Lo ocurrido la noche de ayer en la barriada del Príncipe es una tragedia. Que un adolescente reciba un disparo en la cabeza que le cause la muerte horas más tarde es un hecho que no puede ser calificado de otra forma, sobre todo por lo que representa para su familia: una pérdida irreparable sin sentido alguno. Son momentos de dolor que nadie, a menos que haya pasado por una situación similar, puede imaginarse. La pérdida de un ser querido siempre es un duro golpe, pero cuando ocurre en circunstancias como estas, es todavía peor. La Policía Nacional ha abierto una investigación sobre este crimen y como siempre está haciendo su trabajo para poder esclarecer lo ocurrido e identificar a los responsables de esta acción.
Mientras tanto en las barriadas de la periferia se viven momentos de miedo, consternación e incertidumbre, emociones que son propias de sucesos como los que se vivieron y que quedarán en la memoria de todos, hayan conocido o no a la víctima. Pero en medio del desasosiego es propicio un llamamiento a la calma, a esperar a que los efectivos de seguridad actúen y hagan lo que les corresponde. Es momento de ser prudentes y de no permitir que la compresible conmoción que reina en momentos tan difíciles como estos dé pie a acciones que tampoco tienen justificación alguna. Así como lo ha manifestado el CSIF, hay que condenar las amenazas, los insultos y agresiones al personal sanitario, así como los destrozos que sufrió el mobiliario del Hospital, entendiendo que quienes allí trabajan hacen lo posible por ayudar en situaciones extremas y también que merecen respeto y consideración. Tampoco son admisibles altercados como los acontecidos por la tarde en Los Rosales, donde un grupo de exaltados sembró el pánico pese a la presencia policial con la quema de un coche.