“Las células se comunican y debemos saber qué se dicen”

Mientras habla vía telefónica desde la Universitat de València (UV) observa uno de los cuadros que cuelgan en las paredes de su despacho. Le presta mayor atención cuando se le pregunta por qué optó por investigar. “Está hecho desde una silla de ruedas y, con pintura, lo que aparecen son varias marcas de las ruedas de esa silla”, describe, “me lo regaló un tetrapléjico y me sirve para recordarme a mí y a mis estudiantes que hay personas que cuando llega el fin de semana siguen anclados a su silla”. Por él y por mucha otra gente, investiga más de doce horas diarias. Observa sin descanso a través de los microscopios, analiza, comprende, explica, relaciona... “Nuestra obligación es dar solución a los problemas de nuestros ciudadanos”, dice. Por muy pequeño que sea el avance de cualquier integrante de su equipo, de otros colegas de profesión o de él mismo, José Manuel García Verdugo siempre lo celebra. “Descubrir cosas nuevas es fascinante, una alegría inmensa”, asegura.
A pesar de que abandonó Ceuta a la temprana edad de cinco años, no olvida el lugar donde nació. Su madre, una de las pocas comadronas que existían en aquellos tiempos, doña Carmen Verdugo, dio a luz en una casa de Villajovita que, en sus últimas visitas, ya no ha sabido encontrar. “La han debido demoler ya”, supone. Y, acostumbrado a rastrear nuevos hallazgos, se siente pletórico de que por vez primera los medios de su ciudad natal se hagan eco de su currículum a pesar de que lleva años tratando con periodistas de medios nacionales y especializados. No es para menos. Echar un vistazo a su currículum da vértigo. Además de por su condición de catedrático de Biología Celular, García Verdugo centra su carrera en los descubrimientos sobre la existencia de neurogénesis en el cerebro adulto, tanto de reptiles y aves como de mamíferos, incluyendo el humano. ¿Quién no ha escuchado aquello de que cada vez que una de nuestras neuronas muere la perdemos para siempre o, lo que es lo mismo, que no se regeneran? Pues no. “Durante más de cien años se decía que en nuestro cerebro no se producían nuevas células, de neuronas, después del nacimiento. Que al contrario de la piel o el intestino se regeneran, el cerebro no tiene ninguna posibilidad de hacerlo. Ese es el dogma que hubo hasta la década de los 80 cuando empezó a decirse que en algunas zonas del cerebro de los roedores se producían nuevas neuronas”, explica.
Ahí tenían el punto de partida. La publicación de un trabajo a finales del pasado siglo que abría la posibilidad de que la especie humana fuera capaz de experimentar neurogénesis (creación de nuevas neuronas en el cerebro humano) tomando como argumentación  la confirmación hecha por el equipo de García Verdugo en relación a la neurogénesis en los ratones fue el empujón definitivo. “Además, en los ratones también identificamos a las células madre y, ¿por qué es esto importante? Porque así ya sabemos con qué célula tenemos que dialogar para decirle que tiene que dar neuronas”, explica el investigador. Y es que, si un óvulo y un espermatozoide son capaces de, al unirse, formar una célula que se va reproduciendo hasta crear seres tan complejos como nosotros es porque ahí hay una comunicación. “Las células son capaces de hablar entre ellas, aunque ese diálogo no lo conocemos todavía pero si ellas lo hacen algún día llegaremos a descubrirlo”, comenta.
En ese punto tocaba demostrar si eso mismo ocurre en los humanos. Hay que situarse en el 2003. “Confirmamos que, tal y como otro grupo había avanzado, en el cerebro humano hay neurogénesis y células madre a las cuales, además, identificamos”, prosigue García Verdugo. Pero sus hallazgos no se quedaron ahí, pues se demostró una alentadora diferencia que entre ratones y humanos. Mientras en los roedores la neurogénesis se experimentaba en dos regiones, el hipocampo y en los bulbos olfatorios, los humanos solo la experimentan en la  primera de ellas.  El investigador nos lo explica: “Los humanos, tras el nacimiento, enviamos una masiva migración de nuevas neuronas al bulbo olfatorio, pero solo hasta los cuatro o cinco años, sin embargo, enviamos también una masiva migración de neuronas a la corteza cerebral”. Al parecer, los humanos hemos decidido tener una enorme corteza cerebral de tal modo que todos esos millones de neuronas iniciales se almacenan en la corteza prefrontal, área relacionada con el aprendizaje y la memoria y donde dicha información se almacena. “Tenemos que pensar que la corteza cerebral es como un disco duro mientras que el hipocampo es un microchip que regula que información se debe guardar”, compara García Verdugo, “los humanos, en vez de seguir con el olfato enormemente desarrollado como los roedores, hemos preferido un cerebro investigador, con imaginación, capaz de preguntarse cosas... y por eso hemos aumentado el disco duro para guardar la información”.
Ahí radica, en su opinión, lo más satisfactorio de ir conociendo cada día más el cerebro humano. En saber que nuestro hipocampo produce nuevas neuronas constantemente que, en la corteza cerebral, siguen a lo largo de toda la vida almacenando información. “Así podemos utilizar a los 20, 30, 40 ó 50 años cualquier información que hayamos aprendido y almacenando en otros momentos anteriores de nuestra vida”, dice.
- ¿Por qué este hallazgo es tan importante para el futuro?
- Porque nuestro microchip tiene células madre que producen nuevas neuronas que, a su vez, conectan con el disco duro. Si a éste no le llega información esa nueva neurona morirá, porque no conecta con nadie. Entonces no pasa nada, porque la ‘madre’ le dice ‘tranquilo, yo te reemplazo por otra nueva neurona’. Pero si esta se encuentra con que tampoco hay actividad en ese cerebro, es decir, la persona no está leyendo, no está escuchando la radio o teniendo cualquier tipo de actividad intelectual esa nueva neurona va a morir.
- ¿Entonces?
- Pues que como las células madre no son eternas, pues se van agotando con el tiempo, si no hay actividad el microchip también se agota. Y ahí vienen los problemas cognitivos y... ¡ojo! porque las drogas, alcohol, etcétera... matan a las células cuando todavía no están desarrolladas ya que las nuevas neuronas tardan varios meses en ir conectándose con el disco duro, en encontrar su sitio. En ese proceso son muy vulnerables.
- Pero si la madre sigue ‘dando a luz’ varias hijas, ¿cuál es el problema?
- Pues que, si bien no pasa nada por una borrachera, si se ha empezado a beber alcohol a los 15 años, a los 40 años llegan a las consultas de los neurólogos personas con serios problemas cognitivos. No hablo del ‘vasito’ de vino o de una copa de vez en cuando, pero sí que los excesos suponen un enorme riesgo para la sociedad.
- ¿Cree que, gracias a todo esto, en el futuro se podrá encontrar cura a graves enfermedades neuronales?
- Hay que evitar a toda costa que el microchip se agote, es decir, que no mueran todas las neuronas. De ahí la importancia de la actividad intelectual. Desde la ama de casa al pensar cómo cocina hasta un agricultor sopesando qué fertilizante utilizar. Sabiendo ahora que hay una importante neurogénesis en los primeros años de vida lo que posiblemente se podrá hacer en el futuro es, con neuroimagen, conocer si esas migraciones masivas se están desarrollando acertadamente. Es decir, si vemos que en un niño algo va mal habrá que actuar farmacológicamente. Es un primer paso, pero todavía falta mucho. “La investigación está poco valorada por la sociedad, pero no tiramos la toalla” ESPAÑA-EEUU. ”A veces tenemos una hipótesis, la vamos desarrollando y nos damos cuenta de que no es así y tenemos que dejarlo. Eso es frustrante pero no por eso tiramos la toalla a pesar de que la sociedad no valore el trabajo y se escude en que lo hacemos porque nos gusta”. José Manuel García Verdugo dedica, de media, unas doce horas diarias a su trabajo. Aunque a veces son más. “Y tenemos que venir muchas veces sábados y domingos... pero no pasa nada porque lo hacemos en equipo”, comenta. Además en el día a día, al trabajar con animales, han de estar en contacto con productos contaminantes de cierto peligro. “No estamos pidiendo dinero para nosotros, sino para investigar más con la intención de que nuestro trabajo ayude al resto de la sociedad”, recuerda. A pesar de que no ha emigrado por completo, sí que durante más de una década ha estado investigando durante tres o cuatro meses al año en Estados Unidos. “Allí, además de que al científico lo valoran, tienen muy buenos medios y sobre todo organización”, valora, “no hay envidias, como aquí, y si un solo grupo triunfaba toda la universidad se sentía orgullosa”. La crisis económica ha metido el miedo en el cuerpo a la inmensa mayoría del colectivo porque formar a un nuevo investigador lleva, de media, entre cuatro y seis años. “Si al cabo de dos años se tiene que ir al extranjero ya lo has perdido y, si vuelve, suele tener otras ideas y estar interesado en otros temas”, opina García Verdugo. Sabe bien que para desarrollar cada nueva idea hacen falta por lo menos cinco años, pero no se rinde: “Aquí estamos sacando cosas interesantes y nuestra prioridad es trabajar para el bienestar de toda la sociedad a pesar de que, como ocurre en todos los países, haya algunos a los que les guste vender humo y ponerse medallas, pero eso son generalmente excepciones”. Elementos adversos que, lejos de hacerle pensar en abandonar, le imprimen más fuerza para seguir adelante porque está convencido de que su labor merece la pena.

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