La Ciudad volvió a publicitar ayer bajo el formato del compromiso un paquete de medidas que, dicen, se tendrá que ejecutar antes de que finalice la legislatura. Entre ese grueso, que puede consultarse de manera íntegra en la web oficial (gobiernodeceuta.es), figuran algunas que suenan a viejo, como es el caso de la Policía de Barrio,
harto anunciada y nunca implantada por mucho que en el Debate sobre el Estado de la Ciudad el portavoz Carreira dijera que el problema radicaba en que los ciudadanos no la veíamos. Es decir, que ahora además de poco espabilados somos miopes.
No es malo que un Gobierno publicite una hoja de ruta con la que buscar una conectividad con el ciudadano haciéndole partícipe de lo que está dispuesto a hacer en un plazo concreto. Lo malo es no llegar a cumplir esa hilera de compromisos, forzando a que se tengan que repetir en varias ocasiones. No hace falta aludir a la RPT, que de hecho, en un alarde de sinceridad, no ha quedado incluida en esta nueva batería de cien medidas. Es ahí donde radica el fallo de la clase política, en vivir de las promesas y en buscar excusas de lo más pintorescas para justificar la no realización de las propuestas. Es ahí donde se cae en el efecto perverso de un planteamiento que, como línea de trabajo original, es respetado pero que avanza con demasiados riesgos en un camino como el de la política que se ha vuelto tortuoso. Hoy la oposición pondrá en escena el juego de las críticas a este plan, buscando su hueco alternativo a un ramillete de compromisos que, según la implicación a veces tan ausente, será efectivo o no.