Arquitectura bajo la luz ceutí’. Así se llama el publireportaje publicado ayer en el suplemento ‘El Viajero’ del diario ‘El País’. Una visión que se ofrece de Ceuta, de sus lugares, de sus rincones que parece haber pasado por caja. Las malas lenguas -o quizá, las lenguas más acertadas- dicen que este tipo de reportajes gustó tanto a determinado consejero que no tuvo mejor idea que preparar una visita del rotativo a este lado del Estrecho. Y así, tal día como ayer, ‘El Viajero’ mostraba a toda España las excelencias arquitectónicas que tiene la ciudad. Coincidía con muchas otras escenas. Por ejemplo con el rapapolvo dado por Fonseca a quienes nos mandan, ‘regañándoles’ por la forma que tienen estos políticos de solicitar el beneficio -o la caridad, que ya ni se distingue- de los fondos europeos.
La visión previo pago que nos aportaba ‘El Viajero’ contrastaba con la pura realidad de un pueblo que arrastra complejos y arrastra abandonos. La resaca por la muerte de Tarek escupe situaciones indignas. Se palpa el abandono de una población más allá de las críticas y valoraciones. Y se palpa en la realidad de unos vecinos que se sienten discriminados.
¿Consideran ustedes lógico que las autoridades callen, eviten pronunciamientos oficiales y sigan la rutina diaria como si en Ceuta nada hubiera pasado?, ¿es normal esta cobardía que se enquista en las instituciones para no afrontar un problema como se debe? El político está para algo más que dejarse embaucar por un publireportaje sobre la arquitectura en la ciudad, más si cabe cuando hace pocas horas que han asesinado a un hombre ante decenas de escolares recién salidos del centro.
Del delegado nada sabemos, desapareció o se escondió como un avestruz. Y del presidente sí sabemos algo: que está muy entretenido mandando notas sobre la próxima visita al Rey y sobre los comités que mantiene el PP, que, por si no lo saben, sí, se presenta al 20-N.
Puede que nos encontramos en un nivel de indecencia tal, que nos guste calmar nuestras penas deleitándonos con lecturas sobre lo bonita que es nuestra arquitectura (¿cuánto habrá costado que nos lo digan?), mientras obviamos la realidad que no está en los papeles sino en nuestras calles.