Con la invasión de Ucrania (24/II/2022) comenzó a tomar protagonismo los intereses entrelazados del poder económico que recibió fuertes sanciones de Occidente, la mayoría se aprovechó del desbarate de parcelas estratégicas tras la implosión de la Unión Soviética. Así, desde embargos, hasta detenciones, asesinatos y un largo etcétera, Vladímir Putin (1952-71 años) ha requerido varios artificios para mostrar a los oligarcas que solo mantendrán su disposición si él lo pretende.
Aunque estos empresarios acaudalados prosiguen en sectores cruciales como el petróleo y el gas, el presidente ha operado para ratificar su supremacía sobre la economía que se encuentra a merced de su órbita de confianza. Adelantándome a lo que a la postre fundamentaré, el vocablo ‘oligarquía’, contrastado en la Grecia clásica, hace mención al gobierno centralizado en unos pocos individuos. Los oligarcas rusos afloraron tras la disipación de la Unión Soviética, cuando Borís Yeltsin (1931-2007) distribuyó las empresas existentes entre ellos a cambio de su respaldo.
Casi tres décadas más tarde, las sanciones de Estados Unidos y la Unión Europea (UE) tratan de atenuar estos monopolios que capitalizan la guerra de Rusia del poder de los oligarcas. Recuérdese al respecto, que cuando Putin recaló como presidente (26/III/2000), halló un estado sometido por oligarcas que Yeltsin había patrocinado personalmente. Y a cambio de préstamos para costear su campaña de 1996, privatizó y adjudicó entre sus afiliados las empresas más significativas de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), abarcando las compañías del gas, el petróleo, la minería y la agricultura.
Dicho esto, el contrapeso económico de los oligarcas les proporcionaba hacer caer la balanza en las medidas judiciales y políticas. Pero inmediatamente se ensancharon al Viejo Continente por medio de mercados financieros como el de Londres o negocios como los clubes deportivos.
Con estos antecedentes preliminares, ‘oligarca’, un término que se vincula a las élites millonarias, personas que no sólo disponen de poder y dinero, sino de la dirección de cualificados recursos para terciar fogosamente en la política y el gobierno. Igualmente, una expresión coligada potentemente a los ricos y todopoderosos de la Federación de Rusia. Principalmente, a los que manipularon sus fortunas en la era postsoviética, incluyéndose aquellos que continúan supeditados al Kremlin.
Con lo cual, la oligarquía es el modus operandi de una minoría. Asimismo, el Diccionario Oxford puntualiza ‘oligarquía’ como “una persona extremadamente rica y poderosa, especialmente los rusos que se enriquecieron en los negocios tras el final de la Unión Soviética”. Pero más allá de este tinte rusófobo y como inicialmente señalaba, la palabra oligarca es de raíz griega y proviene de ‘oligoi’ (pocos) y arkhein (gobernar).
De hecho, Aristóteles emplea la significación ‘oligarquía’ para referir la práctica abusiva del poder de unos pocos con propósitos corruptos: el signo corrompido de la aristocracia. Tal y como escribió de puño y letra Aristóteles, “oligarquía es cuando hombres de riqueza tienen en sus manos el gobierno”. Si bien, la pronunciación adquiere otra notabilidad desde la invasión rusa a Ucrania y las sanciones aplicadas por los países occidentales contra Rusia y los gigantes de la industria que giran alrededor de Putin. Esas élites y sus activos premiun, han sido abrumados por internet y están en el punto de mira de la UE, Gran Bretaña y Estados Unidos.
Lo cierto es que algunos expertos apuntan que los oligarcas rusos no disponen de la tracción que adquirieron en tiempos pasados. Debiéndome ceñir brevemente a dos generaciones constatadas por los analistas: la vieja guardia y los nuevitos.
"Putin compone audazmente otra generación de multimillonarios rusos. Supo enmudecer y atropellar a los oligarcas de los noventa e inmediatamente dignificó a una nueva generación de magnates"
La primera generación de oligarcas rusos apareció del colapso de la Unión Soviética de 1991, cuando la perestroika de Mijaíl Gorbachov (1931-2022) comenzó a disminuir el control estatal sobre la economía. Yeltsin, sucesor de Gorbachov, precipitó las privatizaciones para intentar cambiar la situación de Rusia, con su tesoro de activos públicos en una economía de libre mercado. En tanto, Yeltsin y los otros constructores de la Rusia postsoviética rescataron en seguida el control de precios y propiedades.
Posteriormente, la administración desmontó y negoció retazos de las empresas estatales, desde pequeños restaurantes hasta grandes petroleras, en pujas amañadas o por medio de bonos de privatizaciones. Y seguidamente, los peces gordos, por denominarlo de algún modo, compitieron por los desechos. Con apenas una legislación la privatización desbocada fue transfiriendo a lo que algunos expertos designaron ‘protocapitalismo torcido’.
Los primeros magnates de la nueva Rusia, algunos por sus excelentes relaciones y otros por su falta de reservas a la hora de afrontar riesgos, pulieron patrimonios descomunales. Básicamente, no fueron emprendedores y se constituyeron desde abajo. En contraste, le acreditaban sus activos baratos al Estado, llámense empresas, refinerías y minas, e inmediatamente las revendían con cuantiosos rendimientos.
Y en base a lo anterior, cuando Putin se hizo con las riendas del Gobierno, la era de la vieja guardia desembocó fundamentalmente en su punto y final. El nuevo líder de Rusia no se envolvió al alma de la perestroika, ni tampoco consintió el surgimiento de otros magnates capitalistas. Amén, que prosperó para intervenir en el influjo de los financieros rusos y apuntalar el suyo propio. Al implementarlo acabó estableciendo su élite dominante: los nuevos oligarcas.
Por el contrario, en lo que atañe a la generación anterior, esta clase se encuentra más enraizada en Rusia y menos atraída por congraciarse con Occidente, pudiéndose desmenuzar en tres categorías generales.
Primero, se localizan aquellos con lazos de dilatada data con Putin, individuos que en su momento construyeron sus empresas sobre exorbitantes contratos estatales muy beneficiosos y que se establecían sin competencia alguna. Véase como ejemplo que en 2018 Putin estrenó un puente de 4.000 millones de dólares que enlaza Rusia con Crimea. Como es sabido, lo edificó el multimillonario magnate de la construcción, Arkady Rotenberg (1951-72 años), amigo entrañable de la niñez de Putin.
Segundo, los ejecutivos que se coordinaron en Rusia en la era de Putin y fueron propuestos por el presidente para conducir las principales empresas estatales. En este grupo existen sujetos como Igor Sechin (1960-64 años), un estrecho socio de Putin al que se le nombró director de la petrolera estatal Rosneft. Y tercero, los que llamaríamos ‘los halcones de la seguridad nacional’, que en definitiva son la élite de la seguridad y el lado duro militar que conocen perfectamente a Putin desde sus tiempos como agente de la KGB. Aunque hay que matizar que no son oligarcas habituales, pues algunos hicieron rendir sus vínculos en los servicios de seguridad.
A pesar de todo, no todos los rusos millonarios poseen relación con el Kremlin, pero en Rusia cualquiera que contraiga alguna cota de riqueza, atrae la curiosidad del Estado. O lo que es lo mismo, en Rusia es dificultoso sobrevivir sin tener unas mínimas conexiones con individuos poderosos. No obstante, la terminología de ‘oligarca’ no suele utilizarse para retratar a los acaudalados norteamericanos o europeos que disfrutan de yates e influyen a más no poder en el espectro político.
En opinión de varios analistas, lo más inmediato en Estados Unidos a un oligarca ruso se asemejaría a los barones ladrones de la Edad Dorada, que conservaron estrechos nexos con el Estado y esgrimieron pericias para enmascarar sus riquezas. En cambio, para otros la conclusión es más extensa. La cuestión trascendió en 2018 durante el proceso penal contra el exjefe de campañas de Donald Trump (1946-78 años), al que definitivamente se le enjuició por fraude bancario y fiscal, Paul Manafort (1949-75 años).
En el transcurso de la causa, el juez T. S. Ellis (1940-84 años) previno a los abogados de ambos lados que dejaran de emplear el vocablo ‘oligarca’ y mencionaran a los defensores de Manafort en Ucrania.
Llegados a este punto de la exposición, el salto político de los futuros oligarcas, residió en los escombros de la agónica URSS. Para los maltrechos habitantes rusos comprendía un sarcasmo punzante. Ahora quienes disponían de sitios de poder o preferencia durante el régimen comunista iban a prosperar en el capitalismo. Boris Berezovski (1946-2013), personaje tétrico de la enormemente corrupta dirección de Yeltsin, delata la jerarquía que llegaron a alcanzar.
El incidente más osado de esta inicua simbiosis resultó conducido con las Elecciones Presidenciales de 1996. De cara a un irresistible aspirante del Partido Comunista, Guennadi Ziugánov (1944-80 años), empujado y presionado por el hastío del electorado, Yeltsin debía afianzar como fuese su reelección.
De este modo, se inspiró en un beneficioso diseño: una sucesión de magnates proporcionaron préstamos al Estado y éstos a su vez, se aseguraron con otros bienes estatales hipotecados por si el país llegara al caso de no poder reponer la suma. Indiscutiblemente, el dinero no se pudo reembolsar.
Es así como numerosos sectores económicos terminaron su andadura en manos de ricos oligarcas, pero a precio de saldo. Y los que estaban llamados a verse favorecidos completaron su parte del trato. Al mismo tiempo, los medios de comunicación intervenidos dieron la cobertura mediática convenida en favor de Yeltsin, quién como era de esperar salió reelegido. Este es el fundamento del implacable capitalismo de la nueva Rusia. Hasta que surgió Putin en el escenario y ocasionó dos transiciones de importancia. Berezovski y Vladimir Gusinsky (1952-71 años) no interpretaron el recado. Extraviaron sus medios de comunicación y desaparecieron en el destierro. Otros magnates, como Mijaíl Jodorkovsky (1963-61 años), lo comprendió todavía peor.
Jodorkovsky franquearía diez años en el presidio, mientras los inseparables a Putin se distribuían su emporio. Y es aquí donde se desencadena la segunda novedad: el comienzo de otro tipo de oligarcas observados como ‘silovarcas’. En Rusia se reconoce como ‘silovikis’ a aquellos sujetos con un ayer extendido en las filas del ejército, o bien inmersos en los servicios secretos o la policía. Por fotografiarlos de una forma más general, podrían precisarse como ‘agentes del orden’.
Esta silueta política de perfil burócrata comenzó a tomar preeminencia de la mano de Putin. Me refiero a estrechos cómplices del régimen que proceden de su esfera más intrínseca y en su amplia mayoría, derivan de las parcelas del orden público. Dicho de otra manera: en los preámbulos del siglo XXI se gestaba otra rama de oligarcas que han aglutinado ingentes capitales y simboliza uno de los grandes contrafuertes de la élite en la que se arma el presidente ruso. Y en modo equidistante simpatiza con los oligarcas de los noventa, originarios del desmoronamiento de la URSS y que han descifrado la conformidad que le planteó al llegar.
Luego podría decirse que los oligarcas rusos son pudientes empresarios de las antiguas repúblicas soviéticas que operan con una riqueza reunida durante el período de privatización y en la etapa subsiguiente a la decadencia de la Unión Soviética. El fracasado estado soviético dejó la propiedad de empresas estatales en discordia, dando origen a la componenda tornadiza con oficiales de la URSS, como dispositivo para ganar terminantemente la propiedad estatal.
Los primeros oligarcas rusos modernos salieron a la palestra como empresarios bajo el paraguas de Gorbachov con la liberalización del mercado. Esta promoción más joven de negocios estaría capacitada para cimentar su primera riqueza y reformas. Como ya he mencionado, algunos de estos oligarcas que se movieron como pez en el agua con sustanciales fortunas de la nada en el tiempo de Gorbachov y más tarde con Yeltsin, han captado igualmente la ayuda de Putin.
Y otros más recientes han visto prosperar sus riquezas en la clandestinidad de las asistencias conferidas por el régimen del mandatario. Pero no sólo son personas de negocios, también se implican en el campo de la política y más o menos afines a Putin, contribuyendo desde sus focos con la clase dirigente y se sirven de las atenciones gubernamentales.
He aquí, las fuerzas concéntricas del orden y el poder del dinero: Putin, moldeado en la trémula política local de San Petersburgo y encomendado por Berezovski como un heredero flexible, exhibió más temperamento del codiciado. Fue encaramado a la jefatura como valedor contra la intimidación terrorista y una vez en lo más alto, punteó el territorio calculado. Y a la par, los oligarcas inocularon la siguiente recomendación: “¡Quédense ustedes con lo robado y disfrútenlo! ¡Eso sí, dejen de robar y paguen sus impuestos! ¡Pero sobre todo, por su propio bien, no se metan en política!”.
En otras palabras: Putin compone audazmente otra generación de multimillonarios rusos. Supo enmudecer y atropellar a los oligarcas de los noventa e inmediatamente dignificó a una nueva generación de magnates, frecuentemente designados entre sus antiguos compañeros de los servicios de inteligencia.
En cambio, hoy por hoy, emerge un tercer enjambre de pretendientes a oligarcas: magnates nominados por Putin para ostentar y resolver activos decomisados a empresas occidentales.
Es permisible que el Kremlin ponga a disposición sus subastas a actores foráneos, lo que sugestionaría a inversores oportunistas que rastrean una receta acertada para introducirse de lleno en el mercado. Estos inversores potenciales resultarían de países como India o China, o naciones de Oriente Medio que no han reprobado la invasión rusa de Ucrania. Y entre éstos, es de suponer que China ejerza una actuación más dinámica en la indagación de inversiones en Rusia. Máxime, porque dispone de más proyección en sus comparaciones de poder con Occidente que otros estados.
"Algunos de estos oligarcas que se movieron como pez en el agua con sustanciales fortunas de la nada en el tiempo de Gorbachov y más tarde con Yeltsin, han captado igualmente la ayuda de Putin"
Por ende, es poco presumible que las entidades estatales con peso se expongan a introducirse en conflicto con sanciones internacionales. Toda vez, que los inversionistas, al objeto de sortear las sanciones latentes podrían instituir una sociedad cartera que únicamente maniobre y comercialice entre China y Rusia.
La República Popular China da la sensación de que se ha lanzado a buscar ocasiones en el mercado ruso. Su embajador en Rusia, Zhang Hanhui (1963-61 años), sugería a varios líderes empresariales en Moscú, que explotaran al máximo aquellas que muestran el vacío, no señalando en ningún instante las sanciones, pero sí que refería a estos agentes que el contexto es complicado con compañías representativas encarando contrariedades en el eslabón de pagos y suministros.
Hoy en día, se extrema la interrogante sobre qué encargo jugará la oligarquía si se provoca la indisposición económica por las sanciones occidentales en réplica al conflicto bélico contra Ucrania, porque Putin les procuraba poder económico a cambio de su influjo político. Por lo tanto, cabría preguntarse: ¿Qué sucederá si aparte de ceder políticamente, los oligarcas quiebran? Pues las sanciones encierran una colisión de gran alcance a la economía y repercute en la ciudadanía.
Por lo pronto, habrá que valorar la capacidad de resistencia política que asume el régimen de Putin, tras la duración que suma y sigue desde la invasión. Se antojan dos ingredientes que hay que considerar para el devenir más inmediato: la contestación del pueblo llano y de la propia oligarquía. Primero, tras la anexión de Crimea en 2014, la ciudadanía se exhibió vanidosa, pero lo que es en la actualidad, no parece revelar tanto frenesí. Las críticas por la guerra no han sido arrolladoras y sí que existen motivos más que suficientes para que fuesen más lejos. La censura gubernamental ha conseguido, al menos por el momento, amilanar a otros residentes. Putin se esculpió su propia corona de laurel poniendo orden tras el desconcierto de los noventa.
Gracias a las filtraciones del líder opositor Alexéi Navalni (1976-2024), numerosos ciudadanos pueden enfundar recelos sobre la ostentación de vida del contorno más próximo a Putin. Queda estar al tanto si el declive en la calidad se armonizará con una antipatía disfrazada entre la ciudadanía.
Y segundo, en las primeras jornadas tras el preludio de la incursión rusa en tierras ucranianas, se oyeron algunas alegaciones de oligarcas en contra de la acometida. Pero hay que hacer una reflexión en las secuelas de las sanciones que no paran. Muchos querrían figurarse que a corto plazo una urbe encrespada se echará a las calles y quebrará a un círculo igualmente descontento.
Con todo, un entorno económico detractor puede reportar a no pocos oligarcas a pender todavía más del patronazgo del Kremlin y así consolidar su control político. Aunque Putin haya fracturado su parte del contrato al someter la conquista económica a un aciago aventurismo geopolítico.
Los oligarcas que en los noventa ascendieron como la espuma pretendieron fiscalizar la política rusa, pero se vieron en la tesitura de doblegarse a Putin. Los que lo llevaron a cabo, junto con los recién incorporados, confirmaron a todas luces estar para permanecer. No se sabe si esta guerra los trasladará a un mayor fracaso político o si serán un soporte en un cambio de dirección.
A este tenor, cuando la recién independizada Federación de Rusia materializó un esfuerzo de privatización mediante vales, las acciones de unas 15.000 empresas estatales quedaron en manos de compradores privados. Su propósito era acreditar que los rusos habituales adquirieran acciones. Inversamente, los empresarios acoplados obtuvieron bloques de cupones, lo que les concedió participaciones sustanciales o de control en las empresas. La ampliación precipitada de los precios de materias primas y la progresiva unificación económica de Rusia en Occidente, forjaron decenas de nuevos magnates.
Lo que está por venir indicará quiénes serán los nuevos oligarcas y de dónde obtendrán sus patrimonios. Y en la realidad del orden político liberal democrático, referirse a la oligarquía irremisiblemente nos transporta a la imagen de la captura adulterada del orden político por una élite no electa. Evidentemente, eso es lo que practicaron los oligarcas en la circunstancia del síncope económico de la URSS y del trémulo inicio de la Federación de Rusia.
De manera impulsiva los oligarcas desentrañaron que sus fortunas se encontraban coartadas a la sujeción de Putin: éstos interpretaron la señal porque los intereses políticos del presidente y sus fines financieros debían concordar en uno mismo.
En consecuencia, el vocablo ‘oligarca’ adquiere una doble dimensión. En principio podemos referirnos al saqueo de explícitos sectores económicos por parte de varios empresarios, en razón de sus engarces políticos. Y segundo, podría englobar un atropello de poder económico para desplegar influjo político. Ensamblados ambos formatos conducen a una especie de simbiosis maligna: la depredación de recursos trampea el peso político.
Actualmente los oligarcas han de desafiar un futuro bastante espinoso: mientras Occidente mortifica a Rusia con las sanciones, éstos contemplan como sus fortunas caen conforme se paralizan los mercados rusos. Sea como fuere, los oligarcas que vendieron sus activos rusos y reubicaron sus propiedades en Occidente, están siendo castigados con numerosas sanciones.
Finalmente, a criterio de algunos expertos en finanzas, una nueva generación de oligarcas rusos podría registrarse, si Putin confisca los activos de las empresas que abandonaron el país tras la invasión de Ucrania. Sin inmiscuir, que desde su recalada al poder, ha rehecho el control de la economía nacional y, a diestro y siniestro, acosa a los oligarcas críticos mediante arrestos y asesinatos, situando en su lugar a personas de su confianza.