Opinión

Las cuentas del Gran Capitán (I)

“Esta forma de extorsión institucionalizada es aceptada, en mayor o menor grado, en nuestro interior social con el falso y peligroso soniquete de que ‘todas son iguales”

Quiso la Historia que, al serle pedida la justificación de gastos tras la conquista de Nápoles y Sicilia para los Reyes Católicos, el general Gonzalo Fernández de Córdoba, muy molesto por el hecho de rendir cuentas, floreara literalmente a sus majestades.
Desde lo más alto de su poderío militar, el Gran Capitán afirmó sin pestañear que se había gastado:
-“Doscientos mil setecientos treinta y seis ducados y nueve reales en frailes, monjas y pobres, para que rogasen a Dios por la prosperidad de las armas españolas
-Cien millones en palas, picos y azadones, para enterrar a los muertos del adversario
-Cien mil ducados en guantes perfumados para preservar a las tropas del mal olor de los cadáveres de sus enemigos tendidos en el campo de batalla”.
Y, lógicamente, no podían faltar los diez mil ducados en pólvora y balas, teniendo en cuenta “sobre todo” que estábamos hablando de una guerra.
Si bien es cierto que detrás de esa exigencia Real se encontraba un brutal recelo contra el auge del militar, más claro resultaba que al general cordobés no se le podía pedir justificación alguna de gastos. ¡Hasta ahí podíamos llegar!
¿Les suena?
La corrupción, obviamente, no es algo que haya surgido hoy, ni muchísimo menos. Esta nauseabunda y asquerosa lacra es, por tanto, intrínseca a cualquier forma de poder y/o regímenes. Por ende, resultará imposible de erradicar mientras sigamos creyendo a pie juntillas, y credo alienante grabado a fuego en el cerebro, que es infinitamente mejor que otras nos gobiernen, ordenen y manden en lugar de que pensemos y actuemos sin que nadie nos lleve atadas en corto. Pero mientras tanto, así nos va.
Pero, esta forma de extorsión institucionalizada es aceptada, en mayor o menor grado, en nuestro interior social con el falso y peligroso soniquete de que “todas son iguales”; algo que justifica muchísimo más esta práctica mafiosa de lo que la condena. Eso sin contar con que este tipo de razonamientos nos acerca aún más al concepto antidemocrático de Ordre Nouveau de la extrema derecha que a una toma de conciencia colectiva contra el expolio organizado.
Pero para que esto pueda producirse, es decir, para que haya políticas que se lleven ingentes cantidades de dinero a su bolsillo o gocen de prebendas, la mayoría de las veces se pone en marcha un sofisticado y bien rodado mecanismo.
Pero empecemos por el principio. La existencia de corruptas está directamente relacionada con la figura de las corruptoras, o viceversa (el dilema de la gallina y el huevo, en este caso, no nos interesa nada). Pero más allá de esta evidencia, la porquería es aún más densa.
Cuando se habla de grandes cantidades de dinero (tanto que esos montantes se escapan de nuestra capacidad de visualizarlos) que pasan ilícitamente de una cartera a otra, o de una caja B a otra caja B, estas montañas de euros no se almacenan bajo los colchones, sino en entidades encargadas de guardar y/o mover esos fondos: los bancos.
Algunas de estas oficinas de depósitos, con los subterfugios que sean necesarios, suelen encontrar el límite del imperio de la ley para que, en ese tránsito, los fondos pase de ser sucios a legales. Evidentemente, ese dinero también suele pasar por paraísos fiscales en los que, por cierto, tienen su sede una gran cantidad de empresas que suelen darnos lecciones de moral y de comportamiento.
El caso es que existen verdaderas autopistas para que el dinero sucio circule a la velocidad de la luz y vuelva a entrar en el “circuito”. La perversión es tal que, por ejemplo, unas megacomisiones pagadas por construir una infraestructura de consideración en un lugar donde no hace falta pueden, tras el camino antes indicado, ser la fuente de financiación de un museo o de un hospital. Ni Berlanga hubiese logrado un mejor guión.
La actualidad también nos recuerda que no sólo de obras públicas se nutre este submundo de cuello blanco.
Las informaciones privilegiadas, que obviamente también se traducen en dinero, las recalificaciones de terrenos o las compras de favores se engloban en esta ciénaga que existe desde que el Poder es Poder.
Evidentemente, también están las corruptas de perfil bajo. Y son las que acaban por caer. Sus métodos son más burdos, su capacidad para disimular el dinero es infinitamente menor que la de sus “hermanas mayores” y el nivel de ostentación supera con creces la definición de imbecilidad. Ejemplos tampoco faltan.
Como podrán comprobar, este H2SO4 no ha descubierto el agua caliente, tan sólo se ha limitado a leer en los medios de comunicación. Es decir, todo esto es vox populi… y francamente, no sé qué me preocupa más: que esto ocurra o que a nadie parezca extrañarle.
Para combatir todo esto, los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado no tienen los medios humanos y materiales suficientes para luchar contra esta plaga. Se cuenta más con la dedicación y la extrema profesionalidad de estas funcionarias que con lo que ponen a su disposición quienes gestionan el Estado de Derecho. A los hechos hay que remitirse. En estos tiempos de recortes, las unidades dedicadas al blanqueo de capitales y delitos económicos en general tienen cada vez menos medios hasta rozar lo ridículo. De vergüenza.
A pesar de todo, la pericia y el tesón de estas agentes logra que algunas, torpes o demasiado avariciosas, acaben siendo sentadas ante un tribunal por sus tropelías. Pero, eso sí, el dinero no suele volver al lugar de donde salió.
¿Y se acabó lo que se daba? Al parecer, sí.
El dinero parece seguir fluyendo ilegalmente sin posibilidad política de encontrar una solución a esta hemorragia monetaria y de derechos que se engullen en las cañerías del engaño y, lo que es peor, del olvido.
Sin embargo, todavía se alzan con fuerza algunas voces contra esta indecencia, intentando dar soluciones prácticas, además de constatar y condenar.
Así, Javier Gómez Bermúdez (actual juez de enlace de España en Francia y ex juez de la Audiencia Nacional) lo tenía meridianamente claro cuando afirmaba que ”lo importante en los delitos relacionados con beneficios económicos, incluidos los de la corrupción, es que ese beneficio no redunde en que tenga una mejor vida el corrupto. Por lo tanto –insistía- en lo que hay que trabajar es en quitarle ese dinero. En que no disfrute de ese beneficio. En que sepa que si le pillamos va a perder todo su patrimonio. No sólo el ganado con la corrupción sino el otro también”- sentenciaba.
¿Usted ha visto una ley contundente en este sentido o que pretenda cortar de raíz la corrupción? ¿Conoce alguna iniciativa política tendente a castigar definitivamente a toda aquella que pague, cobre o facilite que se mueva el dinero de la corrupción? No hay más preguntas, señoría.
Resulta evidente el desdén hacia las ciudadanas (muchas de las cuales viven en condiciones muy difíciles) que ejercen las podridas electas que acceden a estas prácticas por la acción de otras no menos putrefactas corruptoras. Ojalá fuésemos tan contundentes en exigir una limpieza total (apartando de por vida a toda aquella que se viese mezclada en casos de corrupción) como lo somos reclamando penaltis o votando a las frikis de turno en los reality de moda.
Usted, como siempre sabrá lo que más le conviene, pero si sigue sin hacer nada, exigiendo menos y entregando su voluntad en las urnas sin reclamar que se expulse a las corruptas, las grandes capitanas del momento continuarán haciendo sus particulares y lucrativas cuentas. Y lo seguirán haciendo sobre su espalda. No lo olvide nunca.

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