Ayer, un grupo de muchachos de los años cincuenta, a la caída de la tarde nos reunimos junto a las “Murallas Reales del Angulo”, para cenar en uno de los mesones que allí han abierto sus puertas para ofrecernos su gastronomía, en medio de un entorno perfecto, donde lo antiguo, a caballo de los siglos, se anuncia apenas se alza la mirada…
Hacía tiempo que las circunstancias personales de cada uno había imposibilitado el podernos reunir y charlar largo y tendido, como antaño lo hiciéramos en las noches del estío, sobre todo en las cálidas noches de agosto: interminables y a veces, sumergidas en la húmeda neblina del taró…
La nostalgia, todo lo preña de un halo mágico y, yo diría, de un cierto misterio, que hace que los sucesos del pretérito parezcan ensalzados y únicos, como si realmente hubiésemos vivido una época épica e irrepetible y que nosotros –sus protagonistas más cercanos- tuvimos la suerte de estar allí y vivir esos momentos…
Paquito Mancilla, Paco Prieto “Potra”, Pepe Sevilla, “Guille” Bermúdez y el que suscribe, fuimos desgranando diferentes sucesos y acaecimientos que nos fueron viniendo, en tropel, a nuestra memoria. Como siempre sucede en estos encuentros en los que sus protagonista hace tiempo que no se visitan, las palabras ruedan y ruedan de una boca a otra, sin darse un respiro y una licencia para una tregua…Todos los discursos salen a borbotones, sin casi tiempo para replicar, y sin casi tiempo para argumentar alguna reflexión que nos ate a la conversación. Todo es atropello, urgencia, tumulto, en una espontaneidad de frases que no acaban nunca; y entre un mar de risas de algunos recuerdos y de algunas anécdotas graciosas; y por qué no, de algunos dichos de entonces y alguna imitación de algún personaje singular…; en definitiva, de alguna referencia que haga de nexo de unión a un tiempo pasado y aun lugar que, ya en las cartas náutica y portulanos de Ceuta, en su característica caligrafía, se denominaba “La Puntilla”…
Una, dos, tres…fueron cayendo las horas y algunas cervezas. Y un sinfín de sentimientos que iban saliendo desde la profundidad donde se esconde la nostalgia, y en donde echa sus raíces los códigos secretos de nuestros nombres y nuestra personalidad. Cuando se traspasa una cierta edad, y el pulso se hace más sosegado, convenimos en hacernos eco de la cita del Eclesiastés en que nos hace referencia a: "Vanidad de vanidades, todo es vanidad". Y comprendemos que ha concluido, que ha terminado el tiempo del asalto a la fortaleza de nuestras ambiciones personales. Y alcanzamos a comprender –en nuestras horas más sabias-, que la lucha por conseguir un estatus, una posición social, o un bien material, esta tocando a su fin….
Fueron cayendo las horas, una, dos tres…Sin embargo, el tiempo, para nosotros, hacia ya largo rato que había detenido sus manecillas del reloj… Era otro tiempo. Un tiempo que de nuevo abría sus alas, y nos daba otra oportunidad de viajar a las horas de la juventud soñada; a las horas donde todo está por hacer y principia el camino; a las horas de la juventud: “Juventud, divino tesoro”, como dijera el poeta, en su canto inalcanzable de las cosas que se aman y, salen sin anunciarse del alma….