En la capilla de la Almadraba y en la capilla de la iglesia de África, su presencia permanecía todo el año… y en el día de su festividad, el 16 de julio, era el día señalado para pasearla por las calles de Ceuta. Mi Yaya, y yo, esperamos su paso en la antigua calle la Muralla, hoy: Paseo de las Palmeras.
-Ya viene ya viene -gritaba un muchacho-
Y efectivamente, la Virgen procesionaba a hombros de los marineros de la Compañía de Mar, la Virgen más delicada… la Virgen de los celestes y los blancos: celeste de cielo y blanco de espuma. La Virgen de los azules del mar... de los esmeraldas, de los turquesas… La Virgen del sol en el levante, teñido de malva y oro… La virgen en los ocasos del poniente, tras nubes susurrantes y rojas como pétalos de amapolas….
-¡Viva la Virgen del mar! -gritaban unos. ¡Viva la Virgen de los pescadores! -gritaban otros…
-¡Mare de Deu1!, susurraba mi Yaya, apretándome la mano, y persignándose al paso de Ella…Teresa, nunca decía: ¡Mare de Jesús!, ni siquiera: ¡Mare de Cristo!, Teresa, siempre susurraba: ¡Mare de Deu! ¡Mare de Deu...! Y su fe, como un bálsamo, le calmaba su «patir2»…
Mi Yaya, comprendía el misterio, que yo nunca he comprendido… pero sin embargo, cuando la razón no alcanza más allá de su limite, y por el contrario, con la desesperanza nos llega el tiempo de los sentimientos, yo, como ella, en apenas un susurro, también pronuncio:¡Mare de Deu! ¡Mare de Deu...!
Los marineros, blancos, de cal, engalanados con su «Tafetán» de seda negro y el «Lepanto» a la espalda, elevan hasta el cielo, a la Madre de Dios, cada vez que la procesión se pone en camino. Mi Yaya, en la bajada al muelle Comercio, le dirige la última mirada, se persigna de nuevo, y volviéndose a mí, apenas le salen unas palabras:
-No tardes, fill3, no tardes…
Y se aleja camino del patio, calle del «Estrecho» arriba, con los ojos llenos de ausencias y de lágrimas… ¡Oh, Yaya!, no sé por qué, pero el recuerdo de tus lágrimas, a pesar de mi incredulidad, siempre me acercan a Dios…
Ya han ido bajando a la Virgen hasta la embarcación que ha de llevarla a dar un paseo por las aguas del puerto. Muchos barquitos están engalanados con pequeñas banderas de colores y esperan a que salga la Virgen para acompañarla en su paseo por las aguas del puerto. Es un momento de emoción, la gente se apresura a montarse en las traíñas que se aprestan a salir. Toda la balaustrada del jardín de San Sebastián, se encuentra repleta de personas que por nada del mundo quieren perderse la salida de la Virgen del Carmen.
Juan Antonio, y yo, vamos a bordo del «Lobito», y por fin la Virgen, se hace a la mar en medio de las embarcaciones que desean acompañarlas. Las hay grandes, pequeñas, apenas unos botes e incluso deportivas del CAS; todas se disputan el privilegio de estar a su lado, y no cejan en su empeño en ningún momento. A veces, los barcos llegan a rozarse por ocupar un puesto de honor junto a Ella. Por donde va pasando la traíña que la lleva, los pesqueros tocan una y otra vez las sirenas hasta quedar confundido en un clamor que se eleva hasta los rojizos cirros más altos de la tarde.
Una vez se ha salido del puerto pesquero, se arrumba al muelle de levante de Alfau, a continuación se atraviesa las aguas de la movida bocana, para luego buscar resguardo tras las sucesivas alienaciones de los muelles de poniente; y aquí, los grandes buques mercantes de pabellón extranjero, agradecidos por la belleza de tan extraña regata, hacen sonar, una y otra vez, la pitada grave de sus tifones4, hasta quedar sin aire, exhaustos, afónicos… Son unos momentos llenos de emoción, en todas las embarcaciones se canta y se aplaude a la Virgen. Y en la traíña que la lleva, suena una Salve, que a modo de eco, vamos repitiendo de embarcación en embarcación. Es un momento mágico, irreal, místico, inolvidable… La mar, el cielo, el atardecer transido de nubes rojas y malvas, los romeros, la Virgen y sus hijos: los pescadores….
¡Virgen del Carmen! ¡Madre de Dios! ¡Acoge nuestra súplica, en tus manos están nuestros corazones…! ¡Ayúdanos! ¡En ti confiamos…!.