿Puedes oírme?". "Sí, puedo oírte". "Bien". Por si fuera poco, agradece que llamemos para entrevistarla. El inicio de la conversación es sólo una pequeña prueba de la fortaleza incansable que muestra a sus 68 la Premio Convivencia 2010, la de la XII Edición. Según ella, el mérito es de Ikamva Labantu, la organización en la que ha estado implicada durante años y que lleva los proyectos.
–En primer lugar, enhorabuena por ganar el Premio Convivencia. Una vez le ha sido concedido, ¿cuáles han sido sus sentimientos, su reacción?
–Me sorprendí mucho, pero este premio es para la organización Ikamva Labantu, porque yo sola no podría haber llevado a cabo todo este trabajo. Me siento halagada, pero el galardón debe ser para la totalidad de personas maravillosas que pertenecen a esta organización.
–Dominique Lapierre, que le ha dedicado su último libro, fue uno de los primeros ganadores del Premio Convivencia. ¿Ha hablado con él sobre esto?
–Todavía no, pero lo haré a lo largo del fin de semana. ¡No me lo puedo creer!
–Comparte el premio con personas como Mohamed Yunus, fundador de los microcréditos, o Vicente Ferrer, que lo recibió antes de morir. ¿Qué le dice?
–Yo no juego en la liga de estas personalidades. Aún no me lo creo del todo, pero me siento profundamente honrada. Me hace sentir muy humilde porque no entiendo cómo se han podido fijar en mí. Pero sobre todo me hace sentir orgullo de la organización Ikamva Labantu. Sin ella no podría haber hecho nada. Sólo cuando la gente une sus fuerzas es capaz de conseguir estos logros.
–Dice que no está en la liga, pero algunas personas le han llegado a llamar la ‘Madre Teresa’ de Sudáfrica. ¿Cómo le sienta la comparación?
–No siento que sea exacta, porque creo que son cosas diferentes, pero entiendo lo que dices. En mi caso, trabajo en mi país, y no puedo ver cómo mis compatriotas sufren. De no haber hecho lo que hice, no podría haberme sentido tranquila conmigo misma. La única forma de sentirme en paz es hacer lo que pueda para que otras personas tengan su oportunidad.
–El premio asciende a 50.000 euros. ¿Cómo pueden ayudar a Ikamva Labantu?
–No lo sé. Sinceramente, no será mi decisión, sino la de las personas de la organización. Es una gran cantidad de dinero que puede hacer mucho bien, pero el modo de invertirlos será un debate en el que participaremos todos unidos. Esta organización tiene como pilar fundamental el conseguir que las personas junten sus esfuerzos, y las personas tendrán su oportunidad de decidir.
–Miles, quizá millones de españoles, han llegado a conocer Ciudad del Cabo, la ciudad donde opera principalmente Ikamva Labantu, gracias al Mundial. Muchos, por el partido en que la selección española se clasificó para cuartos. ¿Cómo se vive en Sudáfrica este evento?
–Pienso que la Copa del Mundo está siendo absolutamente maravillosa, porque las palabras que me vienen a la mente para definir qué se siente son alegría e ilusión, un sentimiento humano que implica a todo el mundo. ¡Es tan feliz que Sudáfrica se haya volcado tanto, que haya dado una acogida tan cálida a quienes llegan hasta este país! Resulta impresionante ver cómo las personas comienzan a ir de la mano poco a poco, y todos se diviertan con el deporte. Una vez más, me hace sentir qué maravillosa es mi tierra. Estoy realmente sorprendida.
–¿Y después del 11 de julio, cuando todo acabe? ¿Podrá la gente mantener esa unión?
–Creo que sí, Sudáfrica puede. Y, además, creo que servirá para que en el futuro muchas más personas vengan a Sudáfrica.
–¿Alguno de los periodistas que cubren el Mundial de Fútbol ha mostrado algún interés en el trabajo que realizan en su organización?
–La verdad es que no.
–Usted empezó su labor cuando todavía existía el apartheid. ¿Qué recuerda del día en que decidió dirigirse a uno de esos suburbios de la periferia con su Ford Anglia para buscar a Jeremy, que había sido dado de alta antes de que se curara?
–En aquella época, hace 40 años, sabíamos muy poco de lo que realmente sucedía en los barrios reservados para gente de color, llamados ‘townships’, porque todo estaba férreamente controlado por el gobierno. Pensábamos que las personas negras eran felices en su situación. Yo era joven y naif, y pensaba que todo era sensacional. Fue una experiencia muy chocante  que me hizo empezar a entender la fealdad, el horror que se estaba viviendo en nuestro país con aquellos barrios que parecían, de algún modo, cárceles.
–¿Qué sucedió después?
–Cuando regresé al barrio blanco para contar a las personas lo que había visto, ¡nadie me creyó! Lo intenté, pero no me creían. Fue entonces cuando me di cuenta de toda aquella maldad intrínseca, fue entonces cuando sentí que debía huir, porque no podía soportar aquella situación tan perversa de la que había sido testigo. Pero, finalmente, analicé la situación y llegué a la conclusión de que debía seguir mi propio camino, y eso es lo que hice, ni más ni menos.
–¿Cómo?
–Empecé a volver todos los días al barrio donde vivían las personas negras para hacer un poco. Fue un pequeño rayo de esperanza porque eso me dio la oportunidad de conocer a mucha gente maravillosa. Tiempo después, llegué a entender que jamás podría hacer aquello yo sola; necesitaba a la gente, que me ayudaran a mejorar la situación. Empezamos con un grupo universitario, con mucha dedicación y determinación. Durante los años del apartheid sufrimos un continuo acoso policial; trabajábamos a pesar de todos los pesares, necesitábamos a la gente pero lo teníamos muy difícil para transmitir y concienciar de lo malo que implicaba aquella situación. Lo que sí teníamos claro es que no podíamos permitir el mal que implicaba esa situación.
–¿Lo consiguió?
–Yo, no. Hice que la gente lo hiciera. Tenía que animarles a que salieran adelante por ellos mismos. Yo no tengo la capacidad de sacar a una persona de su mala situación, pero sí puedo hacerle ver que ella puede con su esfuerzo. Y, de este modo, la gente empezó a coger las riendas de la tierra que habitaban. A construir escuelas. Lo hizo la gente, y por eso no puedo reclamar un reconocimiento por algo que yo no he hecho. ¡Yo  no he creado Ikamva Labantu! Simplemente, he empujado hacia delante durante todo el camino, y han sido las personas, unidas, las que han creado Ikamva Labantu.
–¿Cómo cree que el apartheid pudo llegar a ser posible?
–No lo sé, y no puedo responder por los actos de otras personas, pero soy responsable de los míos. Sí puedo decir que yo no tenía ni idea de esa realidad, que no la conocía. Me preocupaba por aprender en la universidad, y no podía entrar en contacto con gente de color. Pensábamos que los negros también eran felices. Pero al final, mi deber está en el valor del amor y la humanidad.
–¿Por qué costó tanto salir de aquella situación? ¿Vagancia? ¿Falta de deseo de unión?
–Quizá tenga algo que ver. En nuestra organización no nos dedicamos a la caridad, porque cuando lo haces, la gente se conforma con esperar.  Nosotros les decimos que ellos tienen el poder para cambiar sus vidas. Todo esto gira sobre el concepto de conseguir que crean que pueden. Y, para ello, todo lo que hago es darles mi confianza.
–Uno de los problemas más notorios de África es el SIDA. En Ikamva Labantu tienen un programa para niños huérfanos por este motivo. ¿Qué puede contarme sobre ello?
–En Sudáfrica tenemos varios conceptos que giran alrededor de la comunidad. Uno de ellos es Ubuntu, que viene a significar humanidad e inclusión. También tenemos otro concepto que incluye el hacer que nuestros hijos crezcan. Y  un tercero muy importante: la ‘mama’. Se trata de una mujer de cierta edad, capaz  de criar ella a entre 20 y 30 niños, que los acoge porque no tienen padres por el SIDA, por ejemplo. La ‘mama’ africana también les da educación.
–¿Cómo fueron aquellas elecciones de 1994 en las que Nelson Mandela llegó a presidente?
–Aquella vez fui hasta el ‘township’ de los negros para votar con ellos. Era la única mujer blanca entre todos ellos, pero quería tener el mismo sentimiento que ellos, quería empaparme de aquella ilusión al verles votando.

 

Mil proyectos que benefician a un millón de personas
A finales de los sesenta, cuando el apartheid era más duro, Helen Lieberman y otros activistas comenzaron a responder a aquella injusta situación con iniciativas de supervivencia en los suburbios de la parte oeste de Ciudad del Cabo. El movimiento creció a lo largo de todo el país, y fue necesario formalizar la coordinación de estas iniciativas. Por ello, en el año 1992, nació Ikamva Labantu, que en español significa ‘El futuro de nuestra nación’. El objetivo era, claramente, ayudar a unas condiciones. En el comienzo de todo, un evento personal que hizo a Helen abrir los ojos, y que casi la lleva a huir del país.
Durante los años del apartheid, todas aquellas iniciativas fueron duramente presionadas por la policía, pero su crecimiento fue superior. Hoy día, Helen Lieberman, a pesar de sus 68 años, continúa al frente de Ikamva Labantu como presidenta de honor, colaborando en todo lo que puede.
Si todo marcha según lo previsto, Lieberman vendrá a Ceuta en unos meses a recoger el premio, una noticia que llegó a la sede de Ikamva Labantu, en Ciudad del Cabo, de manera totalmente inesperada, porque ni siquiera tenían constancia de que hubieran sido nominados para conseguirlo.  En la actualidad, esta ONG tiene cuatro tipos de proyecto principales, bajo los que se engloban un millar de actuaciones que benefician a un millón de personas: ayudas sanitarias de nivel primario, educación, seguridad alimentaria y desarrollo de empresas, y construcción de infraestructuras comunitarias.
El prestigio de Helen Lieberman ha crecido a lo largo de su labor, que ella siempre subraya como un logro colectivo, de todos los que forman la ONG. Lieberman ha ganado ya un buen número de distinciones, y muchas universidades envían sus alumnos de prácticas a Ikamva Labantu.

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