Las visitas hospitalarias a una de las últimas víctimas han perturbado el descanso de los ingresados y la paciencia del personal: excesivos acompañantes, malos hábitos y jaleo de madrugada, explican.
Maneras de vivir, tituló Rosendo su célebre tema. Discutibles mientras respeten a otros ciudadanos de su entorno. No es el caso del personal y resto de ingresados en el Hospital Universitario del Instituto Nacional de Gestión Sanitaria, Ingesa, quienes han expresado su disconformidad con la conducta de las visitas de una de las últimas víctimas de los tiroteos que ha minado la rutina de los vecinos del Príncipe. El excesivo número de acompañantes en las habitaciones, la ocupación de unidades clausuradas hasta el aumento de la demanda asistencial y los malos hábitos extrapolados a las instalaciones sanitarias, incomodan a la plantilla y perturban el reposo de los contribuyentes que requieren de asistencia hospitalaria.
Jesús Lopera, director provincial del Ingesa, desmintió en el programa ‘Hablemos de Salud’, dirigido por Alfredo Izquierdo en ‘Ceuta TV’, la sustracción de material -aludió a los mandos de televisión- y afirmó que dispone de un sistema de videovigilancia “increíble” y un sistema de seguridad elaborado a partir de un plan de seguridad previo. “Hay que trasladar a la opinión pública que las decisiones no se toman porque a alguien le parece bien, sino que las decisiones se toman en base a un estudio previo”, explicó el máximo representante de la administración sanitaria, para lo cual se valoran los medios disponibles. “Tiene instaladas más de 300 cámaras, algunas fijas y otras seguidas por el servicio de vigilancia”, señaló. Un dispositivo adecuado para impedir incidencias, añadió.
Fuentes sanitarias discrepan. Consideran que las promesas de normalidad anunciadas con el traslado a Loma Colmenar continúan incumplidas, siempre según los profesionales consultados por este periódico. De madrugada, continúan, han podido comprobar cómo uno de los últimos tiroteos era acompañado por dos personas de confianza y aireaban sus asuntos hablando por el móvil por los largos pasillos del hospital. Humo procedente de su habitación y jaleo hasta altas horas de la noche desvirtúan la función de un clínico, lamentan los mismos trabajadores.
Por su parte, Lopera reconoció que a diferencia del hospital de la Cruz Roja, un edificio que al ser vertical sólo tenía una entrada y los pacientes se movían en este sentido, las nuevas instalaciones tienen cinco edificios “donde moverse por dentro es bastante fácil y por lo tanto es distinto a cómo funcionaba” el anterior. “En todas las cosas nuevas se producen estas leyendas urbanas que no dejan de ser más que eso”, aseguró Lopera, para insistir en que la afirmación de que las personas “vienen, entran, llegan y se llevan lo que quieren no es verdad”. Un material que fuera del centro “no sirve para nada”, concluyó.
Elisabeth Muñoz, delegada de prevención de SATSE, denunció con anterioridad que la dotación de vigilantes de seguridad era insuficiente para controlar todos los accesos al hospital. “Cinco se encargan del turno de mañana, seis están de tarde y cinco de noche”, enumeró la sindicalista, para puntualizar que, en cada franja horaria, se destina uno al control de cámaras y otro al garaje de modo que la “vigilancia se ve mermada”. Esta presunta vulnerabilidad del hospital se materializó en el robo perpetrado en las taquillas de los vestuarios de Consultas Externas, de cuya autoría nunca trascendió dato alguno.
Dos ingresados en la segunda planta se preguntan en un ventanal frente al cementerio de Sidi Embarek: “Si su familiar está enfermo, ¿por qué arman tanto escándalo?”.