A la mañana del 16 de julio, los niños de Callejón del Asilo bajábamos, como atraídos por un nuevo mago Merlín, hacia el Muelle Comercio.
Ya en la noche anterior, en los escalones de la casa de Emilio, junto a la puerta del “Asilo” se habían contado una y mil historias de los bravos pescadores de nuestra ciudad: del naufragio del Lobo, de la pesca de la melva que se contaban por millares, de los atunes de la almadraba, de los terribles temporales del Estrecho y yo no sé cuantas cosas más…
Cuanta ilusión y cuantos nervios en la bajada a la explanada del muelle donde se colocaban los motocarros de carga. Todo estaba adornado de banderitas de colores y la gente empezaba a congregarse procedente de las barriadas de pescadores: de la “rivera”*, del Foso San Felipe, de la Almadraba, de nuestro Callejón del Asilo…
Y, a media mañana comenzaban los festejos con la carrera de botes que, desde el cantil de la lonja, bogaban hasta más allá de la farola roja del rompeolas, donde rodeaban la boya del extremo de la manga de la carrera y vuelta a la lonja. La carrera de botes dijéramos, era la expresión más exacta de la fuerza y la destreza de aquellos muchachos adiestrados en la rudeza y en la violencia del mar. Nada pudiera significar una valoración más cualificada para ellos, que alzar victoriosos al cielo los remos en señal de bravura, de arrojo, de competir en temeridad y audacia a la cólera constante de la mar… Y la mar los preparaba para la incertidumbre del regreso, para la lucha cuerpo a cuerpo contra las galernas, contra temporales desechos del invierno, contra que habitara el miedo en sus corazones…
Luego vendría la cucaña, donde los pescadores tendrían que coger un pañuelo rojo al final de un madero que habían colocado a bordo de una traíña, y que lo habían untado todo de sebo…Y, desde luego que lo intentaban, sin embargo, uno tras otro caían al agua sin tomar en sus manos el ansiado trofeo. Al fin, un muchacho, tras guardar el equilibrio, en su caída alcanzaba el trapo encarnado que mostraba orgulloso en una mano tras la zambullida…
Más tarde tenía lugar la carrera de sacos que daba lugar a una algarabía de risas, pues en la loca carrera algunos tropezaban y caían de bruces al suelo, para al poco levantarse y tropezarse con otros en una escena que nos llenaba a todos de risas.
También, debajo del Salón-Bar de la Cofradía habían dispuesto otra cucaña de un palo en vertical al que también lo habían cubierto de grasa, que los concursantes tenían que subir y arrancar el trapo rojo colocado en su extremo. Ni que decir tiene que los muchachos, apenas principiado unos metros, sus manos y sus pies irremediablemente resbalaban palo abajo como consecuencia del sebo. Sólo cuando el madero se fue limpiando de grasa por el abrazo y el roce de los torsos de los mozos, al fin uno de ellos pudo conseguirlo entre el fuerte aplauso que decidieron darle el numeroso grupo que asistía extasiado al espectáculo.
Acabada esta cucaña, se llamaba a los participantes del “cholote a dos”, que consistía en darle con una cuchara y con los ojos vendados el chocolate al contrario. Ni que decir tiene que el humor era lo más característico de este juego, porque la cuchara con el chocolate la llevaban a todas partes menos a la boca… Ahora dejaban el chocolate en la cabeza del encartado, luego metían la cuchara por un ojo, más tarde –las menos–, por fin la entraban en la boca. Y todo se acompañaba con los murmullos y las interjecciones pertinentes: ¡más arriba!, ¡más abajo!, ¡más cerca!, ¡más lejos!, ¡a la derecha!, ¡a la izquierda!...
Y, finalmente, como plato fuerte de los festejos de la mañana se terciaba con una piñata de pequeñas cacerolas que se rellenaban con diferentes productos, a saber: caramelos, agua sucia, vino, monedas, azafran, etc.; y que los concursantes con los ojos vendados tenían que intentar romper con una estaca. Ora se situaban debajo de las cacerolas y acertaban rompiéndolas y desparramando su contenido que, cuando eran caramelos o monedas los niños se arrojaban al suelo para recogerlos; ora, prisioneros de sus cegueras, avanzaban unos pasos hasta cerca de los congregados que, de inmediato, huían despavoridos ante la amenaza del golpe de estaca que el concursante cegado podría darles…
Y acababa la mañana entre las risas y el buen ánimo de las gentes del mar…
Y, a la tarde, como contraste a la alegría y al divertimiento de la mañana, se procesionaba a la Virgen del Carmen… Y desde la iglesia de África escoltados por los marineros de la “Compañía de Mar”, marchaba la comitiva por la calle “Muralla”1 camino del Muelle Comercio. Y los fieles, devotos de su imagen se persignaban a su paso e inclinaban la cabeza en señal de respeto. Aquella Imagen Sagrada era la Madre de Dios, la Reina del mar, nuestra Señora, la Virgen Inmaculada que rogaba ante su Hijo por los descalzos, por aquellas criaturas desamparadas, por los hijos del mar, sus hijos: los pescadores…
La procesión ya alcanzaba al puerto pesquero, el gentío se arremolinaba por toda la explanada del muelle engalanada de farolillos y banderas de colores. Y una traíña, la traíña que aquel año le había caído en suerte de llevar a la Reina de los Mares, la esperaba junto al cantil del embarcadero para que su presencia fuera el mejor augurio de un buen año de pesca…
Terminado el abordaje de la Virgen en el Mira, en el Dorinda Dapena2, en el Momy Sdo., en el en el Unión de Hermanos, en el José Fuentes, en Los Parejas, en la Sebastiana, en el Torres Ortigosa, en el Gracia Amate, “el Ardero”, en el María Andujar, en el Virgen de África, en la Joven Antoñita, “la Liebre”, en el Cordobés, en el Cantón, en el Antonio y María López, en el Segundo, en el María Dolores, en “El Lobo”…, o en cualquier otra embarcación de las más de cien que conformaban la formidable flota de pesca que amarraban y fondeaban en nuestra dársena pesquera, la proa de la traíña afortunada largaba las amarras de los noráis de la lonja y emprendía la navegación por todo el puerto de Ceuta. Y enfilaba primero la roja del rompeolas, para luego rozar toda la cara de levante del muelle España y arrumbar después hacia las apiladas colinas negruzcas del carbón de Alfau. Más tarde se allegaba a las aguas algo más revueltas de las puntas de la bocana para, con un aire majestuoso al socaire de los diques de poniente, ir navegando hasta la altura de la fabrica de hielo, y, a la vuelta, los buques mercantes, avisados de su presencia hacían sonar sus tifones como si en verdad, la Madre de Dios, se allegase de los cielos y les entregara su divina presencia a los humildes pescadores… Las sirenas de los buques sonaban y sonaban por doquier hasta hacer estallar el aire de acompasados sonidos metálicos…Y las cientos de embarcaciones que acompañaban a la “Mare de Deu”3, repetían con su bocinas los ecos de aquellos en un carnaval de sonidos que atronaban la brisa de la tarde que empezaba a sentirse en el frescor del poniente… Toda la tarde ardía en tonos rojos, malvas, tintos, como si la Señora, en una ahora mágica, quisiera obsequiarnos con el más exultante espectáculo que la Naturaleza pudiera brindarnos. Estaba claro y los signos así lo presagiaban, la “Mare de Deu”, nos abría de par en par las puertas inabarcables de la compasión y la alegría de su divino corazón… Toda la tarde, el cárdeno crepúsculo, se embrujaba al paso de la traíña y su Imagen Santa…
Nada era igual a otros días. El día de hoy era el 16 de julio, día de la Virgen del Carmen, día de nuestra Redentora y día de Aquella que reza en nuestra desventura, de Aquella que vela por nosotros en los días terribles de los temporales de levante, de las “Sudestas”4 que desolan las costas del Estrecho… La Virgen del carmen ha bendecido las aguas, las traíñas y la pesca. Los pescadores podrán hacerse a la mar con nuevas ilusiones, con nuevas esperanzas que guardan como tesoros en sus bravos corazones. Los hijos de la mar podrán embarcar a la tarde en sus respectivas traíñas y abandonarse en ellas… Y cuando la popa de sus barcas se alejen de las puntas de la bocana del puerto, en esa soledad de la noche que llega, la Virgen del Carmen les protegerá de la incertidumbre de la vida que, como al azar de unos dados, se juega entre el azul intenso del mar y las espumas blancas de las olas…
Y, con esta tradición –yo diría de siglos– no acierto a comprender como se ha permitido que en nuestra ciudad, en Ceuta, se pierda este capítulo memorable de nuestra historia. Como se consiente que la Virgen del Carmen, patrona de los pescadores y Señora del mar, ya no la hagan surcar por las aguas del puerto, por las aguas de nuestras bahías…
Sí te asomas, paisano, a cualquier pueblo marinero del litoral que tienes enfrente de ti del litoral gaditano, empezando por la Línea, Algeciras, Tarifa, Barbate, Conil, San Fernando, Cádiz, Puerto de Santa María, Rota, Chipiona, Sanlúcar y terminando por Bonanza, en todos ellos podrás columbrar como sacan a pasear en aguas de su litoral a su Virgen, a su Imagen Santa del mar, a la Virgen del Carmen, a su Madre en los cielos y a su Redentora en el mar. Y dicen que si Capitanía no permite, que si la seguridad, que si las normas, que si los protocolos de seguridad, que sí…
En cualquiera de estos pueblos marineros del litoral gaditano, paisanos, la Virgen del Carmen sale a la mar5, y detrás de Ella, detrás, va un pueblo devoto cantando y rezando una Salve, la Salve Marinera: “Ruega por nosotros tus hijos, tus hijos del mar”...
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(*) Consideración de la “v” en vez de la “b” en referencia a una grafía antigua.
(1) Calle Muralla: Cuando se plantaron las palmeras pasó a llamarse Paseo de las Palmeras.
(2) Muchos de los nombres de las gentes del mar de la flota pesquera de Ceuta, como los López, los Fortes, los Sánchez, los León, los Fuentes, los Miras, los Melchor, los Escámez, los Andujar, etc., provienen de aquellos primitivos pescadores que se allegaron a principios del siglo XX de las costas almerienses, de pueblos como Cabo de Gata y San José…
(3) Mare de Deu: Madre de Dios.
(4) Sudastas: Los terribles temporales de levante que asolan nuestras costas vienen con el viento y la mar del Sudeste.
(5) Las normas no pueden contemplar todo aquello que el tiempo va acumulando en nuestros corazones; las normas, de ninguna de las maneras, puede interpretarse con tal rigidez que acaben con las más antiguas de nuestras tradiciones. Y en el caso que nos ocupa, la navegación de la Virgen del Carmen por las aguas del Puerto y la Bahía Norte lleva más de un siglo llevándose a cabo. En todos los pueblos del litoral de Cádiz la Patrona de los marineros procesiona por sus aguas y, cientos de embarcaciones, van detrás de ella y del pesquero que la lleva. Y así será por siempre jamás, porque es la tradición de nuestros pescadores, de nuestros marineros, y porque así lo quiere la Reina del mar...