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La primera etapa del camino de la vida: la Primavera

Las preguntas fundamentales de la condición humana, entre las que figura en primer lugar el problema del sentido, significado y valor de la vida, se asoman a nuestra conciencia según avanzamos por el camino de la vida.

Estas cuestiones vitales, a las que no encontramos respuesta inmediata, provocan, cuando somos niños, miedos y terribles pesadillas. Solo el cariño y el amor de nuestros padres consiguen apaciguar estos temores.
Durante la juventud, nuestra personalidad va tomando forma. No se reflexiona sobre la vida, simplemente se vive con intensidad y entusiasmo. Es  en la madurez cuando experimentamos el momento más crítico de toda la existencia. En esta etapa de la vida el asunto del sentido y significado de la vida emerge con toda claridad y rotundidad. De que encontremos una respuesta adecuada al significado de la vida depende que logremos una vida plena, rica y significativa. El éxito que logremos en esta empresa condiciona el modo en que enfrentemos y gocemos de la etapa final de la vida.
Todos tenemos que contribuir a que los seres humanos gocen de la oportunidad de disfrutar de una vida total, verdaderamente sustancial. Nuestro papel no es decirle cómo tiene que abordar su existencia. Debemos prestarnos mutua compañía en el difícil y empinado camino de la vida, -como lo hizo Virgilio con Dante-, desde los planos inferiores de la existencia y la conciencia hasta la cúspide de la vida propositiva y trascendente. No podemos ni debemos hacer el camino por  los demás. A cada uno le corresponde elegir el itinerario que le lleve a la realización de su vida.
Son nuestros niños y jóvenes quienes necesitan que estemos más pendientes de ellos. Debemos atender primero el corazón de nuestros niños y niñas, despertando sus sentimientos y emociones; enseñarles a hacer, valiéndose de sus manos; y a pensar, conectando, de manera simultanea, el mundo de afuera y el mundo de adentro. De igual modo, a nuestros jóvenes hay que ayudarles a que conformen su carácter, su personalidad; enseñarles a disfrutar de su independencia y a hacer un uso constructivo de su libertad; reforzar su capacidad para superar los obstáculos que a buen seguro que se les presentará en la vida. A mitad del camino de la vida nos sentimos impregnados por el espíritu de Prometeo. Mantenemos un alto grado de actividad y esfuerzo sistemático. Nuestro tiempo lo dedicamos al trabajo, aceptando tareas duras y sobreestimando nuestras capacidades. La vida se nos presenta como constante lucha y sufrimientos. Nos sentimos con Ulises, mostrando dedicación, compromiso y sacrificio en las tareas que tenemos encomendadas. Entonces llega la crisis de la madurez. El impulso vital se tambalea. Decae la vitalidad. Una amarga sensación de fracaso inunda nuestro espíritu. Llega el estancamiento profesional, las enfermedades, el desinterés por el amor conyugal. El sentido de la muerte hace su aparición. Y en cierto modo morimos, pero no definitivamente. Si nos preparamos de manera adecuada podemos renacer para disfrutar de una segunda vida. Es necesario prepararnos para el feliz nacimiento de un nuevo ser humano: el hombre y la mujer  espiritual.  Este renovado ser, centrado en su perfeccionamiento espiritual, avanza en la última etapa del camino de la vida desde el tiempo a la eternidad.
Estas cuatro etapas en el camino de la vida coincide con las cuatro estaciones del año: primavera, verano, otoño e invierno. Para superar cada una de estas etapas del camino tenemos que emprender actividades que hagan más llevadero un largo peregrinaje que se inicia en el momento en que nacemos y termina cuando volvemos a disolvernos en el caudaloso río de la vida.
Con la llegada de la primavera la vida se renueva. Lo mismo sucede con el nacimiento de un niño o una niña. En ese instante comienza el camino de la vida. Durante estos primeros pasos los infantes necesitan tiernos cuidados y protección. El amor y la bondad les protegen. La alegría de la vida se refleja en sus alegres rostros y en sus ojos apreciamos la inocencia y la ingenuidad. Así llegan a las escuelas tradicionales donde, con demasiada frecuencia, se quiere convertir a los niños en adultos prematuros.
Comenius, el considerado ideólogo de la escuela tal y como la conocemos hoy en día, fue el primero en proponer una unión de corazón, cabeza y mano. Esta idea fue luego actualizada por Patrick Geddes en su modelo educativo basado en las tres H (Heart, Hand y Head). De igual modo, Comenius se sirvió  de las ilustraciones pictóricas y los trabajos manuales al mismo nivel que la disciplina verbal y los textos. Sin embargo, y por desgracia, las escuelas se pusieron al servicio de la producción en masa. “Sostengo ­–dijo Comenius– que no sólo es posible para un maestro enseñar a varios cientos de alumnos al mismo tiempo, sino que es también esencial” (Comenius estaría encantado si conociera la saturación de las aulas en Ceuta). Bajo ningún concepto, según Comenius, debía el maestro impartir instrucción individual. Así el ideal humanitario de una educación sistemática para todos  se combinó con una pedagogía mecánica que lo invalidó. Las escuelas se convirtieron en fábricas de autómatas dispuestos a aceptar un mundo mecánico y a someterse a la disciplina mecánica. Las paredes de estas fábricas separaron a nuestros niños de la naturaleza y el contacto directo con su ambiente social.
Rousseau fue el primer en demostrar que la principal ocupación de la niñez es el crecimiento. Acertó igualmente a relacionar la educación con la naturaleza. De nuevo encontramos en algunos pasajes de su obra “Emilio” una reivindicación de la educación de los sentidos, del desarrollo de las destrezas manuales y del crecimiento intelectual. Por primera vez alguien relacionó la educación con el sentido y significado de la vida. Toda estas ideas figuran en el siguiente pasaje: “enséñale a vivir antes que a evitar la muerte, y vida no es respiración sino acción, el empleo de nuestros sentidos, nuestra mente, nuestras facultades, cada parte de nuestro ser. La vida consiste menos en la extensión de los días que en el profundo sentido de vivir”. Vemos, pues, que para Rousseau la educación no era la adaptación de un organismo a un molde fijo. Era la dirección del proceso de crecimiento orgánico y comprende cada aspecto de la personalidad.
Rousseau quizá fue el primer educador, si exceptuamos a Platón, en reconocer cuánta buena educación se adquiere fuera de la escuela, sin la ayuda de la pedagogía, y en incorporar estas actividades espontáneas, autodirigidas,  en su plan de educación. Señaló que cada estado de crecimiento tenía su ambiente apropiado y su material apropiado. Para nosotros este lugar es el aire libre y los materiales los que aporta la propia naturaleza.
Proserpina está regresando del inframundo y su madre Ceres lo celebra decorando los campos con bellas y coloridas flores, mientras las ninfas que la añoraban cantan: ¡La vida ha surgido! ¡La vida ha surgido de nuevo! 
¡Salgamos también nosotros a recibirla acompañados de nuestros hijos! ¡Dejemos a un lado nuestros continuos extravíos y abstracciones enfermizas, como decía Walt Whitman al final de su diario, y caminemos hacia a lo común, divino, original y concreto! En definitiva, tomemos el camino de la vida plena y efectiva bajo el esplendoroso sol que alumbra Ceuta y la intensa luz que ilumina nuestro corazón  y nuestra mente. Que lo disfruten.

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