Hoy contamos una historia que no debe ser pasada por alto. ¿Y saben por qué? porque es el mero reflejo de lo que le puede pasar a cualquiera de nosotros. ¿Y quiénes somos nosotros? Los ciudadanos, esos hombres y mujeres que, nos dicen, tenemos derechos. Delante nuestra está la administración: una especie de ente que se supone está creada para ayudarnos, para hacer que el ciudadano tenga la vida más cómoda, y al final resulta que termina siendo la piedra que te encuentras en el camino una y otra vez y que parece estar situada para desquiciarte. Pues bien, con esa administración topó ayer el ciudadano Juan. Mañana, recuerde, puede ser usted el ‘Juan del día’ y verse envuelto en un círculo en el que sobra la incompetencia como sobran los políticos que la provocan. En este caso el ciudadano Juan paga sus tasas para poder disfrutar de un servicio. El Ayuntamiento le cobra 80 euros para que pueda tener su módulo en el cementerio y vender flores de cara a la fiesta de Todos los Santos. ¿Y qué ocurre? Que el Ayuntamiento mete la pata a base de bien, no coloca el módulo por error y al final, en vez de arreglarlo todo en cinco minutos, termina multando al ciudadano al que le han pisoteado sus derechos. Ya saben, después de quitarle la razón al contribuyente vamos a acordarnos de pasarle la facturita de marras vía multón, para que aprenda.
¿Resulta tan complicado, en ciudad tan chica como esta, hacer una llamada para arreglar el asunto y sacar airosos la patita que los propios políticos han metido? Debe serlo, porque en el caso de marras que hoy le narramos en la página 12, el ciudadano en cuestión se ha quedado sin negocio y sin derechos, al menos de momento.
Las políticas que sigue la administración para vendernos su lucha de acercamiento al ciudadano no son más que falacias en una sociedad en la que no sabes si hablas con funcionarios o máquinas, en la que te hacen dar mil y una vueltas para conseguir que te atiendan, en la que los problemas que la propia administración provoca son incapaces de solventarse para desgracia del sufrido ciudadano. ¿Resulta tan complicado hacer bien las cosas? Debe ser así porque historias como la que hoy les contamos son de todo menos aleatorias. La administración crece como un gigante, un titán que se publicita como amigo pero que en el fondo es un muro de hormigón contra el que te hacen pelear para que haya justicia y que mientras te cansa y desespera se dedica a sablear tu cartera. El tiempo cuesta, el ciudadano pierde y Juan se queda sin sus flores. Ejemplo.