Opinión

La pérdida de la razón

Atribuyen a Albert Einstein la autoría de la frase donde expresaba lo ilimitado de la estupidez humana: “Dos cosas son infinitas: la estupidez humana y el universo; y no estoy seguro de lo segundo”. Quizá, como mente preclara que fue en sus tiempos, llegó a vislumbrar el grado de necedad que algunos de nuestros insignes políticos alcanzan en estos días.
Todos los años, el Ejecutivo comunitario, nos agasaja con un informe económico donde detalla el cumplimiento de nuestros compromisos como socios europeos. El informe, que más tiene de médico que de informe económico: nos diagnostica de males, aclara su etiología,  y nos da la receta para curarlos; ha acabado señalando el fuerte crecimiento económico comparativo que ahora tenemos, y aquí se acaba el espacio para la autocomplacencia.
El ambivalente informe, achaca las virtudes de ese crecimiento económico a las reformas estructurales emprendidas por el Gobierno y otras causas; y también culpabiliza a este mismo Gobierno y a sus decisiones políticas de “grandes desequilibrios”, desequilibrios entre los que se encuentra tener el dudoso honor de ser el segundo país de la Unión con mayor tasa de temporalidad en el empleo, el aumento de diferencias sociales y el crecimiento de la población en riesgo de exclusión social.
Ahora debemos preguntarnos ¿cuál es la verdadera razón de los gobiernos ? o de otra forma ¿ en qué unidades medimos el progreso social ? Si el objetivo de un gobierno es el netamente económico, los populares van por el buen camino; pero si el objetivo es la igualdad de oportunidades, la paz y la justicia social, aunque hubo un tiempo en el que creimos que esos valores vendrían por añadidura con el crecimiento económico, los “genoveses” han fracasado.
En cualquier caso, lo que nunca debería hacer un representante del Gobierno es una lectura positivista del  dosier cuando tras la expresión “grandes desequilibrios” se esconde el drama de la pobreza y los trabajos en régimen de semiesclavitud o para la subsistencia en pobreza, mientras el Coeficiente de Gini va en aumento; dicho de otra forma, los pobres más pobres, los ricos más ricos, y  cada vez más pobres, y cada vez menos ricos. Mientras España sea el farolillo rojo en tasas de paro, de pobreza, de fracaso escolar, de diferencias sociales, de casos de corrupción, de amenazas a la integridad, de independencia judicial, de finta populista, de agotamiento ideológico y político, de libertad de expresión y de un sin fin de males al que este Gobierno debería enfrentarse con premura, ningún ministro de este vapuleado reino debería sacar pecho de lo que con el tiempo se verá como un craso error que dilapidó capitales humanos y denigró al ciudadano a un epígrafe numérico en la cuenta de resultados. Si un político no está dispuesto a ver la dimensión humana que se esconde detrás de cada cifra ha perdido toda razón de ser gobernante, al menos un buen gobernante.

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