Se aproximaba la hora de abandonar sus celdas teniendo en cuenta que no había sala de comedor y que, por lo tanto, los reclusos desayunaban en sus aposentos. Era un día caluroso de julio, posiblemente el día nueve, cuando a la entrada de servicio, el Funcionario calibraba el nivel de agresividad, nerviosismo o incluso tranquilidad de aquellos instantes, detalle que, con una facilidad trabajada, en determinadas ocasiones conseguía. Después de algunas miradas entrecruzadas, la defensora de los presos y protectora de los funcionarios, Nuestra Señora de la Merced, invitaba a los que ocupaban aquel recinto a tener un buen comportamiento y que los trabajadores no tuvieran incidencias dignas de mencionar.
Hoy han pasado casi cuarenta y tres años, cargados de motines, agresiones, pinchazos, disputas y un buen número de complicaciones graves. Es conocido ese trozo de historia que cuenta y se altera cuando escucha que los Establecimientos Penitenciarios son nuevos hoteles y en cambio, muchas Residencias de Ancianos están con muchas carencias. Y si, está bien que las prisiones mejoren su aspecto y su interior. –El preso solo está privado de libertad-. Por lo que mi oído obtiene al escuchar son, generalmente, que los únicos desatendidos en las prisiones españolas, son los Funcionarios Penitenciarios. Es sintomático que haya módulos que siguen siendo vigilados por un solo funcionario, como hace cuatro décadas, ya que el plan no era diferente. En aquel tiempo, un trabajador penitenciario se podría hacer cargo de dos plantas de un módulo que albergaba casi doscientos presos.
Las quejas se acumulan sin obtener respuesta a sus peticiones, diversas pero concisas, realizadas desde la necesidad que representa la falta de efectivos, el reconocimiento como Agentes de la Autoridad y, lógicamente, una subida de sueldo que esté acorde con las particularidades precisas con las que trabajan, llámese peligrosidad, nocturnidad, etc… en definitiva, un reconocimiento que sea encomiable y reconocido por la sociedad.
(…) Cuando los tres funcionarios firmaban el libro de servicios, el corneta del patio general les decía: -Tengan ustedes cuidado, ¡Los quieren matar!-. Allí donde se disponían a entrar era el Departamento de Corrección, también conocido por “El Telón de acero”, lugar en el que pasar a su interior era tétrico, aunque lo complicado era saber cómo y a qué hora iban a salir. Debido al calor de aquellas celdas que antes fueron de Monjas, los presos no se encerraban al mediodía, merodeando al prójimo y haciendo que la fuerza del Sol hiciera mella sobre sus comprometidas cabezas.
Sobre las cinco y media se produjo el primer conato de altercado que finalizó después de producirse tres agresiones a Funcionarios. Camino del hospital y ya en sus dependencias, supieron que los reclusos se habían apoderado del módulo, anulando la electricidad y destrozando el mobiliario de aquel espacio donde había una capilla y donde oyó misa Cristobal Colón, antes de partir para el Puerto de Palos. Los Funcionarios lesionados y sobre las dos horas de la madrugada, entraron junto al Director para hacerse nuevamente con el control perdido. No hicieron falta policías para restablecer el orden… a los ladrones, ¡ya los tenían allí! (…).
Ellen Page se inscribe en estos términos: “¿Crees que simplemente puedes construir una prisión de recuerdos para atraparla?”.