Sin duda que Jonathan Swift (el autor de los Viajes de Gulliver y de cuentos con marcada crítica social y política) supo ver la gravedad de los hechos que concurrían en todo lo que rige el poder en las sociedades humanas y, de alguna manera, consiguió medir literariamente la gran distancia que separa el ejercicio político del comportamiento ejemplar.
Desencantado de la sociedad de su tiempo llegó a escribir cuentos de gran mordacidad en la que evidenciaba la falta de buen sentido social y el desmedido afán de poder que caracterizaba la política. Gulliver era el perfecto caballero, y sus diálogos inocentes y elevados, no obstante, tenían el filo de un bisturí crítico con el poder político y la sociedad de su tiempo.
En vista de la gran decepción en la que se ha convertido la acción política en Ceuta, y los errores garrafales que se cometen en nombre de la gestión pública, me ha parecido un ejercicio saludable recrear un pequeño relato de la situación de decadencia permanente en la que se encuentra nuestra ciudad, pensando cómo se podría sentir un ser reflexivo, observador, ético y crítico como el caballero Gulliver cuando, hastiado de su patria natal, se ve impelido a viajar y a conocer otras naciones.
A su regreso de Liliput nos relata en sus propias palabras “ ….estuve sólo dos meses con mi mujer y mis hijos, pues mi insaciable deseo de visitar países extraños no me permitió quedarme por más tiempo”. El relato comienza. Al partir de nuevo, embarcado como cirujano del barco mercante Aventura y con ansias renovadas, salí del puerto de Liverpool rumbo a lo desconocido por segunda vez.
Ciertamente, echaba de menos a aquellos pequeños señores de Liliput y sus obsesiones absurdas por las que se disputaban el poder, y las trivialidades sobre las que basaban y conducían muchos aspectos de su vida. Recordaba el interés tan extravagante que me dispensó el emperador de los liliputienses, su veleidosa conducta y mientras pensaba en estas cuestiones y sin saber porqué mi barco naufrago por un golpe de mar inesperado en un extraño estrecho de mar y solo recuerdo que me vi catapultado por olas gigantescas a una preciosa costa rocosa con una ensenada coronada por un castillete militar en la que pude encontrar refugio seguro y recobrarme del trágico suceso.
En poco tiempo pasé de una costa a la otra y, desde un alto, pude observar una urbe abarrotada de casas con caótica disposición y sin un plan racional distributivo que orientara un modelo de ciudad ordenado. Me pareció un extraño solar urbano que se desparramaba a ambos extremos de un istmo y, del resto del territorio, sobresalían construcciones improvisadas que lo afeaban notablemente.
No obstante, la situación geográfica era admirable y, a pesar del aparente caos reinante, la belleza intrínseca del territorio era innegable. Decidí pasear por aquel lugar a mi gusto y al ver personas y edificios acorde a mi escala comprendí que me encontraba en alguna urbe al uso y muy alejado de aquellos mundos extraños con seres diminutos, gigantes y animales parlantes que tanto ansiaba conocer.
En realidad, gran parte de mi interés en los viajes residía en entender el mundo y, a base de comparaciones y simples razonamientos, contemplar todo lo que los intelectos desarrollados (sin entrar a valorar si se trata de inteligencia en el término humano) han podido llevar a cabo en provecho y beneficio del mundo.
Al llegar a un solar que parecía en construcción me topé con un ceutaniano (luego me explicaron que estaba en Ceutania y que sus habitantes recibían este nombre) que al parecer estaba estudiando una especie de yacimiento arqueológico con tumbas y restos materiales de la Ceutania antigua.
En efecto, el ceutaniano estudioso me recibió alborozado, pues no recibía muchas visitas y mucho menos de curiosos interesados, sino a lo sumo de los propietarios del terreno a construir, que le presionaban para que terminara con su estudio y así poder continuar con el levantamiento del edificio de viviendas que se iba a construir.
Ciertamente, aquel hombre, poco comprendido socialmente como posteriormente pude comprobar, y con el que me identifiqué al instante, se esforzó en mostrarme la importancia del yacimiento. Después de recibir sus explicaciones y sus numerosas muestras de cortesía y hospitalidad decidió que tendría que ilustrarme en las formas de gobierno de Ceutania para que pudiera sacar provecho antes de volver a mi país y obtener mis propias conclusiones sobre lo aprendido.
Me dejé llevar y mantuvimos amenas conversaciones y, según me relató, su trabajo estaba consistiendo en estudiar el suelo del solar, interpretar la historia del yacimiento y rescatar todo lo que podía para engrosar los fondos culturales y desarrollar estudios científicos con otros colegas. Empecé a comprender que, a pesar de encontrarme en un lugar especial y con una dilatada historia de ocupación, los asuntos culturales no gozaban de un gran apoyo.
Así me lo reconoció mi cicerone y, para que me quedara claro las formas ridículas de gobierno y gestión municipal, insistió en que me acercara con él a un especie de encuentro público con unos burócratas municipales y un bisoño gerifalte político en el que se expondría una remodelación innecesaria de una calle y una emblemática plaza de gran simbolismo en Ceutania.
Para mi sorpresa vi que un muchachito sin experiencia ocupaba un alto puesto en la administración por el hecho de pertenecer a un partido político popular y gozar del favor del alcalde. A su lado había un arquitecto de plantilla de una sociedad municipal que había hecho alguna obra horrenda y otras inapropiadas, horteras e incluso cursis pero que, como el alcalde carece de criterio, gusto arquitectónico y entendederas, le encarga sistemáticamente los proyectos más emblemáticos.
Ambos representantes públicos exponían con escaso conocimiento histórico los valores de una obra a todas luces innecesaria, y que costaría un potosí a un heraldo público maltrecho por los elevadísimos sueldos que disfrutan todos los servidores públicos municipales (hay que indicar que el alcalde es un trabajador municipal venido a más gracias al partido gobernante). Se trataba de un acto meramente informativo y donde no se recogían alegaciones a pesar del gasto desproporcionado e innecesario que se iba a acometer.
Se rumoreaba que como casi todo se hacía por el capricho del alcalde, estaba decidido y ni siquiera se quería someter el proyecto al incómodo proceso público de recabar opinión entre los ciudadanos activos y participativos. Además, contrariamente al buen juicio municipal que debe ayudar a cuidar el tejido empresarial de la ciudad, una empresa del estado ha asumido todo el control de las obras públicas bajo el subterfugio denominado “encomienda de gestión”, con el consiguiente descontento de los emprendedores de Ceutania. Nunca me habría podido imaginar en mis viajes de aprendizaje por extraños países, encontrar, en un lugar de tan reducidas dimensiones, gobernantes tan mezquinos y mentalmente limitados.
Uno pensaría que, aunque difícilmente la providencia dota a una población con muchos individuos de inteligencia extraordinaria (entiéndase en el sentido general del término que incluye los talentos éticos), al menos cabría esperar una mayor responsabilidad en el desarrollo del poder en aquellos que con tanta avidez se acercan a sus poltronas.
En Liliput creían que la verdad, la justicia, la templanza y demás virtudes están al alcance de cualquier hombre, y que su práctica, acompañada por la experiencia y la buena voluntad, capacitaría a cualquiera para servir a su país, excepto cuando se requieren estudios de una carrera.
Pensaban los liliputienses que la falta de virtudes morales incapacitaban a cualquiera para ocupar cargos públicos. Bajo ningún concepto podían ponerse puestos de responsabilidad pública en manos de personas sin estas aptitudes, que consideran mucho más importantes que las dotes intelectuales superiores, pues los errores cometidos por ignorancia pero con disposición virtuosa nunca tendrían tan fatales consecuencias para el bienestar público como las acciones de aquellos cuya inclinación inmoral les hace propenso a la corrupción.
Al parecer en Ceutania, que está bajo el régimen democrático, cualquiera puede ocupar el poder pero, por falta de virtudes morales, aquellos que lo alcanzan no desean el apoyo de sus conciudadanos más preparados y de todos, en general, sino que sólo se interesan por ellos cuando necesitan que refrenden sus candidaturas una vez cada cuatro años. Por eso presentan sus proyectos disparatados pero no escuchan la opinión de sus conciudadanos y, si llegan a escucharlas, es para ignorarlas en su totalidad.
Estos seres vulgares que llegan al poder, sin embargo, no se quieren someter al dictamen del vulgo, y así es posible encontrarnos por ejemplo con un tabernero de cierto éxito económico al que pueden encargar diversas responsabilidades por el simple hecho de pertenecer al partido y capacidad de atracción de votos pues servir copas ayuda a conocer a muchas personas en la ciudad.
Mientras tanto, el mencionado tabernero hace oídos sordos a la opinión pública que reclama insistentemente ser oída y atendida en sus reivindicaciones en favor del medioambiente; honestamente, creo que este señor no tiene las mínimas entendederas para comprender el alcance de sus inacción política y desprecio a las leyes ambientales. Me contaba mi amigo que, cada vez que el alcalde hacía su típico discurso retórico sobre Ceutania bonita, marinera y que se yo un sinfín más de simplezas sin fundamento y de alabanzas hacia su propia gestión, tanto más peligrosos serían los alegatos sobre sus grandes proyectos de obra civil, dispendiosos, horteras, innecesarios y mal ejecutados.
Realmente, en este estado de improvisación y dejación política, cualquier mal y sus efectos terribles podrían acontecer en esta pequeña ciudad abarrotada de población y con gobernantes tan irresponsables y de escasas virtudes morales y democráticas.
Decepcionado al encontrar la misma vulgaridad en el ejercicio del poder político y sobre el estilo de sociedad despreocupada y aprovechada, tan común a la civilización humana me despedí de mi amigo ceutaniano, agradeciéndole su magisterio sociopolítico y cultural; y deseándole mucha suerte y buena vida, partí hacia mi país natal con la esperanza de poder viajar de nuevo hacia otra aventura marítima en pos de un país que realmente satisfaga mis ansias de buen gobierno y civilización elevada al que pueda emigrar.
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