Sensación agridulce. El Cristo de Medinaceli y la Virgen de los Dolores han tenido que volver a su templo a escasos minutos de su salida. La lluvia, que parecía no interferir, finalmente ha impedido la Estación de Penitencia en este Lunes Santo en Ceuta.
El ambiente de felicidad se ha convertido en lágrimas y abrazos en una fecha tan esperada, una esperanza que las gotas de lluvia ha arrastrado.
Los devotos, llorosos y con lamentos, los han despedido entre aplausos y tristeza. "Qué pena". "Con los días tan buenos que ha hecho atrás". Son las palabras que han vociferado algunas mujeres que veían la lluvia caer.
Ceuta le ha rendido culto a su Señor, al Cristo de Medinaceli. Sus devotos lo habían recibido con fe y silencio a la salida de la casa Hermandad en la Avenida de España. El pueblo lo arropaba tras una espera de un año bajo la amenaza de las inclemencias meteorológicas.
"Mira, ahí está". Un niño, con alegría, ha avisado de que el Cristo de Medinaceli ya estaba a punto de dejar la casa Hermandad.
La humareda blanca de incienso ha aparecido junto al rostro del Señor de Ceuta. Las puertas se han abierto al pueblo. Las mantillas lo han mirado al pasar y se han santiguado. Las gaviotas coronaban el cielo, que se había despejado para darle paso.
La Agrupación musical de la Amargura entonaba así su primera marcha para darle la bienvenida. Aplausos interrumpían el silencio en la primera levantá al Señor de Ceuta.
Las plegarias se habían cumplido y el Cristo de Medinaceli salía a la calle. La Agrupación musical volcaba sus emociones y los devotos les aplaudían.
Pero repentinamente aparecía una leve llovizna que puso en alerta a los presentes, aunque el paso del Señor de Ceuta proseguía.
Al ritmo de los tambores y trompetas de la agrupación musical de la Amargura, el Señor de Ceuta ha dibujado sus pasos bajo la atenta mirada de los ceutíes que, con emoción, han alzado la mirada hacia el Cristo de Medinaceli.
Después del traslado, que este año se ha celebrado una semana antes de lo establecido, una gran afluencia se congregaba en el punto de partida del itinerario, la Casa de Hermandad, para recibirlo con devoción.
Un reguero morado, símbolo de la penitencia y la vigilancia, había conquistado las calles de Ceuta para acompañar al Señor. Un nutrido cortejo mostraba su respeto hacia el Cristo de Medinaceli en esta Estación de Penitencia.
Mantillas, monaguillos e incienso han llenado del color de la Semana Santa las calles de Ceuta en este Lunes Santo, una fecha especial marcada en el calendario para los caballas, que han rendido su fe al Cristo de Medinaceli, uno de los que más devoción despierta en la ciudad. Así había sido hasta que tuvo que regresar a la casa de hermandad.
Su madre, la virgen de los Dolores, le había seguido en este recorrido, llevada en las andas por una cuadrilla de fervorosas costaleras, que, tras dedicación y ensayos, este lunes procesionaban junto a ella.
La primera levantá de la imagen mariana fue recibida entre aplausos y los devotos santiguaban ante su solemne presencia.
Minutos después, la precipitación caía y la agrupación se resguardaba. Rápidamente, los costaleros retrocedían sus pasos, unos pasos amargos y duros para ellos tras la espera.
La Junta de Gobierno, reunida antes de la procesión
Antonio Vallejo, capataz de la Hermandad, trasladó que, antes de la salida procesional, la Junta de Gobierno estaba reunida. “Estamos a expensas de lo que decida porque como se sabe las previsiones de tiempo dan agua y ahora estudian el último parte meteorológico. Van a decidir qué hacemos. Quizá se adelante la recogida”, explicaba.
A su vez, Vallejo señalaba el relevo generacional de las cuadrillas, donde era notable una gran presencia de jóvenes. “Después de la pandemia ha habido un impulso grandísimo y esperamos que siga así”, comentaba. “Es también cuestión de las hermandades que sepan cuidar a esta cantera. Ahí yo le doy una importancia fundamental a los grupos jóvenes de las cofradías, que tienen que cuidar a la gente que les llega y que sepan gestionar ese capital humano que está llegando”, especificaba.
Vidas unidas por la Hermandad
Los momentos previos a la Estación de Penitencia, eran visibles los rostros de felicidad. Relajados, todos confiaban en que la meteorología no impediría recorrer las calles de Ceuta junto al Señor de Ceuta y la virgen de los Dolores, un anhelo que al final no se ha cumplido.
La fe por el Señor de Ceuta y la virgen de los Dolores se extiende a familias enteras. Es el caso de Gloria Mateo y Natalia, una madre y su hija que este año iban a acompañar acompañan a la virgen bajo las trabajaderas. Gloria se unió a la cuadrilla hace cuatro años. “Me metí en esto por mi hija”, expresaba, emocionada. Es para ella una experiencia “espectacular”.
Natalia explica que las dos ya han procesionado en otros pasos, pero que por primera vez lo harían en el palio de la virgen de los Dolores. Ambas manifestaban “temerle” a la lluvia y trasladaban la ilusión que sentían en este Lunes Santo. “Estoy nerviosa desde que me levanté esta mañana. Una vez me meto debajo de la trabajadera me da nostalgia. Es una mezcla de sentimientos. Hasta que no acabo no me quedo tranquila”, comentaba Natalia. Su madre, en cambio, aseguraba que “una vez dentro”, se relaja. Las dos señalaban que cada vez más chicas son las que se unen a las cuadrillas y que la edad media de los costaleros en la cofradía está en los veinte años.
José Manuel Mesa y Compadre Díaz son de los costaleros más veteranos de la Hermandad. Juntos llevan 26 años en la cuadrilla. Son amigos y, con humor, expresaban la ilusión que sentían en este día. “A partir de las dos empezará a llover y, si Dios quiere, nos dará tiempo a recogerlo”, comentaba Díaz. A Mesa como costalero le afloran los nervios cuando está en las trabajaderas, en cambio, Díaz no los siente.
Otros salían por primera vez en el cortejo procesional. Es el caso de Irene Pavón que, al residir fuera de su Ceuta natal, aún no había tenido la oportunidad de vestirse de mantilla hasta este año. “Estoy muy contenta, sobre todo he estado rezando para que el día salga bien, para que salga el cristo”. Ella, como muchos devotos, esperaba que las inclemencias meteorológicas no hicieran mella. Sus deseos eran que no lloviera, que todos disfrutaran de la procesión y que “el Cristo luzca tan bonito como siempre”. Es hermana de la cofradía desde pequeña, una devoción que su padre le ha inculcado. “En mi familia todos son devotos. Sobre todo, mi padre”.