Entiendo poco de fútbol y nada de política, de la que estoy a años luz. Si acaso, me atraen algo los partidos en los que participan el Madrid, Barça, Atlético de Madrid, Sevilla, etc, cuando juegan con algún equipo extranjero donde se juegue la causa española, o cuando compiten entre sí los que con mayor grado de probabilidad pueden ganar la Liga o la Copa del Rey. Pero ni soy forofo de ningún equipo, ni siento el más mínimo interés por la política, aunque sí me preocupa mucho el peligro que representa el separatismo en España. Y escribo hoy sobre el Barça, porque he recibido un pequeño vídeo que me ha enviado un lector, al que agradezco mucho su buen detalle. Se refiere a la inauguración el 24-09-1957 del Camp Nou. Creo que vale la pena comentarlo, porque, de un lado, pone de manifiesto el espíritu patriótico de hermandad y solidaridad española con que se celebró aquel acto deportivo; y, de otra parte, el grado de politización que hoy impera en el Barça, puesto al servicio del independentismo radical.
El acto oficial de la inauguración se celebró con gran solemnidad, presentándolo un locutor cargando el acento de voz con aquel énfasis y aplomo propio de los relatos del NO-DO de los tiempos de Franco; llamando la atención la grandilocuencia de sus palabras, enmarcadas dentro del espíritu de unidad, hermandad y solidaridad que era característico de aquel Régimen, cuyos pilar básicos sobre el que se apoyaba su política se apoyaba era la inseparable unidad de todas las “tierras de España”. El evento estuvo presidido por el entonces Ministro Secretario General del Movimiento, Solís Ruíz, que representaba a Franco, con la asistencia del Delegado Nacional de Juventud y Deportes, Gobernador Civil de Barcelona, Alcalde de la ciudad y Presidente del Club. Comenzó la ceremonia con una solemne misa, como entonces era preceptivo y de cumplimiento rigor, ante la imagen entronizada en el campo de la Virgen de la Merced. Fue oficiada por el Cardenal Jubany de Barcelona, que bendijo el estadio sobre el verde césped, formando una sinfonía de colores entrelazados con el azulgrana del equipo y el verde y gualda de la Bandera Nacional, colocada en el centro del campo en señal de apertura del mismo. En palabras del presentador, “como expresión del vivo sentimiento de espiritualidad que une a todos los pueblos de España”.
A la Bandera española, que ondeaba enarbolada en el centro del campo, se unieron los escudos de las cuatro provincias catalanas, que fueron alzados a la par que la enseña nacional a los acordes del Himno español. Finalizados los actos religiosos, se jugó en el nuevo estadio el primer partido entre el Barça, aquel año campeón de Copa, y el Legia de Varsovia, campeón de Polonia. La alineación barcelonesa fue la siguiente: Ramallets, Olivella, Brugué, Segardió a la bendición del estadiora, Vergés, Gensana, Basora, Villaverde, Martínez, Kubala y Tejada. Tras el descanso, salieron Gràcia, Flotats, Bosch, Hermes, Ribelles, Sampedro y Evaristo. El partido finalizó con el resultado de 4-2 favorable al Barça, con goles de Eulogio Martínez, que marcó el primero en el minuto once, Sampedro y Evaristo. En el descanso, 1.500 personas bailaron una gran sardana y se soltaron 10.000 palomas en señal de paz. El presentador hizo un efusivo llamamiento al equipo y a los catalanes exhortándoles “no sólo a la obtención de trofeos deportivos, sino también a la conquista de la estimación, el respeto y el cariño de las demás regiones españolas”. Si aquel presentador hoy pudiera ver a los separatistas radicales que con tanto odio quieren romper España, desde la animadversión por ellos inculcada en Cataluña a través de la política y las aulas, el hombre seguro que se sentiría avergonzado de haber hecho aquel llamamiento.
En el verano de 1964, tuve la ocasión de presenciar de cerca la llegada de Franco a Barcelona, con motivo de conmemorarse los “25 Años de Paz”. Jamás he visto un recibimiento tan grandioso y apoteósico, aclamando el pueblo al Jefe del Estado en loor de multitudes apiñadas a uno y otro lado de las largas y anchas aceras de la Diagonal en todo el recorrido hasta el Palacio de Pedralbes, donde se hospedaba. Tanto la Policía durante todo el recorrido por el que pasó la caravana que escoltaba a Franco, como luego su propia Escolta a la entrada de palacio, tuvieron serios problemas para poder contener el entusiasmo desbordado de la inmensa multitud. Allí estaban catalanes de todas las clases y condición que con vítores y banderitas españolas aplaudían al unísono a Franco. Todos querían ponerse los primeros para ver al “Caudillo”. Aquella masa humana enardecida estaba formada por los antecesores de los muchos que ahora en Cataluña llaman el “dictador de la malvada España que nos roba”. Quizá estuviera también entre ellos quien después fuera Presidente de la Generalidad, Jordi Puyol, que tiene escrito lo siguiente:
“…El hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico. Es un hombre destruido (…) es, generalmente, un hombre poco hecho, un hombre que hace cientos de año que pasa hambre y que vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual. Es un hombre desarraigado, incapaz de tener un sentido un poco amplio de comunidad. A menudo da pruebas de una excelente madera humana, pero de entrada constituye la muestra de menor valor social y espiritual de España (…). Si por la fuerza del número llegase a dominar, sin haber superado su propia perplejidad, destruiría Cataluña. E introduciría su mentalidad anárquica y pobrísima, es decir, su falta de mentalidad”. (“La inmigració, problema i esperança de Catalunya”. Editorial Nova Terra, páginas 65, 67 y 68). Claro, ahora se explica que aquellos “pobrísimos” andaluces y “extremeños sucios y malnacidos”, como también de éstos se ha dicho, tengan que ver a algunos “riquísimos” amasadores de dinero compareciendo ante comisiones de investigación y sedes judiciales. También allí se ha dicho en despectivo que Ceuta y Melilla son “vestigio del colonialismo, donde no se respetan los derechos humanos”. Y, claro, con tal odio y semejante falta de respeto hacia tantos “charnegos”, como ellos llaman con arrogancia a quienes con su mano de obra barata no tuvieron más remedio que emigrar a Cataluña para que ésta pudiera hacer su “milagro económico”, pues es como se ha sembrado toda la inquina y animadversión contra España y los españoles que hoy albergan los separatistas catalanes; no el pueblo honrado y trabajador de Cataluña.
Lo que muchos catalanes no saben, porque si alguien se atreve a decirlo inmediatamente lo tachan de “español”, “franquista” o “facha”, es que Franco salvó de la bancarrota al Barça, que tras la construcción del nuevo estadio, la sociedad quedó arruinada. Recojo sólo dos datos: Por Decreto 2735/1965, firmado por Franco, autorizó la recalificación de los terrenos del viejo estadio de Les Corts, cambiándolos de “zona verde privada” a “zona edificable”, con el consiguiente aumento del valor de los terrenos que después fueron vendidos obteniendo fabulosos ingresos, salvando así al nuevo Club de ser embargado. Y el 13-10-1974, una comisión del Barça con su Presidente visitó a Franco en El Pardo, para hacerle entrega de la Medalla de Oro del Club, en agradecimiento por haberles concedido una subvención de 43 millones de pesetas. Pero lo que son las cosas. Aquel Franco entonces condecorado y tan adulado, que tantas industrias, bancos e inversiones llevó a Cataluña y País Vasco creando allí los Polos de Desarrollo en detrimento de otras regiones y al que los mismos catalanes colocaron un busto en pedestal de honor, ahora el hombre anda perdido y con la cabeza decapitada por los rincones de los almacenes de materiales desechados del Ayuntamiento.
Y lo que Franco jamás podía ni soñar, tras haber dejado todo “atado y bien atado”, es que hoy aquel Barça al que tanto ayudó, haya caído en tan vergonzosa “politización” por los separatistas que gobiernan Cataluña. Como politizan todo lo que cae en sus manos. Ahí están últimamente la manifestación en Barcelona de 1.500 policías pidiendo que se respete su profesionalidad y se deje de ponerles al servicio de la insoportable política separatista; o la cabalgata independentista de Reyes, jugando con la inocencia de los niños, queriéndolos llevar a la cabalgata de Reyes con esteladas de farolillo, aunque luego la presión popular les hizo desistir; o las campañas de silbidos, pitadas al Rey y al himno de la UEFA, con masiva exhibición de banderas independentistas en los finales de Copa y Champions; o la última campaña propagandística promovida por la Agencia Catalana de Turismo de la Generalidad, lanzando un video con el que se pretende convertir al Club en pura estructura de su imaginario estado, bajo los lemas de: “Si sientes el Fútbol Club Barcelona, sientes Cataluña”, y ”Welcome to the Catalán Republic”, a modo de movimiento “hooligan”.
Recientemente ha denunciado tal instrumentalización política del equipo y el estadio, para ponerlos al servicio del proceso soberanista, el periodista catalán Xavier Sardá, que ha protestado en los medios de comunicación que “el Club es de los socios y aficionados, pero no de los independentistas”. Asimismo, el otro club barcelonista, El Español, cuyo nombre los separatistas tanto odian, pues ha salido al paso de dicha politización haciendo pública su indignación en un comunicado en el que su Consejero Delegado ha declarado que el Barça no es el único club representativo de aquella Comunidad, con el que se pretende «Vender al mundo que se ha de sentir Cataluña a través de un único equipo, lo que es hacer muy pequeña nuestra tierra y el deporte catalán. Ridículo”; haciendo al final uso de su fina ironía para afirmar: “Estamos orgullosos de haber nacido en Samoa». Ya en julio de 2015 los candidatos a Presidente del Club, firmaron todos el llamado “compromiso de país” por el que garantizaban a los electores el apoyo de la entidad azulgrana al proceso secesionista, habiendo sido objeto el acuerdo de fuerte crítica y hondo malestar entre las peñas no catalanas. Es una verdadera vergüenza.
El fútbol creo que entra en el terreno de lo emocional, estético, cultural y visceral. Y es bueno poner en el deporte amor propio, afán de superación, coraje, ímpetu, bríos y hasta cierta dosis de pasión que nunca desborde los límites de la educación, la racionalidad y el sentido común; cualidades necesarias para poder ganar al contrario, al que debe tenerse como un competidor deportivo, pero nunca como enemigo irreconciliable al que se odia y a toda costa hay que doblegar. La violencia, la brutalidad, los actos incívicos, el separatismo, la xenofobia y la intolerancia que con tanta frecuencia se viven en el fútbol, creo que constituyen la antítesis de la nobleza competitiva con la que el mismo deporte debe vivirse. Igualmente, la exhibición en los estadios y sus aledaños de pancartas, símbolos o emblemas que se exhiban y que de alguna forma inciten, fomenten o promuevan la realización de comportamientos violentos o actos de manifiesto desprecio a las personas participantes en el espectáculo, tales como conductas racistas o entonación en los campos de cánticos, consignas, exhibición de pancartas, banderas, símbolos u otras señales que contengan mensajes vejatorios o intimidatorios para cualquier persona, creo que deberían proscribirse por completo. El fútbol, como cualquier otro deporte, debe ser deportividad, caballerosidad, solidaridad, trabajo en equipo, unión de esfuerzos y voluntades y, sobre todo, saber ganar y perder.
Pero, cuando todo eso falta, ahí es donde el fútbol se degrada, en cuanto a él vierten las aguas sucias del lodazal de la política puesta al servicio del separatismo, que es lo que últimamente se está haciendo con el Barça, uno de los mejores equipos del mundo, con el deliberado propósito de convertirlo en caja de resonancia de las consignas y soflamas soberanistas. Ahí es donde el fútbol deja de ser deporte para convertirse en el bochornoso espectáculo en el que los secesionistas catalanes lo han convertido, haciendo bueno a Franco con el absolutismo reaccionario, sectario y radical de los que allí gobiernan.